One Shot de San Valentin

3.2K 460 199
                                    

Cada año que pasaba, Tom recibía más y más chocolates el día de San Valentín. Le parecía una festividad molesta, pero al menos recibía chocolate gratis. No había probado el chocolate hasta los 10 años, cuando había logrado robar una barra de un local. Nunca le había avergonzado robar. Lo que uno quería, debía tomarlo. Y el dueño del lugar siempre lo había mirado mal por ser un huérfano haraposo.

El chocolate que recibía le duraba todo el año, si lo conservaba bien. Nunca lo comía todo de golpe, era un bien escaso y preciado. Aunque jamás dejaba que nadie lo viera comiendo, ni que supieran que había guardado los chocolates. No. Nadie debía tomar eso como un signo de que estaba aceptando un ridículo impulso hormonal de algún adolescente molesto. A sus allegados les decía que se deshacía de ellos. A los demás simplemente se los agradecía, si sacaban el tema a colación, sin dar más que un amable rechazo.

Así que cuando una lechuza se estrelló contra su ventana y le dejó un paquete sin tarjeta, le picó cierta curiosidad. Siempre había alguna clase de tarjeta, aunque fuera críptica, que estaba allí para revelarle de quién provenía, con las esperanzas de ser correspondidos en sus afecciones.

Esta era la primera vez que no recibía tarjeta. El paquete estaba libre de hechizos y pociones, lo había comprobado con unos elegantes giros de su varita. Así que no era ninguna clase de broma.

Al abrir el paquete, pudo notar que eran bombones caseros. Tenían imperfecciones que los demostraban como tales. Era la primera vez que recibía algo así, y con curiosidad probó uno.

El sabor explotó en su lengua, el chocolate se realzaba con pedazos de almendra acaramelada. Un suave sonido de placer reverberó en su garganta. Eran sencillamente deliciosos. Comió otro de inmediato, enviciado por el sabor mientras buscaba algún dato en el envoltorio que pudiera indicar su procedencia, pero era un simple paquete de papel madera, completamente genérico.

Lo envolvió con cuidado, queriendo comer el paquete entero, pero con miedo de luego quedarse sin su nueva droga.

Necesitaba primero encontrar quién era capaz de hacer esas pequeñas delicias y conseguir más. Aún si tenía que jugar al buen chico, y susurrar cosas al oído de una insulsa e insoportable chica.

Quizás en la lechucería podría encontrar una pista.

Guardó el paquete y salió de la sala común con esa dirección en mente. Y cuando estaba a punto de ingresar, escuchó voces agitadas desde adentro.

—¿Cómo explicas entonces que Errol esté aquí sin el supuesto paquete? Convenientemente, no estaba Hedwig, y Errol ha perdido el paquete. Así como convenientemente una y otra vez no puedes pasar tiempo conmigo porque tienes detención o entrenar para quidditch. Siempre tienes una excusa y luego soy yo la mala que pasa tiempo con otros. En serio, Harry, admite que has olvidado una vez más que yo existía, y soy la única aquí que está invirtiendo su tiempo en esta relación.

—Gin, por favor... tienes que entender-

—No, Harry, siempre soy yo la que tiene que entender. ¿Cuándo te toca entender a ti?

—Te haré más chocolates...

—No quiero chocolates, quiero que me prestes atención, quiero un novio de verdad, que no tenga que compartirlo con toda la escuela, y siempre entender.

Tom escuchó pasos que venían hacia él y se escondió para ver pasar una llorosa Weasley, en un remolino de cabellos rojos.

Alzó una ceja procesando lo que acaba de oír. Era mucha coincidencia para no ser así. Esos chocolates no habían sido para él.

Era inaceptable.

La puerta se volvió a abrir y un Gryffindor salió de la lechucería, y Tom lo reconoció al instante: Potter.

InaceptableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora