La lluvia torrencial caía agresivamente sobre aquél edificio de concreto y cemento planeado y hecho para resguardar los más profundos y oscuros secretos; y las más dolorosas traiciones. La luz dentro de la habitación 93 estaba encendida, su ducha estaba siendo utilizada, después de tanto tiempo. Fuera de ella, en el piso descuidado y mal aseado se encontraba uno de los que se hospedaron en esa habitación de aquél hotel de mala muerte. No porque quisiera, claro. Su ropa se hallaba empapada, casi podía hacer un charco debajo de él. Tenía frío, obviamente. Después de mojarse en maldita lluvia quién no lo tendría, se pregunta. Sus ojos no dejan de ver de manera inquisitiva la habitación en la que se encontraba y por supuesto, no paraba de criticarla. ¿Desde cuándo no limpian este maldito piso? ¿Acaso no pintan ésta pocilga desde los tiempos de mi abuela? Miles de palabras soeces salían de su mente mientras gruñía por lo bajo, de mal humor.
Estaba inquieto, no se sentía a gusto. No quería estar allí. No debía estar allí.
Pero ya qué.
Estaba temblando de frío y el calentador no parecía funcionar. Lo que faltaba, piensa con resignación. Bueno, este lugar se había ganado su ignominia desde el principio así que tampoco tenía muchas esperanzas. Se quita su chaqueta empada sin preocuparse en el ya sucio suelo, prosigue con sus botas y medias para finalizar por su musculosa negra pesada y empapada. La tira al suelo al mismo tiempo que escucha el sonido de la ducha siendo cerrada.
Inmediatamente se tensa.
Los músculos de su espalda se contraen y se crispa, enseguida en señal de alerta. Todos sus sentidos despiertan y hasta siente que su respiración se acelera. No deberías estar aquí, vuelve a gritar una voz que no sabe si es su conciencia o su yo mismo.
Trata de pensar en todo menos en la persona que se encuentra en el baño. Toma una de las toallas que se encuentran en un buró y se seca de la pelvis hacía arriba. Un trueno resuena por todo el edificio y casi puede sentir cómo la persona en el baño se encoge por ello. Cobarde.
Con una sonrisa que no trata de ocultar va hacía su bolso en una de las dos camas que se encuentran en el cuarto y saca una muda de ropa. El plan era quedarse en un lugar – lugar que no era ese, pero ya se encontraban ahí. No podía hacer una maldita cosa ya.
Cierra el bolso maldiciendo su suerte y en ese mismo instante sale de la puerta la persona del baño.
Para él, todo pasa lento y tortuoso.
Todo se resumió, en levantar la mirada y ver esos ojos, esos malditos ojos, que lo vieron con algo de alerta, tal vez por el trueno que acababa de retumbar, pero también con algo tranquilidad. Tranquilidad porque estás aquí y no estoy solo. Supone.
Y huye.
Porque él si es un maldito cobarde.
Cierra la puerta del baño pasando oor un lado e ignorando a la persona y se deja caer en el suelo mientras se jala el cabello con sus manos en frustración. No debo estar aquí, se repite de nuevo. Pero ya no puedo hacer nada, se vuelve a recordar. Él no quiere recordar, no quiere recordar cómo esta vestido ahora, no quiere recordar la mirada que le dió. La mirada que compartieron. No quiere rememorar nada. Ni una mierda.
Sólo quiere dormir.
Pero es débil y no sabe dominar a su mente.
Se ducha con su mente ida en colores azules, rojos y blancos. Con brisas frías y días calientes. Con mirada gélida y sonrisa cálida. Y quería gritar. Gritar tan fuerte hasta quedarse sin voz.
Pero no podía.
Pensó en como era él realmente, alguien inquebrantable. Con una postura belicosa y un humor displicente, pero que a su vez poseía una gran inteligencia y un sentido de superación envidiable, digno de admiración. Muy loable. No era cualquier perdedor. No era débil, no podía creerse débil teniendo las expectativas que tiene de sí mismo. No era algo que se llevara su tranquilidad y diligencia.
