¿Primeras impresiones?

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El coche estaba en silencio mientras Fran conducía. El sol se reflejaba en su cara, a pesar de llevar el parasol y las gafas, verlo conducir nuestro todo terreno, con las mangas de camisa remangadas y con ese reflejo que remarcaba sus facciones le daba un aire tan varonil que me excitaba bastante. Cuando llegamos, echó el freno de mano se giró y me dijo:

— No tienes porqué bajarte guapa, serán unos segundos —.

— Voy a ir Fran, sé perfectamente lo que hay. Así me tomo algo, que tengo la boca seca — le respondí.

— Vale — se quitó las gafas y sonriéndome continuó — te quiero preciosa —.

— Yo también te quiero —.

Tras esto salimos del coche y andamos hasta el local, un bar de striptis. Es verdad que le quería, y era verdad que él me quería, aún así entiendo cuando la gente no se lo cree, no teníamos una relación normal. Llevábamos juntos desde los 17 años, cuando nos conocimos, y desde entonces nos quisimos, a pesar de ello él estuvo con varias mujeres durante la relación, nunca hizo por ocultarlo, ni yo se lo eché en cara, lo sabía y punto. Yo no había estado con otro hasta entonces, y se me habían presentado muchas oportunidades, en un negocio como este te encuentras hombres de todo tipo, pero,  de haber sucedido, no le hubiera importado. Sé que una mente normal no se creería que nos queríamos, pero era verdad, nuestro amor iba más allá de lo carnal. 

Cuando entramos en el local, una latinoamericana bajita se acercó para decirnos que todavía no estaban abiertos, que volvieran más tarde. Fran se quitó las gafas y se dirigió a ella con nombre y todo.

— Tatiana, vengo a ver a Cristopher —.

La joven se sorprendió y disculpó, acto seguido le indicó que estaba en su despacho.

— Cariño quédate aquí tomando algo, terminaremos en seguida — al irse le dijo a Tatiana que él me invitaba a lo que pidiera. Acto seguido desapareció por una puerta.

— ¿Cariño?, cómo puede ser que su mujer lo acompañe hasta aquí — me increpó la joven latinoamericana. Al ver mi cara de rechazo hacia su comentario, rectificó y me preguntó qué quería tomar. — Fran me ha dicho que le invita a lo que quiera, qué desea —.

Pensativa por qué tendrían en un club de striptis me incliné por la respuesta que nunca falla en estas situaciones — un refresco de cola, por favor —. 

Tatiana se dirigió a la barra a prepararlo. Mientras yo me acercaba a uno de los taburetes para sentarme, observaba el local y como las chicas trabajaban limpiándolo y preparándolo para esta noche. Había distintos perfiles jóvenes, mayores, rubias, morenas, pelo liso, pelo rizado, bajitas, altas..., para poder acaparar todos los posibles gustos de los clientes, supongo. Seguramente Fran se había acostado con muchas de ellas, pero no me importaba. Una de ellas llamó especialmente mi atención, rubia con el pelo recogido en un moño iba de mesa en mesa limpiándolas y ordenando las sillas, centros de mesa y recogiendo propinas que habían sido olvidadas. Tatiana interrumpió mis pensamientos:

— Disculpe señora, no quisiera meterme donde no me llaman, pero ¿sabe usted a lo que se dedica su marido? y ¿sabe qué hace aquí? —.

Sí, lo sabía. Fran y yo teníamos un negocio de drogas, éramos narcotraficantes, disfrutábamos de una buena vida, salvo por eso de infringir la ley, pero si no trabajásemos de ello, la droga seguiría existiendo y, además, es un negocio que da tremendas cantidades de dinero. El único problema con este último era la necesidad de blanquearlo, por eso "trabajábamos" aquí, en el club de strptis y, unos kilómetros más adelante en la misma carretera, teníamos un motel al que podemos llamar una "casa de citas", un prostíbulo vaya. Tatiana se retiró con una expresión que mezclaba la sorpresa y el asombro. Yo volteé la cabeza para seguir analizando el local, la rubia que antes acaparó mi atención ya no estaba y todas las mesas habían quedado perfectas.

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⏰ Last updated: Jan 14, 2021 ⏰

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No todas las drogas se pueden comprarWhere stories live. Discover now