parte 2 del capítulo 1

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Lo malo es que la ventana del «Cuarto Amarillo» da al campo, de forma
que la pared del parque que desemboca en el pabellón me impedía llegar en
seguida a la ventana. Para llegar allí, primero había que salir del parque. Corrí
por la parte de la reja y, en el camino, me encontré con Bernier y su mujer, los
porteros, que acudían atraídos por las detonaciones y por nuestros gritos. En
dos palabras los puse al corriente de la situación; dije al portero que fuera a
reunirse en seguida con el señor Stangerson y ordené a su mujer que viniera
conmigo para abrirme la reja del parque. Cinco minutos más tarde, la portera
y yo estábamos delante de la ventana del «Cuarto Amarillo».
—Había una hermosa luna clara y vi en seguida que no habían tocado la
ventana. Los barrotes seguían intactos y las contraventanas detrás de los
barrotes también estaban cerradas tal como yo mismo las había cerrado la
víspera, como todas las noches, aunque la señorita, que sabía que estaba muy
cansado y sobrecargado de trabajo, me dijera que no me molestara, que ella
misma las cerraría; y habían quedado tal como yo las dejé, sujetas «por
dentro» con una aldabilla. Así pues, el asesino no había podido pasar por allí
y no podía escapar por allí, ¡pero tampoco yo podía entrar por allí!
¡Ésa era nuestra desgracia! Por mucho menos habría uno perdido la
cabeza: la puerta del cuarto cerrada con llave «por dentro»; las contraventanas
de la única ventana, cerradas también «por dentro», y, por encima de las
contraventanas, los barrotes intactos, unos barrotes por los que no podría
usted pasar el brazo… ¡Y la señorita que seguía pidiendo socorro…! O, mejor
dicho, no, ya no la oíamos… Quizá había muerto… Pero, al fondo del
pabellón, yo seguía oyendo al señor que intentaba derribar la puerta…
La portera y yo echamos a correr de nuevo y volvimos al pabellón. La
puerta seguía en pie a pesar de los golpes terribles del señor Stangerson y de
Bernier. Por fin, cedió bajo nuestros furiosos esfuerzos, y ¿qué vimos
entonces? Tengo que decirle, señor, que detrás de nosotros la portera llevaba
la lámpara del laboratorio, una lámpara potente que iluminaba todo el cuarto.
También tengo que decirle que el «Cuarto Amarillo» es muy pequeñito.
La señorita lo había amueblado con una cama de hierro bastante ancha, una
mesa pequeña, una mesilla de noche, un tocador y dos sillas. Por eso, a la luz
de la gran lámpara que llevaba la portera, lo vimos todo a la primera ojeada.
La señorita, en camisón, estaba en el suelo en medio de un desorden increíble.
Mesas y sillas caídas indicaban que allí había habido una fuerte «pelea». Con
toda seguridad habían sacado a la señorita de su cama; estaba llena de sangre,
con terribles señales de uñas en el cuello —tenía el cuello casi destrozado por
las uñas—, y con un agujero en la sien derecha, de donde corría un hilo de
sangre que había formado un charco en el suelo. Cuando el señor Stangerson
vio a su hija en semejante estado, se arrojó sobre ella dando tales gritos de
desesperación que daba lástima oírlo. Vio que la desgraciada seguía
respirando y no se ocupó más que de ella. Nosotros buscamos al asesino, al
miserable que había querido matar a nuestra ama, y le juro que, de haberlo
encontrado, no hubiéramos respondido de su pellejo. Pero ¿cómo explicar que
no estaba allí, que ya había escapado?… Esto sobrepasa todo lo imaginable.
Nadie debajo de la cama, nadie detrás de los muebles, nadie. Sólo
encontramos sus huellas; las huellas ensangrentadas de una ancha mano de hombre en las paredes y en la puerta, un gran pañuelo rojo de sangre, sin
ninguna inicial, una vieja boina y las marcas recientes en el suelo de muchos
pasos de hombre. El hombre que había andado por allí tenía un pie grande y la
suela de sus zapatos dejaba una especie de hollín negruzco. ¿Por dónde había
pasado ese hombre? ¿Por dónde se había desvanecido? «No olvide, señor, que
no había chimenea en el “Cuarto Amarillo”». No podía haber escapado por la
puerta, que es muy estrecha y por cuyo umbral entró la portera con su lámpara
mientras el portero y yo buscábamos al asesino en ese reducido cuarto
cuadrado, donde es imposible esconderse y donde, por lo demás, no
encontramos a nadie. La puerta, medio derribada y echada contra la pared, no
podía disimular nada, como de hecho comprobamos. Nadie había podido
escapar por la ventana, que permaneció cerrada con las contraventanas
echadas y los barrotes intactos. ¿Entonces? Entonces… empezaba yo a creer
en el diablo.
Y fue cuando descubrimos en el suelo «mi revólver». Sí, mi propio
revólver… ¡Esto sí que me devolvió a la realidad! El diablo no habría
necesitado robarme el revólver para matar a la señorita. El hombre que había
estado allí había subido primero a mi desván, había cogido el revólver de mi
cajón y lo había utilizado para sus perversos designios. Entonces, al examinar
las balas, comprobamos que el asesino había disparado dos veces. Pues sí,
señor, dentro de lo malo, fue una suerte para mí que el señor Stangerson se
encontrara en el laboratorio cuando sucedió aquello y pudiera comprobar con
sus propios ojos que yo también estaba allí, pues, de lo contrario, con esa
historia del revólver no sé adonde hubieran ido a parar las cosas. Para mí que
estaría ya en la cárcel. ¡La justicia no necesita más para llevar a un hombre al
cadalso!
El redactor de Le Matin terminaba la entrevista con las líneas siguientes:
Hemos dejado sin interrumpirle al tío Jacques contarnos brevemente lo
que sabía del crimen del «Cuarto Amarillo». Hemos reproducido las mismas
palabras que él empleó; sólo le hemos ahorrado al lector las continuas
lamentaciones con que salpicaba su relato. ¡Ya lo sabemos, tío Jacques! ¡Ya
sabemos que quiere mucho a sus amos! Usted necesita que se sepa y no deja
de repetirlo, sobre todo desde el descubrimiento del revólver. ¡Está usted en
su derecho y no vemos ningún inconveniente en ello! Hubiéramos querido
hacerle más preguntas al tío Jacques —Jacques Louis Moustier—, pero en ese
mismo momento vinieron a buscarle de parte del juez de instrucción, que
proseguía su investigación en el salón del castillo. Nos ha sido imposible
penetrar en el Glandier y, por lo que se refiere al encinar, está vigilado en un
ancho círculo por unos cuantos policías, que guardan celosamente las huellas

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⏰ Última actualización: Jan 08, 2021 ⏰

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