Capítulo Único

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Parquear el auto siempre ha sido una de las cosas que menos me ha gustado hacer en este mundo, demasiada tención en chocar contra la pared u otro auto. La principal razón por la que tuve que rehacer mi examen de conducción dos veces, ya que ningún instructor me aprobaba por la lentitud en que lo hacía. Ver cada vez más cerca la pared del garaje del edificio me revolvía el estómago. Terminé de dar marcha atrás en ralentí antes de apagar el auto completamente y suspirar de alivio. No había choques hoy.

Salir al húmedo parqueo hizo que mi pelo se crispara y se separara en horrorosas hebras que lo hacían ver muy desordenado. Definitivamente debí haberlo recogido antes de salir del trabajo.

Caminando rápido hacia el elevador, vi a alguien entrando "¡Aguántalo!" le pedía gritos a esa persona, que por suerte cumplió con mi pedido. Llegué a la destartalada puerta de metal hiperventilando por la mini carrera que había hecho. Dios, estoy en una forma horrible. "Gra-gracias" dije jadeando, para levantar la vista y reconocer a una de las inquilinas de los pisos inferiores; una anciana, de probablemente más de setenta años, mirándome con asco, y probablemente ganas de haber dejado ir el elevador. Sabiendo que no recibiría ninguna respuesta de su parte, me recosté en la pared opuesta a la puerta mecánica, sintiendo el jalón de la gravedad mientras subía.

Al cabo de menos de medio minuto, que me pareció eterno con las miradas de desprecio de la vieja, la puerta se abrió en el cuarto piso, y al fin, al fin, ella salió dejándome sola con mis pensamientos. Sinceramente, no es mi culpa que muchas personas no vieran bien mi estilo de vida. Yo no molesto a nadie, ni me meto en sus vidas, como para que ellos lo hicieran con la mía. Y ni siquiera saben todo ¿Cuál Sería su reacción si lo supieran?

Cuando la respuesta llegó a mi mente, las puertas se abrieron nuevamente en el décimo piso, en donde yo bajé.

Su reacción es la cosa menos importante en mi vida, y dudo que en algún momento lo sea.

Pasando entre todas las puertas, llegué a la que era la de mi apartamento 1023A. El pestillo doble que tuve que quitar me confirmó que era la primera en llegar a la casa.

Como era nuestra costumbre, después de cerrar la puerta, me fui desnudando y acomodando la ropa en el pequeño estante-taquilla que teníamos en el recibidor justo al lado del perchero de madera que tenía unas cuantas batas, por si debíamos abrir la puerta.

Mis pezones se endurecieron al ser liberados del sujetador y no pude reprimir un suspiro de puro alivio. Amaba la libertad que sentía al estar desnuda, sin que me importara realmente si alguien miraba y no le gustara algo, o el tamaño de limones de mis pechos, o mi culo carnoso que terminaba en piernas gordas, o lo muy estrecho de mis caderas y lo delgada que me hacía ver. No me importaba, porque me gustaba, y le gustaba a ellos, y eso era lo importante.

Llevar una vida nudista dentro de casa o zonas públicas que lo permitían, realmente no afectaba mi relación con mis compañeros de trabajo, o el resto de mi vida social en general, ya que había pocas personas que lo sabían, nuestros padres, que a veces se nos unían en andar desnudos por la casa durante las cenas, y nuestros amigos más cercanos, que eran pocos, y la mayoría exnovios o exnovias con los cuales no nos inhibíamos. No era eso por lo que la mayoría de mis vecinos me veían con mala cara y otros con indiferencia.

Con la idea de empezar a hacer la cena fui a la cocinita que teníamos, para encontrar pegado al frízer una notica en papel verde con forma de manzana.

Hola mis amores, si alguno llega antes que vire, pues salí a buscar los mandados del mes que ya tocan y no quiero que se queden en la bodega.
Hoy cocino yo, así que ninguno se meta en la cocina.
Con amor:
Milly.

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