Parte 3.

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Muy pocos lograban comprender que era lo que más le gustaba a un pequeño de diez años. Tal vez la mayoría de los adultos creía que, llenarlo de juguetes era posiblemente lo que más amarían en el mundo a esa edad, pero era todo lo contrario.

Nadie sabía que lo más bello ante los ojos de un pequeño, era llevarlo a pasear afuera, al parque o tal vez a un terreno donde pudiese correr y jugar con mucha libertad.

Justo como el pequeño Park Jimin lo hacía en ese instante, corría por el patio de la casa de sus abuelos, con su padre en un extremo y su madre en el otro. Estaban jugando a las atrapadas y obviamente, era él quien tenía que ser capturado.

El sol estaba en su tope más resplandeciente, acompañado del rosa atardecer de ese día, el momento perfecto para jugar con sus padres. Le encantaba correr lejos de ellos, evitando que lo atrapasen y luego caer sobre el césped; verde y suave bajo el tacto de sus diminutas manos.

Estaba más que claro que era de los momentos que más amaba, pasar con sus padres, jugar un poco para luego ver el atardecer y regresar a casa al momento en que se ponía la noche, entrando en busca de una taza de chocolate caliente y pan fresco con mermelada y crema de maní.

Él estaba corriendo muy feliz, riendo al ver el esfuerzo que ponían sus papás por ir tras él, pero de pronto, frenó de golpe.

El atardecer comenzó a desaparecer a la misma vez que el verde pasto dejaba su campo de visión para perderse en el fondo de su mente. Todo se volvió negro para el infante, quien se asustó sintiendo su cuerpo temblar y sus mejillas húmedas por las lágrimas que empezaban a caer por su rostro.

─── ¡Mami! ─gritó desesperado sin recibir respuesta.─ ¡Papi!

Gritó de nuevo. Sin embargo el sombrío sonido del vacío fue la respuesta que obtuvo.

Dio unos cuantos pasos más y de pronto se sintió caer en algo que al parecer, no tenía ninguna superficie.




Jimin despertó abruptamente y quedó sentado sobre la cama, con una mano en el pecho y el corazón martillándole por dentro. Su cuerpo estaba sudado por completo y sus ojos dejaban caer lágrimas, que al mezclarse con el sudor se tornaban frías.

De nuevo tenía la misma pesadilla, acompañada de las imágenes más horribles que para su suerte, eran las últimas que sus ojos habían podido observar antes de la terrible oscuridad que ahora lo drenaban a diario, lo atormentaban como en la mayoría de sus noches.
Amaba el don que tenía de poder soñar, pero a la vez lo aborrecía por recordarle lo qué pasó y lo que le habían arrebatado.

Su pecho subía y bajaba al ritmo de su llanto, era la más deplorable sensación, sentir la falta, el dolor, mismo al saberse de la condición de la que ahora dependía. Dolía, tan profundamente, su vida estaba apagada, ni siquiera en ese momento podría visualizar nada que lo alejara de todos esos pensamientos amargos.

No sabía ni qué hora era, pero suponía que aún no amanecía, de lo contrario, su madre hubiese entrado a despertarlo para un nuevo día.

Limpió su rostro despacio con sus manos e intentó calmarse, siempre se repetía lo agradecido que tenía que estar para no dejarse consumir con la oscuridad que proyectaba su mente. Volvió a acostarse, tomando por completo más mantas para cubrir su cuerpo, la noche era fría, podía sentirlo en sus pies y en su corazón.

En todas las ocasiones, luego de esas pesadillas, le era muy difícil poder conciliar el sueño, así que se quedaba pensando. Su llanto poco a poco desapareció y ahora el silencio lo resguardaba junto con sus pensamientos.

Le gustaba creer que no se perdía de mucho al no poder ver, sin embargo se sentía egoísta consigo mismo al desear querer recuperar su vista, algo que según su médico y su puesto en la lista de espera en busca de un donador, le decían que era netamente imposible.

Durante años, permaneció con la esperanza de poder encontrar alguien que le devolviera los colores a su vida, pero no lograba encontrar alguien que le prestara el paraíso a través de sus ojos. Con el tiempo, ahora a sus dieciocho años, la esperanza se había perdido y él empezaba a acostumbrarse al vacío en su panorama.

─── Debo estar loco al pensar en esto de nuevo. ─susurró, castigándose por ser así con su persona.

Su psicóloga de la niñez le había dicho que no todo lo hermoso estaba afuera, todo podía ser fantástico si hacías que tu mente y tu corazón lo vieran de esa manera. Tristemente, para él ya se estaba convirtiendo en costumbre.

Se quedó acostado, y ahora, lo único en lo que pudo pensar, era en lo sucedido esa mañana.
En cómo odiaba a Bomin por joderle la vida a diario y en lo agradecido que estaba con Jungkook por ser su ángel guardián, odiaba tener que depender, pero solo no podría.

Sonrió por el recordar lo que el menor le había dicho un día luego de haberle gritado una sarta de groserías a Bomin.

"Deberías golpearlo con tu bastón Jimin Hyung, a lo mejor así se le quita lo imbécil."

Debía admitir qué ganas no le faltaban, pero Bomin nunca estaba solo y para ser sincero, le gustaba estar bien y completo.

En su mente vagaron varios pensamientos con respecto a Bomin y bufó al recordar el insistente en el patio del instituto, ese maldito no se cansaba de atormentarlo. Segundos después, aquel chico que lo salvó de no poder regresar al salón, se adueñó de su cabeza.

¿Cuál dijo que era su nombre? Pensó para sí mismo y sin darse cuenta, sonrió al recordar.

Yoongi...

Había sido tan amable, nadie ayuda a un desconocido y peor a un ciego, usualmente recibía rechazo, a excepción de sus padres y sus amigos. Pero Yoongi no, lo había ayudado y a lo mejor era algo tonto sentirse cálido por un poco de bondad en una persona, pero el chico se caló en sus pensamientos, sin saber qué tal vez, sólo tal vez...

Surcaría en lo más profundo de su corazón.

Mis bebés, espero que les guste este capítulo

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Mis bebés, espero que les guste este capítulo.

Gracias por la paciencia y el amor a mis obras. Los amo.

No se olviden de dar estrellita y comentar. Los leo.

Besos en sus narices gatitos.
Nos vemos.💜

Ciego; 윤민Donde viven las historias. Descúbrelo ahora