Agosto

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     Donde las baldosas solían ser de un color blanco reluciente, un líquido de color rojo carmesí avanzaba con cada segundo que pasaba, lento pero constante. Donde el ambiente solía estar perfumado por las flores del jardín que estaban junto a las ventanas, un olor a hierro penetrante comenzaba a abarcarlo todo, desagradable pero presente.

     Donde solía haber vida, ya no la había.

     Sus ojos verdes brillaban a la luz del sol que se filtraba por las cortinas de las ventanas de la sala. No recordaba el momento en el que se había permitido llorar, pero sus mejillas estaban húmedas. No recordaba haber gritado, pero sus labios estaban entreabiertos. No recordaba en que momento había descendido por las escaleras hasta estar al lado del cuerpo inmóvil de la chica guapa, pero su respiración estaba entrecortada.

     Tampoco se percató del olor o del líquido que se escapaba bajo sus pies. Sus ojos aguados sólo eran conscientes de los ojos de ella, unos ojos enormes que estaban abiertos y no parpadeaban. Sus ojos del color de la naturaleza sólo eran conscientes del cabello de ella, un cabello rojizo que no dejaba de enrojecer con el pasar de los segundos. 

     Los segundos se volvieron eternos. Para él todo había ocurrido horas atrás, pero sólo fueron segundos, segundos eternos. Un segundo ella estaba ahí, al otro ya no. Y, cómo cada segundo había durado horas, se podría decir que él era capaz de volver a relatar lo ocurrido con lujo de detalles. Aun así, no recodaba haber visto su cabeza golpear duramente contra un escalón. Es más, no recordaba haber visto que su cuerpo tocara alguna parte de la curva y larga escalera. 

     Sus ojos verdes no sólo brillaban por las lágrimas y el efecto de la luz, estos brillaban de temor, un temor que jamás había sentido, un temor del que apenas era consciente. Por supuesto que él jamás lo admitiría, él quería creer que era valiente. Estaba claro que se había sorprendido y, aunque tampoco quería admitirlo, estaba apenado.

    Ella se había ido. Se había ido como una flor muere al ser pisoteada, se había ido como un animal muere al ser cazado, se había ido como un ser humano muere al ser asesinado. Ella no sólo se había muerto, la habían matado.

     Él no quería creer eso.

     El chico de ojos del color de la naturaleza miró hacia arriba, donde él había estado hacía unos segundos. Lo único que quedaba de él en toda la casa era el recuerdo de su presencia, nada físico ni sólido. Nada que pudiera comprobar aquel recuerdo.

     Las lágrimas que se le habían escapado sin permiso eran testigos de su pena. Él podría haber jurado que aquello no había sido su culpa, pero no lo hizo, sólo se lo repitió a sí mismo una y otras vez, nunca dejando de dudar. Nunca dejando de odiarse. Él había sido testigo y, por lo tanto, eso lo hacía culpable.

     Por un momento pensó en cerrar sus ojos, pero también pensó lo bonitos que se veían. Pensó en sacar el teléfono del bolsillo y marcar algún número, el que fuera, pero también pensó en que decir y no se le ocurrió nada.

     Sólo después de lo que parecieron horas, sus ojos del color de la naturaleza se volvieron fríos, y él supo que ya nada podría hacer para arreglarlo. Tras un largo suspiro de resignación, dio media vuelta y desapareció por la puerta, caminando hacia el olvido.  

[Borrador]

Ella debía morirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora