Prólogo.

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El reloj de mi muñeca marcaba las 8 y el sol ya se había puesto hace rato.

Me sujeté a mi bolso y lo abracé contra mi pecho por debajo de mi abrigo. El invierno en Estados Unidos era mucho más crudo de lo que imaginé, era despiadado.

La oscuridad me rodeaba y lo único en lo que podía pensar era en llegar sana y salva a casa. La gente normal no solía transitar demasiado las calles mientras nevaba, por lo que me encontraba completamente sola.

Un auto negro pasó junto a mi y bajó su velocidad.
Si no hubiese reconocido el vehículo probablemente ya estaría corriendo por mi vida y cayéndome de cara a la nieve.

La ventana del lado del copiloto se bajó lentamente, permitiéndome ver finalmente a quien ya sabía que era el conductor de aquella máquina veloz. Bendito Mustang Boss 302 laguna seca.

-¿Kovak? ¿Qué demonios haces caminando fuera a esta hora y con tan poco abrigo encima?- Lo cierto es que este idiota de expresión confundida tenía razón, mi sweater no era lo suficientemente grueso para soportar el frío que hacía esta noche.

Me incliné hasta estar a la altura del coche.
-Es Novak, por el amor de Dios. ¿Cuántas veces debo decírtelo? ¿Es que acaso tienes un problema de retención o qué?- No era la primera vez que se equivocaba con mi apellido y yo lo corregía, sabía que a esta altura sólo lo hacía para molestarme pero no dejaba de ser fastidioso.

Supongo que logra su cometido.

-Sé como te llamas Lia, es solo que disfruto cabrearte.- ¿Lo ven? Idiota.

Bufé sonoramente y una sonrisa ladeada se estiró por sus facciones.
Por un un momento me quedé embobada contemplandolo, me permití ese lujo. El imbécil era increíblemente hermoso.

-Sube.- Destrabó el seguro de las puertas.- Te llevaré a casa.
-Estoy bien, no hace falta.- Lo rechacé.
-Claro que hace falta. Está helando ahí afuera y lo último que quiero es que te resfríes después de un arduo día de trabajo.

A veces olvidaba que él se sabía mis horarios. De verdad que era un rarito.

-¿Preocupándote por mí, Roux?- Elevé mi ceja izquierda en su dirección. Si él podía picarme, yo también lo haría de vez en cuando.
-Como siempre lo hago.- Murmuró. Aclaró su garganta y, sin mirarme en lo absoluto, jaló de la manija y abrió la puerta para mí.- Ya sube, molesta.

Una risita se me escapó de los labios mientras ingresaba a la calidez de aquel auto y subía la ventanilla para que la calefacción no se perdiera.

Molesta era uno de los tantos (y cuando digo tantos me refiero a MUCHÍSIMOS) apodos que Aiden tenía para mí, aún cuando el molesto era él.

-¿Dirección?- Preguntó luego de haber puesto en marcha el coche otra vez.
-Blackways, al número 23.

Una sonrisa blanca, perfecta y amplia adornó su rostro. Casi al instante comprendí el porqué de la misma, sabía en qué estaba pensando sin que me lo dijera.

-No.- Lo corté de raíz.
-¡Pero si no he dicho nada!- Se defendió divertido entre pequeñas risas.
-No, pero sé lo que piensas.
-Vamos es que, es demasiada coincidencia. Tú lo sabes.
-Claro que sí, pero sólo es eso, una mera coincidencia.
-Elijo creer en las causalidades.
-Idiota.- Rodeé los ojos.

Chasqueó la lengua.

-Puedes decir lo que quieras pero el destino es claro.
-¿De qué destino hablas? Ya estás alucinando.
-No lo hago.-Se acomodó en el asiento para poder conducir y explicar su teoría al mismo tiempo.- Piénsalo: En la calle donde vives, la altura de tu hogar es el número 23. Este número no sólo es el de mi casa, sino que también es el de mi cumpleaños. ¡Hasta la matrícula de mi auto tiene ese número!

Hizo una pausa para respirar que solo agregó tensión a mi corazón.

»Todo es demasiado exacto. Tu lo llamas casualidad, yo lo llamo destino. El universo nos manda pequeñas señales, mi querida Lia.

Decidí seguirle el rollo por un momento, aunque me haría la tonta en el proceso.

-Y, según tu, ¿Cuál es el destino para nosotros?- Clavé mis ojos en él, expectante. Lo único que el pelinegro hizo fué relamer sus labios y sonreír.

-Pues estar juntos, claro.

Al ver que hablaba en tono serio, solté una carcajada que brotó desde el fondo de mi garganta. No pude evitarlo.

Ese par de deslumbrantes ojos grises, se despegaron del camino por un segundo para mirarme entre confundidos y molestos.

-¿De qué te ríes tanto?-Espetó.

-Pues de tí. De tu manera de hilar sucesos o de tus ocurrencias, son divertidas pero delirantes al fin.
-No les veo nada de delirantes. ¿Acaso no crees en que las personas están predestinadas?
-No creo en el destino, Aiden.- Mi risa había mermado pero una sonrisa triste adornó mi cara por un segundo. La borré instantáneamente.

-Pues entonces cree en mí.- Estacionó frente a mi casa y se quitó el cinturón de seguridad para voltear su cuerpo y así quedar frente a frente. Tomó mis dedos entre los suyos. La calidez de su mano me reconfortó.- Porque aunque tenga que ir en contra del cielo y toda la tierra, tu futuro es conmigo Novak. Eso tenlo por seguro.

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¡He aquí un pequeño adelanto!

Espero que hayan disfrutado de este prólogo, ojalá y les haya agradado para seguir con la lectura.

No olviden comentar y votar, el intercambio siempre será bien recibido mientras sea con respeto.

Les envío cariño desde el fondo de mi corazón.

Nos leemos, C.

"PROMESAS"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora