Come back, be here.

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                 Pasé unos 17 años de mi vida escuchando sobre las rupturas, las despedidas, el perder y sufrir por amor pero hasta aquel 20 de noviembre, no supe qué era aquello.

Y eso tampoco era algo que yo quisiera saber.

Todo pasó, vuelvo a decir, el 20 de noviembre del 2009. 4 años atrás.
Aquel día era el día. Estaba preparado para confesarle mi amor a aquella persona que me robaba el sueño y se apoderaba las 24 horas del día de mis pensamientos, Ryan Ross. 
Aquel día desperté temprano, ansioso por lo que iba a pasar. 
Y el resto del día ocurrió normal: mamá hizo mi desayuno favorito, aprendí una nueva canción en la guitarra y otra vez la señora de al lado perdió a su gato en nuestro patio. Nada que no haya pasado ayer, o antes de ayer, o la semana pasada. 
Pero ese no iba a ser un día normal.
A las 4, cuando supuse que Ryan estaría desocupado le mandé un mensaje.
Algo simple, ninguna revelación, era un corto mensaje. 

"Nos vemos en la cafetería de la calle principal en 20 minutos, debo decirte algo". 

Tan simple como eso. Quizás sí le revelaba que iba a decirle algo, pero conociendo a Ryan no se imaginaría nada de lo que venía.
Contestó a los 2 minutos, (sí, los había contado porque me estaba muriendo), con un cortante "Está bien, yo también debo decir algo". Nada de caritas como él solía usar. 
Decidí ignorar eso, colocarme una camisa, perfume, tomar mi teléfono y llaves para luego salir de mi casa.
Las manos me sudaban y no dejaba de temblar. 
Porque aunque sonara tan fácil, decirle a alguien que le gustas no es tan sencillo. Al contrario. Es demasiada presión. Más sí esa persona que amas es tu mejor amigo.
El camino hacia esa cafetería que usualmente visitábamos no era tan largo, ni tan corto. Me tomó unos largos 15 minutos de tortura llegar hasta allí.
Y de tortura hablo de imaginar todas las formas en la que Ryan podría rechazarme, odiarme o romperme el corazón en mil pedazos. No estaba preparado para eso. 
Llegué, saludé a Sarah, la chica de ojos celestes que siempre nos atiende, y me senté en nuestro lugar: un sillón al fondo del lugar, justo al lado de la ventana, con vista a toda la gente que pasaba por allí. Allí nos habíamos conocido y siempre me resultaba tan especial.
Y por eso necesitaba confesarle mis sentimientos allí, justo en aquel lugar, nuestro lugar.

Revisé la hora en mi teléfono y me di cuenta que había llegado 3 minutos temprano. Pero a los segundos Ryan apareció por la puerta.

Su tan hermosa sonrisa no se encontraba en su rostro, tenía unas ojeras de seguramente no haber dormido en la noche y realmente, me preocupaba. ¿Dónde estaba mi sonriente Ryan? ¿Qué había pasado?

Me sonrió débilmente cuando nuestras miradas conectaron y pude ver, en aquellos hermosos y grandes ojos café, que algo andaba mal. 

Se sentó enfrente de mí, pero no me miró a los ojos. Entrelazó sus manos sobre la mesa, pero aún no me miraba a los ojos.

-Ryan, ¿qué pasa?- intenté preguntar, rompiendo el silencio.
Y por fin me miró a los ojos.
-Hay algo que quiero decirte Brendon, algo que me está matando ahora mismo, algo que me parte el alma. Pero es la realidad y no puedo hacer absolutamente nada- y cuando esperaba que me dijera que quizás sentía algo por mí y que lo asustaba aquello, todo se desmoronó. -Me voy a mudar, Brendon. Me voy a ir.

