Capítulo 22: Pastillas para no dormir.

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No recuerdo el significado que le di a la tristeza y a la felicidad en el pasado. Eran emociones lejanas, que aunque viví, comenzaban a verse ridículas, pero fueron en exceso dolorosas.

Depresión.

Tenía pesadillas de mi subconsciente gritando que lo sacaran de este cuerpo. No me gustaba excederme con mis horas de sueño por esa razón: llegaban los sueños pesados.

Desperté por inercia, tragando el aire con fuerza aunque no podía despegar los ojos sin ver borroso. La habitación estaba fresca y en penumbra, me envolví más en la manta y sacudí la cabeza alrededor para observar la poca luz que se colaba entre las cortinas. No era luz artificial, el sol ya había salido pero prefería no terminar de despertar.

—Silencio total. —Murmuré con una leve sonrisa, abrazando mis rodillas contra mi pecho.

El cuarto estaba vacío. La alarma a un costado no sonó, aunque eran las 8:30 y eso significaba que si no me bañaba ya, llegaría tarde.

Ay, mierda.

Arrojé la sábana, pegué un grito ahogado al sentir el frío por dormir con shorts, y me apresuré a saltar de la cama para encerrarme en el baño. Aunque el día aparentaba que todos estaban durmiendo, seguro ya se había levantado la mayoría, y estaban camino a clases o terminando de desayunar.

Bajé por las escaleras aún con el cabello húmedo, sosteniéndome del barandal para no irme de boca por el sueño. Me desvelé anoche por tareas que debía entregar, y mi mamá me convenció de perder horas con mi hermano viendo un documental que a ninguno le gustó.

No quería ver sobre asesinatos antes de dormir.

—¿Sigues aquí? Pensé que Insomnio te había secuestrado hace horas. —Mi mamita se sorprendió al verme bajar. Dejó de masticar e hizo señas para entregarme mi lunchera y medicación matutina.

—No, no tocó la puerta hoy. Se ha de haber desvelado mucho. —Murmuró mi padre, tomando el café negro de siempre.

—Ya voy tarde —pasé mi mano sobre la cabeza de Hipocondríaco para tomar mi mochila—. Desayuno algo por allá. Buenas mañanitaaaas.

Tras girar me golpeé con la puerta principal. Puse mis manos al frente para alejarme un poco, tomé el mango con cansancio y abandoné la casa. Podía escuchar en mi cabeza las voces de mis padres cuestionando la razón por la que estaba así, pero el sueño también me hacía alucinar.

Me aferré a mi mochila y di un paso seguro mientras apretaba mis párpados, pues Insomnio siempre se preparaba en esa esquina para asustarme cuando no venía a recogerme hasta mi casa. Aún cuestionaba su resistencia hacia el olor de la basura, o la paciencia para aguardar allí por horas.

Buenos días, Inso. El día se arruinó desde que desperté tarde.

Abrí los ojos de vuelta cuando no escuché ningún grito o recibí un empujón. Doblé el cuello a los costados pero no lo vi en ningún lado, solo me encontré con algunos vecinos que regaban el jardín y una calle silenciosa donde el segundo autobús aún no rondaba.

Raro.

Me detuve a media calle al notar la ausencia de Insomnio, y lo extraño que era para mí observar las calles o a los vecinos sin él. No conocía bien ni mi propio entorno, eso era verdad, pero me asusté un poco así que retrocedí sobre mis pisadas y desvié los ojos hacia el hogar silencioso de él.

Escuela para trastornos y enfermedades. {DISPONIBLE EN FÍSICO}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora