Eran las once de la mañana y yo jugaba con un lápiz golpeándolo contrami escritorio, no podía concentrarme en el trabajo, había sido unaespectacular noche que terminó con una frase que me llevó a pensaralgo que para nada me agradó, "no estaré disponible hasta el lunes porla noche", recordé que me dijo antes de salir por la puerta de lahabitación, así que, uniendo eso a lo de que no lo hacía por dinero,llegué a la conclusión de que era casado, ¿qué otra razón habría paraque no pudiéramos vernos en fin de semana?, no sabría si podíasoportarlo, apenas era viernes y faltaban muchas horas para las ocho dela noche del lunes y eso si me respondía el celular, "claro que siemprehay otras opciones... puedes acariciarte pensando en mí", habíaagregado mientras abría la puerta.
– ¿Estás bien? – preguntó Diana entrando a mi oficina.
– Sí, ¿por qué?
– Llevas como media hora haciendo lo mismo, vas a terminar poraboyar el escritorio.
– No seas exagerada – exclamé con una sonrisa.
– Te noto... algo ansiosa, no sueles jugar con los lápices muy a menudoy menos por tanto tiempo, ¿problemas con Oscarito?
– No, con él todo bien, estoy un poco bloqueada con el slogan de estacampaña.
– Será que la señora inspiración anda de vacaciones – le sonreí mirandohacia arriba – por cierto, hoy no podré ir a almorzar contigo, iré con Rubén.
– ¿El contador? – dije sorprendida, habían tenido un par de altercadospoco agradables.
– Sí, pero no es lo que tú piensas, su hermano administra un salónde fiestas infantiles y quizá me consiga un descuento para la fiesta decumpleaños de Camilita
– Sí, claro, por supuesto, algo parecido me dijiste de, ¿Cómo es que sellamaba?, ah sí Alberto, y si terminaron en su oficina pero no precisamentehaciendo negocios.
– Bueno, tú porque tienes un novio maravilloso y no sabes lo que esquerer sentirse mujer en toda la extensión de la palabra, sentirsedeseada.
– No, no lo sé puesto que todos los días duermo con mi novio – dijeirónica.
– Al menos tienes un novio – dijo saliendo de la oficina.
Sí, lo tenía, pero no me hacía sentir deseada, al menos, no como elextraño que anoche me había mirado de una forma que me hizotemblar, que me hizo sentir deseada como nunca antes, con un fuegoincesante en sus ojos. Tenía que hablar de esto con alguien, no podíaseguir manteniéndolo en secreto, me estaba carcomiendo por dentro ynecesitaba que alguien me escuchara, pero Diana no era opción,seguramente me regañaría por engañar al perfecto novio que al menosyo sí tengo, entonces pensé en Vanessa y recordé que me había platicadodel pequeño desliz que había tenido en aquella reunión de excompañeros de la preparatoria, sí, ella era la ideal para escucharme yquizá hasta aconsejarme. Entonces tomé el teléfono y le marqué,afortunadamente su oficina estaba a tres cuadras de la mía y la invité aalmorzar, de inmediato notó mi tono de angustia en la voz y me dijoque nos veíamos a la una en punto en un restaurante que estaba encontra esquina de mi oficina.
Cuando llegué, ella ya estaba ahí, se levantó, nos saludamos de beso enla mejilla y después ella me dio un abrazo de consuelo.
– A ver, ¿qué es lo que te sucede?
– No sé por dónde empezar, es complicado.
– De eso me puedo dar cuenta en seguida, traes una cara como sihubieras cometido un delito – dijo colocando su mano en mi mentón yme movió la cabeza.