único.

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Park Jihyo era la personificación de Dios.

Ella era muy agradable. Por supuesto que sí. La clase de alumna que suele guiar a los jóvenes — en algunos casos, hasta a sus mayores— por el camino del bien. Ella nunca se cansaba de compartir a otros la bondad que había en su corazón. Una chica totalmente entregada, de forma humilde y sincera.

Era justamente por eso que no se consideraba como alguien capaz de odiar algo —no existían esa clase de sentimientos tan negativos en el fondo de su alma. Solo tenía espacio para luz, amor, paz...

Hasta que...

Hasta que se largaba a llover tan torrencialmente en Seúl que arruinaba el entrenamiento de baloncesto y además el gimnasio lo ocuparon para un importante partido de fútbol.

—¡Esto es una jodidísima mierda! —masculló Yoo Jeongyeon a su lado en la parada de autobuses, compañera de segundo año y con la que apenas comenzaba a tener mejor relación—. Y la maldita de Nayeon que justo se enferma hoy y se queda en casa. ¡Quién pudiera tener esa suerte! ¿Por qué no pude enfermarme yo también?

—Bueno, ya sabes lo que dicen —sonrió Jihyo—: hierba mala nunca muere.

De todas formas, lo de buena relación era relativo; porque Jihyo buscaba cada minúscula oportunidad para hacer picar a Jeongyeon.

—¿Qué dijiste, Park? —espetó Jeongyeon —. Ven, ponte de puntillas hasta mi campo de visión para que pueda patearte.

¿La verdadera razón por la que Jihyo molestaba a Jeongyeon?

Es que estaba irremediablemente enamorada de ella.

Sí, suspiró Jihyo. Llevaba casi medio año aceptando que aquella chica sacada de un cliché romántico de deportista polular sin cerebro le provocaba cosas extrañas por todo el cuerpo.

Y es que Jeongyeon era muy guapa, nadie podía negarlo. Aunque fuera el doble de su altura y tuviera el cerebro del tamaño de un hongo microscópico, pero tenía rasgos hermosos y un largo cabello negro que se veía más sedoso de lo que podrías imaginar. Sin mencionar la afilada mandíbula que tenía —Jihyo estaba segura de que si algún día pasaba sus dedos ahí, se cortaría.

O puede que fuera que, las veces que sonreía con esa estúpida sonrisa torcida suya podía iluminar toda una habitación. La primera vez que su corazón dio un salto en su pecho fue luego de que Jeongyeon sonriera con ternura a las alumnas de primer año.

Que Jeongyeon fuera increíblemente dulce con Tzuyu era como un plus para Jihyo. Tenía un punto suave por esa otra niña, y se preocupaba a menudo por sus problemas para socializar ya que venía de Taiwán. Saber que Jeongyeon no le veía de forma extraña, y que incluso la alentaba a participar en las actividades de los clubes... casi le hacía sentir que quería pedirle matrimonio.

Pero nunca podría.

Porque Jeongyeon la detestaba.

No es como si Jihyo no se lo hubiera ganado —la molestaba bastante seguido, y una vez Jeongyeon le pidió con urgencia ayuda con sus exámenes, a lo que Jihyo se negó completamente alegando que no gastaría su valioso tiempo en ella. Y la verdadera razón por la cuál no aceptó fue porque no podía imaginarse estar a solas con Jeongyeon en su casa.

Sin embargo, los insultos y burlas era su manera de acercarse; su lenguaje del amor. Jihyo era una chica bromista y molesta de por sí, aunque no tenía idea de cómo hacerle entender a Jeongyeon que cuando le decía que parecía un poste de luz era solamente porque deseaba comerle la boca a besos en ese mismo instante.

—El maldito bus no pasa —gruñó Jeongyeon mirando hacia ambos lados de la avenida—. ¡La lluvia solo va a empeorar!

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⏰ Última actualización: Jan 25, 2021 ⏰

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