MI ESTUPIDO NIÑERO

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Comienzo a bajar las escaleras sintiéndome mejor después de ducharme. Acabo de volver de hacer una rutina de ejercicios con mi mejor amigo y creo que no hay nada como una buena ducha cuando estás apestando a sudor, el cual, por cierto, no había tenido intención de soltar, porque la actividad física no es lo que más me gusta en el mundo, pero se lo debía a Luke por haberme comprado un helado aquella vez que olvidé mi billetera.

Como cualquier ser humano que odia la actividad física, tras practicarla a la fuerza, estoy caminando hacia la cocina para recargar mis energías y, posiblemente, recuperar las calorías que he perdido.

—Son nuestros amigos, Edward. —Al escuchar la voz de mi madre, me detengo a escasos centímetros de la entrada de la cocina. Retrocedo un poco para evitar que me vean—. Y... no veo por qué no hacerlo.

—Sé que debemos viajar pronto y sé que debemos confirmarlo hoy —le responde mi padre—. Pero déjame pensarlo un poco más.

Frunzo el ceño. Mis padres normalmente están 24/7 con el trabajo. A veces me pregunto si soñarán con cuentas o cosas así. Como sea. La empresa central de la familia Donnet se encuentra en Nueva York, desde allí se encargan mis tíos, y mis padres colaboran desde la comodidad de nuestra casa en Los Ángeles. Pero eso suele ocurrir poco. La mayor parte del tiempo están viajando para supervisar las sucursales o van a la Gran Manzana. Obviamente, yo no puedo estar todo el tiempo en el aire como ellos, debo estar en tierra y estudiar.

Entonces, mientras ellos están viajando, yo estoy en casa. Antes solía tener una niñera que se quedaba conmigo cuando ellos no estaban, pero al cumplir diecisiete años les rogué casi de rodillas —literalmente— que me permitieran quedarme sola. Fueron largas semanas de insistencias y llantos falsos, hasta que por fin accedieron a dejarme a cargo de la casa.

Bueno, no fue exactamente así. Mi madre confía demasiado en la madre de mi mejor amiga, Caroline, así que ella me «supervisa», por así decirlo, desde entonces. Estoy sola en casa y demás, pero ella se encarga de que no haga fiestas y de que nada se salga de control aquí. Obviamente, sigo sus órdenes y me comporto porque mis padres me advirtieron de que, si daba un paso en falso —fiesta—, volverían las niñeras, y esta vez de por vida.

—Edward... —intenta continuar mi madre.

—Solo te pido un poco más de tiempo, ¿de acuerdo? —le responde mi padre, como si estuviera cansado de esa conversación.

Escucho a mi madre soltar un suspiro y entonces sé que la conversación ha terminado. Me adentro en la cocina con normalidad, como si no acabara de oír el final de esa charla. Ninguno de los dos sospecha de ello, siguen prestándole atención a sus respectivos objetos electrónicos.

—Ya has vuelto —dice mi madre, elevando la mirada de su celular, fingiendo sorpresa y alegría, e intentando ocultar la frustración que siente.

—Así es... —Alargo y aprieto mis labios en una sonrisa.

Camino hasta el refrigerador y tomo lo primero que veo: batido de cacao. Abro su pequeña tapa y lo debo sin un vaso ni nada. Frente a mi madre. ¿Saben lo que significa?

—Sam, ¿acaso no sabes que existen los vasos?

—Sabe mejor así, mamá —le digo volviendo a tapar la botella.

—Es asqueroso —me dice con la vista en su móvil, pero haciendo una mueca.

Mi madre niega con la cabeza, dando por sentado que seguiré bebiendo de la botella, sin importar cuántas veces me regañe por ello. Mi padre se quita las gafas y me observa detenidamente mientras entrelaza ambas manos sobre la encimera.

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⏰ Última actualización: Jan 21, 2021 ⏰

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