My family, our family...

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En medio de la penumbra nocturna las copas de los árboles se mecían apaciblemente y el sonido del agua del río que se abría paso entre las piedras lo arrullaba lentamente hasta casi hacerlo dormir. Sus ojos pesaban, al igual que su corazón y un extraño nudo en la garganta le impedía tragar saliva con facilidad. Se sentía incómodo, desorientado y extrañamente molesto. Sus orejas se movieron hacia los lados al captar el canto de los grillos y cigarras, aquel sonido lo sacaba de quicio. Todo lo que quería era silencio y privacidad. Nada más.
   
—¡Maldición! —Arrojó con furia una piedra al tranquilo caudal, salpicando así parte de su ropa— Este día no podría ser peor.
   
—¿Peor por qué? —Inuyasha abrió los ojos con asombro y miró a su espalda solo para encontrarse con la figura de su mujer acercándose cautelosamente hasta quedar a su lado.
   
—Kagome...
   
—Hola —saludó.
   
—¿Cómo me encontraste?
   
—No fue muy difícil —a decir verdad, sus poderes de sacerdotisa a menudo funcionaban como un GPS para encontrar a su esposo.
   
—No... —Devolvió la vista al frente— Sé que logras encontrarme cada vez que me pierdo —Kagome sonrió con tristeza al darse cuenta del doble mensaje en sus palabras. Efectivamente, Inuyasha parecía... Perdido.
   
    Se sentó junto a su esposo en completo silencio y guardó distancia. El ambiente se sentía cargado de negatividad, denso, triste. La postura de Inuyasha también le dejaba ver cuán tenso se encontraba. ¿Por qué?
   
—Mmm... ¿Hicimos algo mal? —Indagó tratando de encontrar la mirada del hanyou, pero los dorados ojos la esquivaban— ¿Fueron las niñas?
  
—No.
   
—¿No fue eso? —Preguntó claramente sorprendida. De verdad esperaba que el bullicio de las hijas de sus amigos fuera el principal causante de su repentina huida— ¿Entonces?
   
—Yo... No sé...
   
    Y es que Inuyasha no sabía cómo exponer su situación, ni por dónde comenzar. Tampoco sabía si Kagome lograría comprenderlo. En ese momento sentía que las emociones lo desbordaban, lo confundían y mantenían irritable. No sabía cómo lidiar con todo ese manojo de nervios. Kagome sí era buena para eso. Kagome era una joven colmada de emociones, empatía y toda esa sarta de estupideces que sienten las mujeres. Él no estaba hecho para eso. No era bueno sintiendo, ni expresándose, lo suyo era pelear y nada más. Y si no podía resolver algo peleando, se sentía completamente desorientado.
   
—¿Sabes? No es necesario que celebremos algo si no quieres —comenzó, ante la atenta mirada del ojidorado que seguía sin saber cómo abordar la situación—. Puedo decirle a Sango y su familia que se marchen, estoy segura de que lo entenderán. Otro día podremos...
   
—Me molesta —interrumpió.
   
—¿Eh?
   
—Lo que acabas de decir... Creo que es eso lo que me molesta —Kagome frunció el ceño al no entenderlo.
   
—Decídete. ¿Les digo que se queden o no? Porque a veces eres tan confuso que...
   
—Lo que me molesta... Es la familia —continúo, sin prestarle atención a la mujer a su lado—. "Familia" es una palabra que me molesta mucho.
   
    Kagome guardó silencio al comprender que Inuyasha estaba por hablar nuevamente de su pasado y esa soledad que seguía quemándole el alma a pesar de los años. Tomó su mano y acarició sus dedos instándolo a hablar. Intentó buscar sus ojos, pero estos nuevamente la esquivaron por miedo a que leyera lo que decía en ellos.
   
—Las familias son lindas, dicen, pero también son algo aterradoras.
   
—¿Aterradoras?
   
—Sí... —Musitó.
   
    El clima tan hogareño, reconfortante y cálido era algo que le generaba náuseas. Sabía que sus amigos eran personas de confianza, que no dudarían en luchar junto a él o socorrerlo en caso de ser necesario, pero también lo desorientaba sentirse tan a gusto a su lado. A veces, por extraño que sonase, le resultaba más fácil estar alerta en lugar de simplemente bajar la guardia. No estaba acostumbrado a estar rodeado de tantas personas, de tanto ruido y risas... Especialmente risas que no fueran burlonas o despectivas. En realidad, todo habría salido a pedir de boca, si no fuera porque Kagome, una vez más, había pronunciado esa palabra tan extraña y dolorosa para él.
   
—Estoy tan feliz. Será nuestra primera navidad en familia, ¿cierto? Además conseguí este lindo...
   
   Un ligero escalofrío lo recorrió al escuchar esa palabra que lo hacía sentir extraño y, antes de que pudiera replicar, vio a Sango entrar con sus hijos recién bañados y vestidos con sus mejores ropas, acompañada a su vez de Miroku que traía un gigantesco jabalí. Al parecer, el monje había interceptado al mercader tan pronto regresó a la aldea y se apresuró a comprar la mejor presa que tuviese disponible. Shippo se encargó de jugar con los niños, mientras Kagome cocinaba junto a Sango; y Miroku, mientras tanto, conversaba con él respecto a sus futuros trabajos en aldeas vecinas. Fue entonces que notó el clima tan íntimo y apacible que poco a poco se formaba en su cabaña, y no pudo evitar sentirse nervioso.
  
—¿Listos para celebrar la navidad? —Preguntó ansiosa Kagome una vez que todos estuvieron reunidos alrededor del fuego de su hogar. Cada vez faltaba menos para cenar, menos para intercambiar sus regalos y apreciar los rostros llenos de ilusión de los niños al ver sus nuevos juguetes.
   
—¡Sí, tía Kagome! —Gritaron las gemelas al unísono sin dejar de sonreír.
   
—Por cierto, Miroku —llamó la castaña—, ¿realmente tienes un regalo para mí? No te he visto salir de casa últimamente.
   
—Por supuesto, Sanguito.
   
—¿En serio?
   
—De veras... Se trata de un cuarto hijo —susurró lujuriosamente en el oído de su joven esposa, quien no tardó en sonrojarse furiosamente. Inuyasha gruñó al escucharlos. ¿Realmente iban a coquetear usando los obsequios como excusa? Detestaba la idea de ese maldito intercambio de regalos.
   
—¡P-pervertido!
   
—¿No te gusta?
   
—N-no es eso, es que...
   
—Chicos, su cabaña está por allá —interrumpió Kagome entre risas. Realmente aquel par no cambiaba a pesar de los años.
   
—Por cierto, Kagome, ¿cómo fue que se te ocurrió esto de la navidad? —Preguntó Sango, esta vez mucho más calmada.
   
—Bueno, no la inventé yo, es una tradición de mi época y creí que a los niños les gustaría intercambiar regalos y recibir juguetes. Además, hace tiempo quería celebrar la navidad con ustedes en familia —ante esto último, un nuevo escalofrío recorrió al hanyou situado a su lado. Aquel malestar se instaló en la boca de su estómago haciéndolo sentir enfermo.
   
—Fue buena idea, señorita Kagome. Aunque es una tradición extraña, hace que nos sintamos más unidos y alegres.

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