Recuerdo que por un pequeño instante, me perdí. Por un pequeño instante, estuve muerto.
Sí vuelven a ese momento, pueden ver exactamente el momento en que mi corazón se rompió.
Me perdí un instante en mis pensamientos. 
La tortuosa caminata hasta esa cafetería, esos horribles pensamientos eran aún peor que esto. Porque Ryan no me rechazaba, Ryan no me estaba diciendo que me odiaba, Ryan no se estaba alejando de mí porque había arruinado la amistad... Ryan se estaba yendo, se estaba alejando de mí.

Cuando volví a la realidad, pude notar que tenía lágrimas en mis ojos y Ryan igual.
Entonces lloré, lloré tan fuerte que quizás todos en esa cafetería me escucharon. Lloré tan fuerte porque estaba destruido.

-Lo siento, Brendon, realmente lo siento. Y odio esto. Odio irme. Odio verte llorar. Enserio, perdón- agregó Ryan, también sollozando. Su voz estaba rota y sus ojos, que consideraba tan hermosos, rojos. 
-No puedes irte, Ryan, no puedes. No puedes hacerme esto, no puedes. ¿Por qué?- y cuando terminé de decir aquello, mi voz no parecía mi voz. Parecía tan ahogada. -No puedes irte, no ahora que descubro lo que realmente siento.¡No puedes, por dios!- estaba enojado, destruido, triste y sorprendido. Pero más que todo, enojado. No con él, no con sus padres por decidir mudarse o por cuál sea el motivo por el que él deba irse, estaba enojado con el destino. ¿Por qué no podía ser feliz con Ryan? ¿Por qué tenía que haber un problema? 

Me levanté rápidamente de mi asiento y me fui, no quería seguir ahí, no quería estar más en aquel, desde ahora, horrible lugar.

Salí lo más rápido que pude y traté de escapar, hasta que Ryan tomó la manga de mi camisa y me hizo girar hacia donde estaba él.

Tenía sus ojos rojos llenos de lágrimas, igual que los míos.

-Brendon, perdón, sabes que yo no quería esto. Pero tengo que irme.
-Mierda. ¡Odio esto! ¿Y sabes por qué? ¡¿Sabes?! ¡Porque te amo! ¡Porque estoy enamorado de ti!- grité, otra vez, destruido. Sí se iba a ir, al menos debía saberlo. -Te amo, Ryan. Te amo con locura. Estoy enamorado de ti- sus ojos café me miraban sorprendidos y todavía lagrimeaban. -Pero ahora que te irás, no sé qué haré de mí, no sé qué haré sin ti. Y mierda, será una tortura. ¡Es todo una gran mierda!- sus ojos aún me miraban, pero él no decía nada. Decidí que era tiempo de irme, tiempo de desaparecer. -Adiós.

Y con aquellas últimas palabras, me di media vuelta y caminé lejos. 
Como en esas horribles películas de amor, di la vuelta y miré hacia Ryan que todavía estaba quieto en el mismo lugar con sus ojos aún llenos de lágrimas.

Después seguí mi camino.

Y aquel 20 de noviembre del 2009, aquel horrible día, fue la última vez que vi a Ryan Ross.
Mi mamá me dijo que se fueron al día siguiente, que Ryan no había hecho más que llorar cuando subió al auto.

A veces, en las largas y tristes noches, esperaba que Ryan intentara volver a hablarme, esperaba algún mensaje, alguna llamada, paloma, señales de humo, algún "te extraño" pero eso jamás pasó.
Nunca volví a hablar con Ryan.

He pasado por aquella cafetería tantas veces y aún duelen los recuerdos de ese día.

Y exactamente hoy, 20 de noviembre del 2013, 4 años después, aún lo recuerdo. Aún lo extraño y mi corazón aún duele.

Exactamente hoy, 20 de noviembre, hace ya 4 años, supe lo que realmente es un corazón roto, una despedida, una ruptura y lo que es, desgraciadamente, sufrir por amor.
Y realmente no deseaba hacerlo.

Don't go | RydenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora