Prólogo

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El cielo nocturno, lleno de estrellas, bañaba Limbhad, como de costumbre. Los árboles estaban llenos de vida y sus sombras eran verdaderos espectáculos. El escarpado relieve a lo lejos rozaba la aurora que abrazaba el firmamento.

En el centro de aquel paraíso se hallaba una gran casa con cúpulas azules y ventanas de las que escapaba una cálida luz. Estaba en perfecto estado, a pesar de su antigüedad.

Se podía escuchar el ruidito de las pisadas de unos niños jugando sobre la hierba.

El mayor era un adolescente de pelo rubio y corto y los ojos marrones; y la niña, algo más pequeña que él, tenía el pelo castaño y largo y los ojos azules.

—¡Eh! ¡Eso no vale! —dijo el chico de mal humor—. Si te escondes ahí, ¿cómo quieres que te pille?

—¡Ja! Bueno, estoy aprovechando mis circunstancias, ¿no puedo? —dijo la niña con orgullo—. Meterme aquí era lo más lógico para ganar.

Se había escondido en un pequeño hueco cuyo acceso estaba limitado a los más bajos y por el que él no podía ni asomarse.

—¿Ah, sí? ¡Vale! Como quieras. Ahora me toca a mí esconderme. Pero no me plantearé ni por un segundo que subirme a la copa del sauce pueda ser trampa —dijo él con aires de grandeza.

—Pero me acabas de decir dónde te vas a esconder. Ya no es un escondite.

—Bueno, dijimos que, para ganar, había que tocar al otro al verlo, ¿no?

—¿Crees que por ser más pequeña que tú no podré subir a ese árbol? —dijo la niña con tono desafiante.

—¡Venga! Allí te espero —respondió él con aire ganador.

En verdad, todas las veces en las que lo había intentado, había fracasado en el intento, pero aquello no le importó en aquel momento. Si lo había intentado cien veces, podía intentarlo una vez más. Aunque su físico todavía no se lo permitiera.

De repente, salió por la puerta una mujer joven con ojos brillantes y oscuros como el cielo que envolvía el lugar, y con cabellos largos, ondulados y castaños.

—¡Ya está la cena, niños! —dijo con una sonrisa.

Los críos seguían jugando felices en el gran y hermoso jardín que se extendía sobre todo Limbhad y no escucharon a su madre.

—¡Erik! ¡Eva! ¡Venid, venga!

—¡Ya vamos! —dijeron ambos a la vez.

—Ay, madre... Mirad cómo os habéis puesto. ¿Dónde habéis estado? —preguntó la madre con notable cansancio—. Venga, cenad e id a bañaros.

Mientras ella escuchaba entretenida a los niños parlotear de todo a lo que habían jugado esa tarde mientras devoraban la cena, entró a la cocina un joven hombre cuyo cabello era largo y rubio, con ojos verdes y una mirada cálida como el fuego.

—¡Ah, Jack! ¡Estás aquí! —saludó ella—. Parece que a los niños les ha gustado el plato que te has inventado.

—Hola, Victoria —saludó con una cálida sonrisa—. ¿Sí? ¡Creía que se me había quemado! Me fui un rato a dibujar mientras se cocía eso y me olvidé de que lo tenía ahí —dijo, algo avergonzado.

—Claro, menos mal que estoy yo aquí para evitar que cenemos garbanzos carbonizados —dijo una voz de fondo.

Entró allí un hombre joven de cabello castaño y algo largo, con ojos azules y fríos como el hielo.

—¡Christian! —saludaron ellos con una sonrisa.

—¿Cuándo has llegado? —inquirió Victoria.

—Creía que ya os habíais dado cuenta de que había llegado —respondió sonriendo.

—¿Cómo te ha ido en Japón?

—Nada nuevo —dijo él con decepción.

En ese momento salieron los tres de la cocina dejando a los niños aparte para hablar con más tranquilidad.

—Ziessel lleva mucho tiempo en una severa depresión. Desde que Gerde la abandonó en ese cuerpo humano, su poder se ha debilitado tanto que cada vez le cuesta más comunicarse con la red telepática shek. No ha tenido oportunidad tampoco de contactar con Assher, el único que podría devolverle su verdadera identidad.

—Ah... —suspiró Victoria—. Siento mucha lástima por ella. Entiendo perfectamente lo que es perder tus poderes y pensar que no los vas a volver a recuperar.

—Efectivamente, eso es lo que ella dice. En cierto modo, he estado en su lugar —añadió Christian con aspecto sombrío.

—Llevamos mucho tiempo aquí y casi no nos estamos dando cuenta —dijo Jack con pena—. A veces pienso que hay muchas cosas que nunca llegamos a terminar. Han pasado diez años desde aquel día en el que dijimos adiós a Idhún para siempre. Todo por una guerra que nunca terminó.

Recordar aquella época plasmó un frío semblante en los tres. Eran un montón de recuerdos sobre aquel mundo en el que vivieron un sinfín de sucesos extremos que pusieron sus vidas, las de sus amigos y, finalmente, las de sus hijos en peligro.

Desde aquella noche en la que Shail les abrió la puerta interdimensional a Limbhad, sus vidas pasaron por tristes etapas en las que, sobre todo Jack y Victoria, que eran los que pasaban más tiempo en su antigua casa, echaron de menos aquella tranquilidad de la que gozaban tras tantas batallas vividas.

Limbhad era su hogar desde aquel momento. Era un lugar amplio y acogedor, siempre provisto de todo aquello que pudieran necesitar para sobrevivir y llevar una vida feliz. Además, era un lugar sumamente bello, por fuera y por dentro.

Lo único que les faltó durante todos esos años fue una vida más social. Prácticamente esta se limitaba a su familia.

Ellos mismos hicieron de profesores para sus hijos. Cada uno les enseñó su lengua materna: Jack hablaba con ellos en danés, Victoria en español y Christian en idhunaico. Les enseñaban lo básico de asignaturas como Matemáticas, Lengua y Biología. No era la formación más adecuada, pero tampoco podían recurrir a un colegio normal, pues sus vidas ya no estaban ni en la Tierra ni en Idhún, a pesar de que, de vez en cuando, viajaban a la Tierra para salir de aquel espacio interdimensional y mostrarles a los niños el mundo que, en su forma humana, los vio nacer.

Jack y Victoria se dedicaban a cuidar de los niños, y Christian, aunque también cuidaba de ellos, pasaba menos tiempo en casa, pues había vuelto al mundo de la música y tenía un gran éxito. También visitaba de vez en cuando a los sheks que quedaron atrapados en la Tierra por culpa de Gerde.

Los cinco vivían felices en aquel hogar. Jack y Christian superaron tiempo atrás todo el odio ancestral que sentían por instinto, ya que eran muchas más las cosas que los unían que las que los separaban. La madurez que les dio la edad también ayudó a vencer todo aquello.

Sus vidas parecían haberse asentado allí para siempre. Pero, en el fondo, nunca olvidaron su pasado. Por ello, siguieron investigando sobre Idhún en la gran biblioteca de Limbhad con la esperanza de encontrar algo útil para poner fin a una guerra que nunca lo tuvo.

Redención - Fanfic de Memorias de IdhúnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora