Era una tarde tranquila. El sol todavía radiaba calor, aunque faltaba poco para que se empezara a esconder. Estábamos en la playa pasando el rato escuchando música mientras jugábamos a las cartas. Disfrutábamos de los últimos del verano.
Estaba a punto de levantarme para estirar las piernas cuando Rudy me llamó.
- Daphne, pásame una cerveza.
Me quedé mirándole fijamente escudriñando los ojos.
- Te has esperado hasta el último momento para pedirla, ¿verdad?
- Ay, qué más da si ya te has levantado, acércamela anda.
- ¿Cómo se piden las cosas? - le dije haciendo que perdiera la paciencia.
- Ugh, da igual. Voy yo a por ella - se levantó y se dirigió a la nevera portátil.
Me gire para admirar el mar. Era mi lugar favorito. Siempre venía cuando necesitaba desconectar, relajarme o simplemente no pensar. Rudy normalmente se unía a mis retiros espirituales, así los llamaba él. Decía en broma que es mejor que no esté sola cerca del mar cuando me da por pensar, no sea que me tire a él. Yo creo que lo hace porque también le gusta estar cerca del mar, le evade de sus problemas como a mí.
- (...) ¡tierra llamando a Daphne!
- ¿Qué...? Perdón, estaba en mi cabeza - le contesté riéndome de mí misma. Me pasaba mucho lo de quedarme pensando y olvidarme del resto del mundo.
- Te decía si te apetecía dar un paseo por la orilla ahora que se está poniendo el sol - Rudy se estaba poniendo las gafas de sol en la cabeza y se revolvía el pelo.
- Vale, ve tú adelantándote que voy a poner mis cosas detrás del árbol para que no me roben nada.
Rudy asintió y fue directo al mar. Cuando terminé de colocar las cosas le contemplé desde atrás sin que se diera cuenta. Rudy había cambiado mucho en el último año. La espalda se le había anchado de hacer surf, había pegado un gran estirón y la cara de niño se fue para dar paso a la de un hombre.
Éramos amigos desde pequeños. Vivíamos en la misma calle, teníamos la misma edad e íbamos a la misma clase. Pero lo que nos hizo amigos fue que un día en el colegio, estaba comiendo sola y él se acercó a mí:
- ¿Puedo sentarme contigo?
- ¿Por qué?
- Porque tienes la botella de los vengadores - dijo sentándose en frente y sacando su comida. Y sin más, empezamos a ser amigos.
Rudy me volvió a sacar de mis pensamientos gritándome que fuera con él o se iba sin mí.
- A ver si dejas de pensar tanto que al final te vas a quedar peor que lo ya estás - señaló cuando llegué junto a él.
- ¡EH! No te metas conmigo, que aquí el tonto eres tú - le pegué en el brazo.
- Mujer, ten cuidado con esa fuerza, que Hulk te llega corto - dijo riéndose mientras se frotaba el brazo.
Riéndome le saque la lengua y comenzamos a pasear en silencio. El sol empezó a descender y con ello se levantó una suave brisa. El mar rompía en nuestros pies. Los pájaros piaban de regreso a casa. El ocaso iluminaba todo de naranja y tonos rosados. Todo parecía perfecto.
No me di cuenta de que íbamos tan pegados que nuestras manos se rozaban con el balanceo. Cuando levanté la mirada de nuestras manos Rudy estaba mirándome fijamente, como si viera a través de mí. Podía ver con detalle cada expresión de su cara: los hoyuelos, su barba que empezaba a crecer y sus preciosos ojos azules, con los cuáles me hacía sentir especial cuando estábamos juntos. Estaba abriendo la boca para decirme algo cuando una pelota llegó a nuestros pies.