Salió con los humos elevándose a los cielos y el pecho turgente.
No esperó ver la imagen que vió.
Medias largas envueltas en pies embelesedores y llegaban hasta las pantorrillas pisaban el suelo desgastado de madera. Movimientos delicados, sinuosos. ¿Así actuaba cuando se desinhibía? ¿Cuándo tenía miedo? Esa persona remilgada y de actitud flemática. No era propio de él. No parecía él.
Pero lo era.
Era inerrarable, verlo bailar ahí, como si fuera natural. Cómo si lo hiciera todos los días. Tan grácil. Tan feliz. Tan divino.
Y lo miró.
Tan entrañable. Tan íntimo.
Ojos brillantes. Añil y obsidiana.
Y él se creía intransigente, pero era débil. Débil.
No le costó notar lo que tenía encendido entre sus dedos, brillante y casi crepitante.
Era su catarsis, estaba completamente hundido. Y jodido.
Deseaba su cabeza recostada en su hombro mientras dejaba que el humo ingresara a sus pulmones y invadiera su sistema, para dejarse llevar. Para apagar su orgullo por un maldito momento, porque él estaba ahí, hablando sovoz, tan bajo, dulce y suave.
Su voz se escuchaba como melifluo cuando dijo que ésta noche era donde comenzaba todo.
Y reía. Y era una maravilla. Un espectáculo digno de un jolglorio que hizo que él también riera.
Un acabose. Ambos sabían que estaban muy alto y pérdidos y solos en el cielo casi llegando a la estratósfera.
Por un momento juró que no dejaría que lo completara, que lo desarmara por completo y dejar que clavara la daga en su carne tan profundamente hasta hacerlo sangrar.
Pero sus ojos brillanban cómo los más puros diamantes y su cabello bicolor estaba húmedo y desordenado, y su sonrisa era floja. Y lo estaba mirando a él. Y Katsuki lo único que quería era pintarlo justamente ahí para después llevarlo a The Louvre y lo hicieran su más grande exibición, porque lo merecía joder, merecía eso y más. Pero tampoco quería compartirlo, porque era de él. Y esa mirada estaba dirigida a nadie más que a él.
Las luces eran cegadoras y la vida nocturna era pericia de ellos dos ahí.
Se dejaba caer por el abismo lleno de lava ardiendo sólo porque vió un fragmento de hielo en sus hebras rojizas.
Quería agazaparse en una esquina y llorar por lo famélico que se sentía; sin fuerzas y sin defensas. No era sano para sí, no debería sentirse así.
Pero lo único en que podía pensar era cuando podrían encontrarse una vez más. Fingir que se podían amar una vez más que durara hasta el próximo Génesis de la humanidad.
Y Todoroki Shouto era cruel bajo la débil luz de la habitación con sus pesados labios colgando debajo de él.
Pero ya habrá tiempo para quejarse y llorar. Todo él era un incendio forestal.
Y estaba bien fingir que estaban enamorados, y que uno de ellos no tenía a alguien esperando su llegada. Estaba bien, porque no era el momento.
Él se enamoró.
Quiso creer que el otro parecía enamorado.
Y decidió que pretenderían estar enamorados. Sólo por esa noche.
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Uff. No pensé que realmente publicaría esto...
Lo terminé de escribir una noche hasta las 2:55 a.m y hasta ahora me ánimo a publicarlo, es uno de los montones que tengo por ahí y sorprendentemente este ha logrado salir de ese hueco polvoroso. ¿La razón? Quería animarme a publicar más y a incentivarme a seguir creando contenido para mejorar.
Espero hayan disfrutado mi pequeña libélula ¡Nos vemos pronto!
(Also, temazo de Halsey es la canción que lleva título y fue inspiración para este oneshot, se las recomiendo)