Fragmentos de un ayer
Han pasado cinco años desde que Aome se fue, cinco largos años en los que la esperanza se convirtió en una ilusión gastada y el dolor en una sombra persistente.
Inuyasha permanece sentado en el marco de la ventana de la vieja cabaña, mirando en silencio cómo las hojas secas del bosque giran al ritmo del viento, las estaciones han cambiado una y otra vez, pero él sigue ahí, estancado.
-¿Dónde estás Aome? -murmura, sin esperar respuesta, su voz apenas es un suspiro que se pierde entre los árboles.
La aldea ha crecido, los rostros han cambiado, los días han pasado, pero el suyo sigue siendo el mismo, siempre el mismo. Cada mañana despierta sintiendo un hueco en el pecho, uno que ni el paso del tiempo ni las palabras de sus amigos han podido llenar.
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Los demás lo han intentado, Miroku, Sango, incluso Shippo, todos han tratado de acercarse, de levantarlo, pero Inuyasha ha aprendido a mantener su distancia, no por maldad, sino porque cada vez que sonríen frente a él, siente que ya no pertenece allí.
-Inuyasha, ven a entrenar con nosotros -le propone Miroku un día, con su tono habitual de calma, pero con los ojos marcados por la preocupación.
-No tengo ganas -responde secamente, sin mirarlo siquiera.
Miroku suspira y baja la mirada, Sango sentada junto a él, mantiene el gesto suave pero firme.
-No puedes seguir encerrado en ti mismo, tienes que dejar que el mundo entre un poco, aunque sea solo un poco.
-No me interesa el mundo -gruñe Inuyasha, poniéndose de pie de forma brusca- No necesito que me digan lo que tengo que hacer.
-No es eso -interviene Sango- Es solo que te extrañamos, tú también mereces vivir.
Inuyasha se da vuelta y los observa, dolido y cansado. La rabia y la tristeza le pesan tanto que ya no distingue dónde empieza una y termina la otra.
-¿Vivir? ¿Cómo? ¿Acaso ustedes perdieron a quien amaban y se quedaron con las manos vacías?
El silencio se apodera del ambiente, Miroku baja la cabeza, Sango traga saliva, el sabe bien que no es justo con ellos, pero el dolor no siempre entiende de justicia.
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Las noches son más difíciles, cuando todo está en calma y el cielo se tiñe con estrellas los recuerdos atacan con más fuerza, la risa de Aome, su voz firme pero dulce, las discusiones, los momentos a solas, todo regresa, todo duele.
Se acuesta mirando el techo de madera, deseando que el pasado pueda rehacerse.
-¿Por qué te fuiste sin decir adiós? -piensa en voz baja- ¿Acaso no significaba nada para ti?
Sus amigos duermen en una cabaña cercana, pero el prefiere quedarse solo, no quiere que lo vean así, aunque dice que no necesita a nadie, cada vez que escucha la risa de Shippo o el murmullo de Sango y Miroku, algo dentro de él tiembla, una parte de sí mismo desea formar parte de eso otra vez, pero no sabe cómo.
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Al amanecer, el bosque huele a tierra húmeda, Inuyasha sale y se sienta en una roca frente al riachuelo, su reflejo en el agua le devuelve una imagen que casi no reconoce. El mismo cabello, los mismos ojos, pero ya no hay fuego en ellos, solo cenizas.
-Tal vez... no existe nada más para mí
Pero entonces, a lo lejos una silueta familiar se mueve entre los árboles, rápida, firme y con paso decidido.
Koga
Inuyasha frunce el ceño apenas lo ve, el lobo no ha dejado de rondar la aldea en los últimos meses, siempre aparece, ayuda, protege, no dice mucho, pero siempre lanza una mirada en su dirección, a veces una sonrisa rápida en otras solo una presencia que parece demasiado imponente.
-¿Qué quiere ahora ese idiota? -gruñe entre dientes.
Y sin saberlo, sin quererlo, Inuyasha levanta la cabeza y lo observa, como si en el fondo estuviera esperando que se acercara.

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Lazos inesperados
RomanceDespués de que Aome lo abandono, Inuyasha queda sumido en la soledad y en un vacío que ni sus batallas logran llenar. Cuando un nuevo enemigo amenaza con destruirlo todo, Inuyasha se ve obligado a unir fuerzas con Koga, el lobo que siempre ha sido s...