Capítulo uno

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DIEZ AÑOS ANTES

Mi madre desde que tengo uso de la razón me ha obligado a ir a un estúpido campamento de verano y este año no fue la excepción.

Le había dicho miles de veces que ya era algo mayor para eso, pero como siempre, ignoró mis suplicas junto con los sollozos fingidos.

Para mi mala suerte, la fecha de inicio del campamento se había adelantado por lo que ahora me encontraba empacando para irme por cuatro semanas a un horrible y sucio bosque donde estaría rodeada por estúpidos adolescentes y niños.

Suspiré con frustración mientras guardaba a mi mejor amigo -el cual tristemente era un viejo oso de peluche- en mi bolso. Jamás salía de viaje sin él, me hacía sentir segura y era como si me llevara una parte de mi hogar a cualquier lugar.

Mi madre me llamó desde la puerta avisando que ya era hora de irnos. Resoplé notoriamente molesta, tomé todas mis cosas y cerré la puerta de la habitación con un portazo, sabiendo que mamá odiaba cuando lo hacia, pero al menos sentiria lo mismo que yo y estariamos a mano.

Allá voy, inmunda naturaleza.

***

Luego de tres largas horas escuchando a mi madre hablar a través del manos libres con sus amigas sobre quien se había divorciado de quien, al fín llegamos.

Traté una vez más de suplicar para que me llevara de vuelta a casa tras prometer que me portaria bien, leeria libros y haria los quehaceres durante una semana sin quejarme, obtuve la misma respuesta: un rotundo no.

Mordí mi labio inferior para tratar de controlar mis ganas de llorar y fuí por mi equipaje que estaba atrás en la cajuela del auto.

—Vamos Rose, quita esa cara, ya verás que te divertirás muchisimo.— Trató inutilmente de animarme pero yo solo quería salir corriendo de ahí.

Ni siquiera le respondí ya que estaba realmente molesta y de seguro acabaría llorando como una bebé.

A mamá no le importó las miradas de reproche que le lanzaba y me dió un apretado abrazo junto con un beso en mi coronilla.

Se subió al auto de nuevo y bajó la ventanilla.

—Haz nuevos amigos, te amo.— Me lanzó un beso un beso y se puso en marcha para irse, dejándome sola en medio de la nada.

Suspiré resignada. Me dí media vuelta para tomar mi equipaje y salí en busca de la cabaña donde me quedaría.

Estaba distraida pensando en formas de escape para largarme de ahí cuando alguien jaló la mochila que colgaba en mi hombro y me la arrebató de un solo movimiento. Me paré en seco y levanté la mirada hacia él o la idiota que se atrevió a quitarme mi bolso.

Frente a mi se encontraba un chico alto de tez blanca, tenía cabello castaño. unos ojos color verde cristalinos y en sus finos labios tenía plasmada una sonrisa estúpida que de inmediato me hizo querer borrarsela de un puñetazo.

—Deja que te ayude con tú equipaje. Eres una chica y no creo que puedas llevarlo por ti sola.— Él rió entre dientes y acomodó mi mochila en su hombro.

¿Qué diablos? ¿Quien se creía ese chico?. Básicamente me estaba diciendo débil por ser una mujer y no tenía el derecho de decirme eso cuando no me conocia en lo absoluto.

Mi respuesta a mi comentario fue una sonrisa malvada la cual mi abuela siempre decía que cuando ponía esa expresión en mi rostro, era sinónimo de problemas.

Sin pensarlo dos veces, le di una patada en la pierna e inmediatamente empezó a chillar del dolor cómo cerdo que va camino al matadero, tirandose n el suelo dramaticamente mientras sostenia su rodilla.

Siempre has sido tú. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora