"Lluvia" por Miss Bame (2016)

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El día en que su pesadilla personal comenzó, él se encontró por casualidad con su mejor amiga en el mercado. El diablo y el destino tienen un trato para castigar a las personas, un acuerdo que tiene membresía ilimitada en esa particular ciudad: los malos tendrán su penitencia, pero no significa que los inocentes puedan salvarse. Tal vez un dardo cayó en el lugar equivocado o los dados no estuvieron a su favor, pero esa vez fueron ellos los inocentes a los que les cayó la sanción dirigida, originalmente, a algún culpable. Y tanto el diablo como el destino se sentaron a disfrutar de la mejor película de sus inmortales vidas.

Habían pasado dos años desde que Scott vio por última vez a Brenda. Iniciaron una agradable conversación, mientras esperaban en la cola para pagar. Uno de los supuestos guardianes de la metrópolis aguardaba un puesto delante de ellos. Una pequeña bolsa de comestibles en el bolsillo derecho de su pantalón captó la atención de Brenda. A veces, las buenas intenciones innatas de una persona pueden surgir en el peor momento o tal vez solo olvidó que el mundo no lo gobierna la gente buena como ella.

—Disculpe, señor. Creo que solo se puede llevar dos de esas bolsas por persona y usted ya lleva tres —Dijo Brenda, con la más pura intención llena de una repentina e imprudente ignorancia.

El guardián se volteó hacia ella y, con la voraz astucia que acecha el rostro de un zorro rojo, procedió a sacar su arma del chaleco y a apuntarla hacia ella con la mayor insolencia.

—¿Quieres acusarme públicamente de ladrón, niñita? —Le susurró—. Veremos quién sale perdiendo aquí.

El zorro dejó caer la bolsa extra de provisiones y sin previo aviso gritó: "¡Esta chica se roba la comida! ¡Es una acaparadora! ¡Una traidora! ¡Si ella se lo lleva, no quedará nada para nosotros!".

No tardó en crecer la conmoción. Scott vio cómo ella se encontró amenazada por el arma del zorro guardián en su sien que la empujaba hasta la patrulla y el tumulto de gente que la llamaba por nombres insultantes y le quitaban los víveres de las manos.

Solo él salió a defenderla. Él les explicó que era un error y que el verdadero ladrón era aquel del fusible, pero fue inútil. No se puede intentar razonar con cerebros lavados. El amenazador no lo pasó por alto.

—¿Tú también? —Le preguntó, mientras lo agarraba por el cuello de la camisa—. Si quieres ayudar a tu amiguita mejor bájate de esa mula. Solo empeoras las cosas tanto para ella como para ti y ya me hicieron perder mi tiempo y mi paciencia.

Scott vio cómo levantaba su brazo y lo siguiente que supo fue que yacía en el suelo con un fuerte dolor de cabeza y los salvajes no paraban de pisotearlo. Reaccionó a tiempo: logró levantarse, agarró el primer proyectil que encontró y lo aventó hacia la cabeza del mastodonte armado. Dio en el blanco. "¡Corre, Brenda!", exclamó. Un segundo hizo falta para que ella pudiera desprenderse de su agresor y salir huyendo calle abajo, con Scott pisándole los talones. Como si no fuera suficiente, comenzó a llover. Ambos prófugos se aliviaron al ver que el ladrón se detenía. Claro, a los zorros no les gusta mojarse. Aún así, sabían que desde ahora siempre estarían en su mira y en la de su "jauría". No porque hubieran hecho algo malo, sino porque los habían hecho enojar.

Tres días después de su fuga, despertaron con la sensación de haber dormido muy poco. El piso, que les congelaba hasta la médula, hecho de cartón improvisado sobre el que habían dormido estaba ahora húmedo e inutilizable. Ciertamente, no tenían tiempo de preocuparse por eso, pronto deberían empezar su día.

—¿Crees que vayan a encontrarnos? —Le preguntó su mejor amiga.

—Lo dudo —Respondió Scott—, parece que lloviznó durante la noche. Recuerda que ellos no salen cuando llueve.

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