1- Primer día

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Pov. Imogen.

—Imogen, ya es tarde ¿Puedes bajar por el amor de Dios? —Los gritos de mi mamá se escuchan por toda la casa.

—Solo cinco minutos más —susurro para mí, porque de seguro ella no me puede escuchar, a menos que tenga un oído súper sónico.

Hoy, es mi primer día en la nueva escuela, y sinceramente, no tengo el ánimo suficiente como para levantarme de la cama. Estoy lejos de mis mejores amigos, y aunque sé que esto es por mis padres, me deja un sabor amargo el tener que separarme de los chicos en mi último año escolar.

A regañadientes, me levanto. Intento asearme en el menor tiempo posible, porque si hay algo que odio, es escuchar con los gritos y regaños de mi madre durante el desayuno, nadie quiere hacer enojar a esa mujer, menos cuando es día de trabajo.

En cuanto bajo, los ojos de mi madre se posan en mí.

—Creí que estabas entusiasmada por la nueva ciudad y escuela. —Esta me mira como si estuviese en un interrogatorio. Al parecer, mi cara de sueño lo decía todo.

—Lo estoy, o al menos lo estaba hasta esta mañana. —suspiro a desgana.

—Nick y Emily de seguro también te extrañan, pero el mundo no se acaba porque no puedes estar con tus amigos. Aquí también puedes conocer a nuevas personas, quizás algún chico. ―Las cejas de mi madre se elevan como si lo último fuese una sugerencia.

—¿Estas segura que quieres que conozca a un chico? —cuestiono, levanto mis cejas con picardía.

—Está bien, no del todo, pero puedes hacer nuevos amigos, conocer la ciudad con ellos, pero cumpliendo tus horarios de toque de queda. —río por las ocurrencias de mi madre.

Me gusta tener cierta confianza con ella, odio mentir, y mucho menos a ella que siempre ha estado para mí, por lo que supongo, si en algún momento conozco a alguien, ella será la primera en saber, aunque después de mis amigos, claro está.

Me termino el desayuno, para luego salir con mi madre hacia la escuela. No sé cómo son los profesores, y aunque me gusta estudiar y ser responsable con mis deberes, hay algunas asignaturas que me dan cierta pereza. En cuanto llegamos a la escuela, me despido de mi mamá para luego bajarme del auto.

Estando ya afuera, camino hacia la fachada del colegio, veo pasar a mi mamá en el auto y le hago una saludo con la mano; sin embargo, por hacer ese simple gesto, siento como mi cuerpo choca con algo para luego caer al suelo de golpe. El ardor en mis rodillas y en la palma de las manos no se hace esperar, me maldigo internamente por mi torpeza.

Volteo a ver con que choqué y cuando veo bien, no es un qué, sino que es un quién y no parece nada contento con mi pequeño accidente «Hay Imogen no llevas ni diez minutos aquí y ya empezó tu mala suerte», me digo a mí misma.

―Cuidado por donde caminas niña ―espeta un chico de cabello castaño, me mira con seriedad. De igual forma, me extiende su mano― ¿Te quedarás allí todo el día?

Había quedado más tiempo de lo necesario mirándolo, es un chico muy guapo, lo debo admitir, pero eso no es excusa para hablarme así, no lleva ni dos segundos conociéndome y el muy engreído me brama como si yo lo conociera de toda la vida.

Observo su mano detenidamente, finalmente, opto por dejar mi orgullo de lado y tomo su mano para levantarme; en cuanto ya estoy de pie, él suelta mi mano con rapidez, sin prestarle demasiada atención, limpio mis ropas, las que, a estas alturas, se encuentran llenas de tierra.

Miro hacia los lados, me percato de que todos los estudiantes no se están riendo, al contrario, parecen… ¿Sorprendidos?

―Lo lamento ―susurro con vergüenza, este solo se da la vuelta para marcharse― ¿Cómo te llamas? ―pregunto antes de que se vaya, quizás si intento entablar una conversación, esto no será tan malditamente bochornoso cuando lo vea por los pasillo.

―Eso a ti no te incumbe ―manifiesta con brusquedad, no espera más y simplemente se va.

«Que chico más raro», pienso. Sin ponerle mucha atención a las personas que me miran aun con gran asombro, giro hacia la derecha para caminar donde se supone, está mi salón.

Me cuesta un poco encontrarle, al parecer, el lugar es gigantesco y no hay nadie amable como para guiar a una pobre alma perdida. Cuando al fin lo encuentro, toco la puerta; espero durante unos segundos, hasta que la puerta es abierta por un hombre ni tan joven, ni tan mayor, supongo que este es el profesor.

―Buenos días. ―Saludo al hombre con una sonrisa inocente―. Este lugar es enorme y me he perdido, ¿Puedo pasar?

El chico con capuchaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora