- p a r t e ú n i c a -

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No había flores en el Abismo sin fin.

Su mirada desenfocada se clavó en el horizonte, y en aquel entonces le pareció que el rojo furioso del cielo no tenía ningún final, y en cambio se diluía en la superficie difusa del río sangriento que se extendía por la mayor parte del Abismo sin fin, haciendo de las suyas con un cauce salvaje que parecía advertir al mundo sobre el espiral de violencia visceral que envolvía aquel lugar abandonado por los dioses.

Una sonrisa sangrante se extendió en su rostro surcado de finas lágrimas plateadas mientras el sol de obsidiana moría ahogado en los brazos del río. Ociosamente se preguntó si aquella visión no era más que un efímero segundo en una pesadilla que había sido cuidadosamente implantada en su espacio onírico a modo de tortura personal.

Sin embargo, una voz traidora proveniente de sí mismo le susurró con saña: 
No lo es. Shizun no está. Incluso en los peores sueños, él siempre estaría presente.

Los atardeceres en el Abismo se asemejaban más a una traición sangrienta, donde el tétrico sol huía de él, dejándole sumido en una penumbra más espesa que la oscuridad misma, con bestias acechando el momento ideal para desgarrarle la carne y moler sus huesos en polvo.

Luo Binghe suspiró y de nuevo, contemplando el horizonte sintió la familiar quemadura en la garganta, una picazón incómoda que le hacía tensar cada músculo para intentar, en vano, contener una tos húmeda que como siempre, resultaría en pétalos de flores muertas cubiertos de sangre espesa y putrefacta.

La primavera en el pico Qing Jing olía a madera de cedro y bambú. Las hojas del bambú formaban una danza perezosa en el aire, fluctuando lánguidamente alrededor de los apurados —pero siempre elegantes— discípulos que cargaban instrumentos finos, siguiendo por los senderos de piedra para recibir las lecciones en los pabellones abiertos.

Luo Binghe solía pensar que su presencia sería un borrón feo en toda la escena. Siempre fue más suave que el rostro elegante de un erudito, él mismo era, de cierto modo, más ignorante en las tres de su pico, más torpe y más sencillo que cualquier otro niño de su secta. La pulcritud de su alma no se reflejó positivamente en su apariencia. Sabía que había algo particularmente desagradable en él, si la mirada desdeñosa y el violento impacto del té hirviendo en su cabeza era una señal.

Y la mirada de desprecio.

Los moretones en su piel, los huesos resentidos que se astillaban con cruel lentitud y los pómulos violáceos se convirtieron en la prueba de que la primavera podría ser mancillada por él.

Flores blancas aparecían en primavera y llevaban su dulzor hasta la leñera, secretamente, el niño delgado y tímido deseaba recoger algunas y enterrar su nariz rojiza en los pétalos, sentir que estos podían acariciar su rostro y quizá, permitirle recordar la amable calidez de los besos de su madre en las mejillas suaves.

Pero él mismo era tan torpe y sucio que temía ser capaz de dañar las flores, su maestro dijo una vez, mirándole directamente, que las bestias no debían mancillar el campo primaveral.

Pero no había flores en el Abismo.

Solo había pétalos moribundos, que salían rotos y ensangrentados de su garganta.

Se retorcía en el suelo, su columna se ramificaba, marcándose en su piel de luna. Podía sentir que sus venas se volvían rígidas. Era él una planta en plena floración.

Dónde había venas, hoy hay ramas delgadas, zarcillos engañosos que rompen la piel, reclamando salir para extenderse con libertad al sol.

Violencia salvaje recorre los zarcillos (¿O seguían siendo venas?) hinchándose hasta casi reventar.

Una, dos, tres, cuatro y cinco toses quebradas.

Silbido.

Una y dos y tres.

Plantas envueltas en sanguaza se adherían a su lengua.

Silbido.

Una, dos, tres, cuatro, cinco.

Esa sangre. La sangre negra frente a él luce como si no fuera suya, ¿En qué momento se abrieron tantas heridas? 

En la profunda oscuridad, con la garganta destrozada y la pesadez del alma,  yace envuelto en una crisálida babosa, con una voz desdeñosa que canta diatribas en su oído.

Muere de una vez.
¿Qué no sabes?
Los gusanos esperan.


En la caja torácica,
está servida la cena.

Muere de una vez.

Todos lo esperan
Escupe tus tripas.
Anda, cobarde
¿Qué esperas?

Nadie te anhela,
estás

c

a

y

e

n

d

o

Y te [des] armas
con mentiras
y defensivas.

(qué no son más
que ofensivas).

Crees que estás viviendo.
Cuando en realidad, estás muriendo.

(Te estás matando)

o
es
que
solo
temes
amar,
sin
ser
amado.

Los gusanos esperan.

¿Sigues sin decidir?
Muere de una vez,
sirve la cena,
que a lo mejor
si te mueres,
te usan de fertilizante.
(harías crecer las flores)

en vez de mancillarla
la primavera sería fresca.

Eres cobarde,
no puedes vivir.
No eres valiente,
no puedes morir.

No puedes ser amado.

Los gusanos siguen a la espera.

En el cielo no te esperan,
el infierno ya te ha reclamado.

y los gusanos,
esos sí te esperan.

Escupe las arterias,
trágate el veneno de
tu mente, incendia
el alma y apaga el
miedo.

Arráncate los pulmones.

No había flores en el abismo sin fin.

Solo flores muertas en sus entrañas.

Flores muertas en mis entrañas •bingqiu fic•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora