Ustedes saben quiénes son.
¿Qué hace un inmigrante cuando se enfrenta al frío hielo de Nueva York? ¿Qué hace cuando está acostumbrado al calor de su patria, pero debe abandonarla por un pedazo de papel que al final del día no es amigo de nadie? Simplemente sigue, haciendo que en sus venas se congele la calidez de una cultura que tiene como destino el olvido involuntario.
En medio del ser y el fingir vivir, me encuentro yo. Ahora camino sin mover los pies, miro sin observar y saludo sin sonreír. Es insensato negar que la indiferencia que llega hacia a mí desde afuera es el soplo diario. Poco a poco, siento que me convierto en un bulto de carne andante y que, al igual que los humanos artificiales, se me es imposible definir una emoción.
Hace un año tuve que dejar mi tierra en el Caribe. Con ella, le dije adiós a las tardes soleadas, la seriedad disfrazada en comedia y a los importunos que ofrece el "Tercer Mundo". Nunca me gustó ese término. Siempre me hizo sentir como una cavernícola en medio de carros voladores. Me hacía pensar, ¿acaso existirá otro mundo que no sea el primero, el segundo o el tercero? Uno donde todos seamos vistos como humanos. No como negros, pobres, blancos, estúpidos o desperdicios. Sólo nosotros y el hecho de que compartimos todos el aliento de la vida... o de la muerte que nos espera.
Estoy aquí y mi única meta es sobrevivir. Soy consciente de lo rápido que corren los minutos e intento alcanzarlos, pero siempre me dejan atrás. A estas alturas sólo sé que tengo dieciocho años y me gusta escribir. Sin embargo, no puedo yo recortar letras y comerlas en el desayuno. Eso lo dijo y demostró mi padre al arrancar hojas de mi vieja libreta y lanzarlas a la basura. Ahí, donde solía anotar la grandeza de las cosas pequeñas a mi alrededor. Por eso, dejé mi pasión a un lado. Siento cómo mi alma se enfría en busca de un lápiz que traiga a mí las historias del pasado, donde las flores crecían llamando al verano.
Ando con la convicción de que hoy ha sido un día difícil. Busqué oportunidades y no las encontré. Por eso, se pinta en mi cara el triste cuadro de la desilusión.
Con paso apresurado, me dirijo a la parada del tren, tratando de descifrar los lugares con mi inglés macarrónico. Me pierdo en los mapas y en los pies de plomo que desfilan frente a mí.
El gran gusano de hierro, a veces lleno de ratas; otras veces hogar de los desahuciados, no tarda en llegar. Abrazo mi mochila y finjo seguridad. Las experiencias de mi tierra me entrenaron para momentos como este. A pesar de tal verdad, trato con mucho esfuerzo de que mi mente no vuele hacia fantasías que me toman de los talones y me impulsan a las estrellas.
Aún me pregunto cuál es la verdadera realidad. ¿Será este hoyo lleno de preocupaciones y maldad donde no puedo soñar? ¡Vaya vida! No recuerdo haber llenado un formulario para nacer.
En medio de mis pensamientos pesimistas, noto cómo una flor desciende de forma calmada hasta dormir en las vías del tren. Sólo así me doy cuenta de que nadie espera conmigo. Me aseguro si estoy en el lugar correcto y, en efecto, lo estaba.
La flor no se movía. Pude percibir su hermoso color azul cuando las luces de una linterna gigante la alumbraron antes de destrozarla. Levanté la vista y la luz me cegó por un segundo. Luego, personas de todos los tamaños y colores bajaron. Siempre omitiendo una sonrisa.
Cuando no quedaba nadie, me subí. Un escalofrío me recorre de arriba abajo al notar que está vacío. Todos dicen que es esta la ciudad del insomnio, pero esta noche parece el desierto de los muertos. Me siento a una distancia aceptable de la entrada y espero. Para no perder el tiempo, practico qué les diré a mis padres cuando por costumbre me pregunten cómo me fue.
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Dedicado a Ellos || Relato largo
Short Story¿Qué hace un inmigrante cuando se enfrenta al frío hielo de Nueva York? ¿Qué hace cuando está acostumbrado al calor de su patria, pero debe abandonarla por un pedazo de papel que al final del día no es amigo de nadie? Simplemente sigue, haciendo que...