Tres

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~Tres~

981 palabras

...

Inuyasha tenía un serio problema con el número tres.

Tres días eran los que soportaba que Kagome estuviera en su época, lejos de él. Cada vez que la joven muchacha tenía que regresar a su tiempo para ponerse al día con sus deberes, pasado tres días, él siempre iba a buscarla y la esperaba en aquella tierra lejana, hasta que -finalmente- volvían juntos a la era feudal.

Así que era normal para sus amigos que cuando los caminos de ambos fueron separados, el joven hanyou se acercara al pozo cada tres días, con la ilusión de que éste se abriera y pudiera ir por ella.

Pero eso no pasaba.

Ni cuando esos tres días se convirtieron en treinta y sus amigos finalmente se unieron para formar la familia que ambos se habían prometido.

Esa vez, se acercó al pozo, en la noche mientras todos estaban durmiendo y le habló al aire, como si Kagome pudiera escuchar la chistosa historia de la unión de Sango y Miroku, la que ella tanto había alentado y deseado ver realidad.

Los treinta días pronto se convirtieron en trescientos días, y entre los gritos desgarradores de Sango, que lo tenía tan alterado como Miroku, por la sensibilidad de sus orejas, dos bebés vinieron al mundo, sorprendiendo a sus padres que no esperaban la doble bendición.

Inuyasha observó como Miroku abrazaba a sus tres mujeres, ocultando las manos en sus mangas. Su amigo ahora tenía tres personas a las que proteger con su vida, y estaba feliz por sus amigos, pero fue mientras que los veía abrazados, que su corazón se inquietó.

Se sentía fuera de sitio, como si no fuera sincero con su felicidad, que no merecía ser parte de ella y de un salto fue a parar al pozo, nuevamente.

Ahí, de pie, junto al pozo devorados de huesos, soltó tres lágrimas que cayeron sobre sus puños cerrados que mantenía apretados contra los bordes del mismo.

Una por la felicidad que se había permitido sentir lejos de Kagome, otra por la melancolía de saber que ella se estaba perdiendo como la vida de todos iba cambiando con el paso del tiempo y la tercera, por la impotencia que lo recorría por no poder hacer nada por ella, por no tener una idea, un indicio de que le permitiera verla una vez más.

Se dejó caer sobre sus pies, para luego, girar y apoyarse contra el pozo para mirar el cielo estrellado.

Al menos, tenía la seguridad de que Kagome estaba en su tiempo, con sus tres familiares que la amaban y la querían tanto como él, con sus tres amigas que habían entrado al mismo lugar de estudio...

Cerró los ojos y dejó que el viento que corría entre los árboles lo fueran calmado, lentamente.

Mientras le contaba a la Kagome de sus recuerdos, sobre las gemelas que habían tenido sus amigos.

Los trecientos días se convirtieron en tres años y su corazón ya parecía que no iba a resistirlo más, ¿cómo iba a vivir su longeva vida con esta pena atravesándole el corazón? La separación con Kagome se sentía peor que la flecha que Kikyou le había lanzado directo al corazón, éste era un sentimiento que no se iba, que no importaba que hiciera, ahí estaba quemándolo por dentro.

Aunque eso no se lo iba a decir a nadie.

Trataba de distraerse trabajando con Miroku, jugando con las inquietas gemelas que parecían muy encariñadas con él y molestando a Shippô, pero eso no era lo mismo, sin que alguien lo frenara.

Miroku y Sango tuvieron otro hijo, el tercero, el número tres.

Y aunque tampoco nadie le iba a decir nada, sabían perfectamente de la costumbre que tenía Inuyasha de ir al pozo cada tres días, durante los tres años que habían pasado.

Ninguno de los tres perdía la esperanza de que Kagome volvería algún día, ellos también la extrañaban, y aunque no fuera al mismo nivel que Inuyasha, podían comprender su soledad.

Ella los había unido, después de todo.

Otros tres días, acompañado de otros treinta pasaron para que todos los sentidos de Inuyasha se pudieran en alerta una vez más, ese día le tocaba ir al pozo, pero estaba haciendo tiempo siendo torturado por las adorables gemelas de sus amigos cuando lo percibió, no podía equivocarse, había añorado mucho aquella esencia, ese aroma que decía detestar cuando en realidad, el problema radicaba en la paz que le generaba durmiendo todos sus fantasmas.

Corrió como si no tuviera mañana hasta el pozo, su corazón se detuvo por un segundo cuando sintió como el viento había vuelto al pozo, extendió su mano, esperanzado de que el milagro por el que había pedido cada noche a las estrellas se hiciera realidad, y ahí estaba.

Una suave mano se aferró con fuerza a la suya, y cuando jaló hacía arriba para sacarla, no podía creer que finalmente ella estaba ahí, frente a él y no era una ilusión...

Era ella, no podía equivocarse.

—Inuyasha... —ahí estaba esa voz que calmaba todos sus demonios. Había regresado, estaba junto a él, nuevamente—, lo siento... Acaso, ¿Estabas esperándome?

—Kagome... —sin pensarlo, la abrazó contra él, fuerte, temiendo que fuera a esfumarse entre sus brazos como en las pesadillas que lo acechaban en las noches de luna nueva— ¿Qué tanto estuviste haciendo?

Ella solo dejó escapar una risa, mientras se percataba de la presencia de todos sus amigos, que al igual que Inuyasha, sentían que habían sido bendecidos por un milagro.

Kagome se quedó en la época feudal, con él.

Por fin, se sintió con el derecho de volver a ser feliz, lo fue en los primeros tres días tras de su regreso, los treinta días que le siguieron y todos los días que vinieron después.

Y nada lo preparó para la inmensa felicidad que alcanzó, cuando ellos dos formaron un grupo de tres, con su pequeña Moroha.

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Había escrito algo sobre Kagome, así que quería dejar algo de Inuyasha para equilibrar las fuerzas :P

Con mi hija llegamos al acto final, y como que se me antojó esto... entre tantos spoiler que solos hacen trizas la felicidad de este par ;o;

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¡Gracias por leer!

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Aquatic~

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14 de Enero 2021

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