Capítulo 1:【 YoonGi 】

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Mi padre siempre decía que la mejor manera de aprender el trabajo que deseas es pasar cada segundo de tu tiempo viendo a alguien hacerlo.

«Para conseguir un trabajo en la cumbre, tienes que empezar desde abajo —me decía—. Conviértete en la persona sin la que el consejero delegado no pueda vivir. En su mano derecha. Aprende cómo es su mundo y lograrás que te contrate en cuanto termines los estudios.»

Yo me convertí en irremplazable. Y sin duda era su «Mano Derecha». El problema era que, en este caso, era la mano derecha que estaba deseando abofetear su maldita cara la mayor parte de los días.

Mi jefe, el señor Jeon JungKook: un tipo odioso pero muy atractivo.

El estómago se me retorcía solo con pensar en él: alto, elegante, ¿ya dije atractivo? y la maldad personificada.

El idiota más creído y más pedante que he conocido en mi vida. Todas las mujeres e incluso algunos hombres de la oficina chismorreaban sobre sus aventuras y se preguntaban si lo único que hacía falta para conquistarlo era tener una cara bonita. Pero mi padre también me había dicho otra cosa: «Descubrirás muy pronto que la belleza solo es externa, pero la fealdad llega hasta lo más profundo».

Yo ya había tenido mi ración de personas desagradables en los últimos años; salí con unos cuantos en el instituto y en la universidad. Pero él se llevaba el premio mayor.

—¡Vaya! Buenos días, Min. —El señor Jeon estaba de pie en el umbral de mi despacho, que servía de antesala al suyo. Su voz tenía una nota dulce como la miel, pero eso no era propio de él... más bien miel congelada que se había hecho pedazos al romperse, pedazos agudos y cortantes.

Después de haber derramado agua sobre mi móvil, de que se me cayera el reloj en el triturador de basura, de que me hubieran golpeado el coche por detrás y de haber tenido que esperar a la policía para que nos dijera lo que los dos ya sabíamos (que la culpa había sido del tipo que me golpeo el coche), lo último que necesitaba esa mañana era un JungKook de mal humor. Lo malo es que él no tenía más modos predeterminados que ese.

Lo saludé como lo hacía todos los días.

—Buenos días, señor Jeon.

Y deseé que me hiciera su asentimiento de cabeza habitual en respuesta. Pero cuando intenté pasar a su lado, él murmuró:
—¿Buenos «días», Min? ¿Qué hora es en su planeta unipersonal?

Me detuve y le sostuve su mirada fría. Era unos diez centímetros más alto que yo y antes de empezar a trabajar para él yo nunca me había sentido tan inseguro con mi estatura.

Llevaba trabajando en Jeon Media Group seis años, pero desde que él había vuelto al negocio familiar nueve meses atrás, yo había empezado a llevar plantillas altas e incluso a considerar la inverosímil posibilidad de ponerme zancos para poder mirarlo directamente a los ojos. Y llevaba plantillas ese día, pero aun así tuve que inclinar la cabeza y eso claramente le encantó, porque vi cómo le brillaban los ojos color avellana.

—He sufrido una cadena de desastres esta mañana, señor Jeon. No volverá a ocurrir —dije aliviado por que mi voz sonara firme. Nunca había llegado tarde, ni una vez, pero por supuesto él tenía que llamarme la atención la primera vez que pasaba como si fuera algo grave.

Conseguí pasar junto a él y atravesar la puerta, dejé mi bolso y el abrigo en el armario y encendí el ordenador. Intenté actuar como si él no siguiera de pie en el umbral, observando todos mis movimientos.

—«Una cadena de desastres» es una muy buena descripción de lo que he tenido que gestionar en su ausencia. He hablado con Alex Schaffer para quitarle importancia al hecho de que no le hubieran llegado los contratos firmados a la hora prometida: las nueve de la mañana, horario de la costa Este. También he tenido que llamar a Madeline Beaumont para hacerle saber que, de hecho, íbamos a seguir adelante con la propuesta como la dejamos por escrito. En otras palabras, esta mañana he estado haciendo su trabajo y el mío. ¿De verdad que incluso con esa «cadena de desastres» no ha podido ni siquiera llegar a las ocho de la mañana? Algunos empezamos a trabajar antes de la hora del brunch, señor Min.

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