PARTE ÚNICA

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Harry entró al departamento tratando de ser silencioso. Sus pasos no producían ruido en cuanto tocó la mullida alfombra color vino del recibidor. No era una situación fuera de lo normal en su hogar, el reloj muggle que colocaron meramente por decoración marcaba las 8 en punto.

Se sentía agotado… No, melancólico… ¿o tal vez era frustración? Se cubrió el rostro con la mano libre, evitando pensar en qué lo había puesto de tal manera. Habían pasado más de 4 meses desde el último incidente, pensó que tal vez habían acabado.

Se equivocó. Aquella tarde volvió a suceder.

Lanzó por ahí la gruesa capa que cubría su uniforme de auror, se sacó las botas con un puntapié y se sentó en una de las pocas sillas de su comedor, frente a él apareció un vaso con agua.

Cerró los ojos cuando escuchó unos pasos poco apresurados desde la habitación. —Hola. —le saludó, recibió un sonido desde la garganta en respuesta. Draco pasó tras él en dirección a la cocina.

Se desabrochó los primeros botones de su uniforme, pensando en cualquier otra cosa que no fuera la horrible tarde que pasó en una de las misiones. Se concentró en los murmullos lejanos que su prometido le daba a la elfina que les atendía.

—¿Cenaste? —su vaso se rellenó.

El departamento que compartían era uno espacioso, decorado sin tanto detalle pero sin dejar de ser hogareño, digno provisional de Malfoy y del Salvador del Mundo mágico -palabras del propio ex Slytherin-, Harry había metido mano en pequeños artilugios, le gustaba darle el toque del mundo muggle del cual se acostumbro gran parte de su vida. Era un espacio adaptado por y para ambos, sin embargo, Draco no estaba dispuesto a sentirse como en casa, porque no se encontraban en ese lugar por mero gusto.

Ah, también estaban planeando amueblar con nuevos objetos la vieja casa que heredó de Sirius, para tal vez venderla algún conocido o dejarla ahí para lo que se necesitará, mientras que, habían logrado vender al Ministerio la Mansión Malfoy; eran más pesadillas que sueños los que aquel lúgubre lugar le aguardaban a ambos.

La imponente y famosa pareja compartían los 27 años de edad, de los cuales 3 eran de noviazgo y muchísimos otros de conocerse. Es casi un chiste aburrido la forma en que todo comenzó, pero si era una sorpresa que hubiera funcionado. Alrededor de hace 5 años se toparon a las afueras del Ministerio Francés de magia, donde Draco portaba con gran atractivo el uniforme de inefable, Harry no lo pasó por alto y le propuso una salida para platicar de sus vidas alegando que era nuevo en el lugar y necesitaba algún guía, recibió un par de negativas, pero con los ojos en blanco, una fresca noche, el orgulloso y cauteloso Malfoy aceptó la invitación de pasear por ahí.

Se vieron envueltos en un ambiente desconocido, descubriendo todo lo que no pudieron en los crudos e inmaduros años de escuela. La guerra les marcó de distintas maneras a ambos.

Con mucha terquedad y paciencia, las simples salidas a cenar se transformaron en largas citas caminando por las calles iluminadas de París. Fue hace 7 meses, en un restaurante muy elegante -favorito de Malfoy- donde Harry le colocó sobre la mano un hermoso anillo plateado de compromiso. Para su sorpresa, Draco deslizó en su dedo anular, uno muy parecido, solo que el dorado contrastaba perfectamente con su piel bronceada. Fue la mejor forma de aceptar la propuesta de matrimonio.

Han crecido, cambiado y madurado muchísimo.

Harry ya no oculta sus brillantes ojos tras un par de gafas, ni su cicatriz debajo de su revoltoso cabello; porque adora la forma en que Draco la toca delineando con su índice para después besarla, eso era de todas las mañanas. Cuando le preguntó porqué le tomaba tanta atención, recibió una sonrisa repleta de amor— Me tienes jodido, cuando veo esa forma, pienso en ti. Perteneces estar todo el tiempo en mi mente, ahí es tu lugar.

...y será siempre Draco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora