El Fantasma De Canterville.Capitulo |

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Cuando el señor Hiram B. Otis, el ministro de Estados Unidos, compro Canterville-chase, todo el mundo le dijo que cometia una gran necedad, porque la finca estaba estaba embrujada.
Hasta el mismo Lord Canterville, como hombre de la mas escrupulosa honradez, se creyó en el deber de participarcelo al señor Otis cuando llegaron a discutir las condicione.
- nosotros mismos - dijo Lord Canterville- nos hemos resistido en absoluto a vivir en ese sitio desde la época en que mi tía abuela, la duquesa de Bolton,tuvo un desmayo, del que nunca se repuso por comoleto, motivado por el espanto que experimentó al sentir que dos manos de esqueleto se posaron sobre sus hombros, mientras se vestía para cenar.
Me creo el deber de decirle, señor Otis, que el fantasma ah sido visto por varios miembros de mi familia, que viven igualmente, asi como por el rector de la parroquia, el reverendo Augusto Dampier, agregado de la Universidad de Oxford.
Despues del tragico accidente ocurrido por la duquesa, ninguna de las doncellas quiso quedarse en casa, y Lady Canterville no pudo ya conciliar el sueño, a causa de los ruidos misteriosos que llegaban del corredor y de la biblioteca.
-Señor- respomdio el ministro-,adquirire el inmueble y el fantasma, bajo inventario.
Llego de un pais moderno, en el que podemos tener todo cuanto el dinero es capaz de proporcionar, y eso mozos nuestros, jovenes y avispados, que corren de parte a parte el viejo continente, que se llevan los mejores actores de ustedes, y sus mejores prima donnas, estoy seguro de que si queda todavia un verdadero fantasma en Europa vendran a buscarlo en seguida para colocarlo en uno de nuestros museos publicos o para pasearlo por los caminos como un fenomeno.
-El fantasma existe, me lo temo -dijo Lord Canterville, sonriendo-, aunque quiza se resiste a las ofertas de los intrepidos empresarios de usted.Hace más de tres siglos que se le conoce.Data, con precisión, de 1574, y no deja de mostrarse nunca cuando está a punto de ocurrir alguna defuncion en la familia.
-¡Bah! los médicos de cabecera hacen lo mismo, Lord Canterville. Amigo mio, un fantasma no puede existir, y no creo que las leyes de la Naturaleza admitan excepciones en favor de la aristocracia inglesa.
-Realmente son ustedes muy naturales en estados unidos- dijo Lord Canterville, que no acaba de comprender a última observación del Señor Otis-. Hhora bien: si le gusta a usted tener un fantasma en casa, mejor que mejor. Acuérdese únicamente de que yo lo previne.
Algunas semanas después se cerró el trato, y afines de estación el ministro y su familia emprendieron el viaje a Canterville.
La señora Otis, que con el nombre de señorita Lucrecia R. Tappan, de la calle oeste, 52, había sido una ilustre »beldad« de Nueva York, era todavia una mujer guapisima, de edad regular, con ojos hermosos y un perfil soberbio.
Muchas damas norteamericanas, cuando abandonan su pais natal, adoptan aires de persona atacada de una enfermedad cronica, y se figuran que es uno de los sellos de distincion de Europa; pero  la señora  Otis no cayo nunca en ese error.
Tenia una naturaleza magnifica y una abundancia extraordinaria de vitalidad.
A decir verdad, era completamente inglesa bajo muchos aspectos, y hubiese podido citarcele en buena lid para sostener la tesis de que lo tenemos todo en comun con Estados Unidos hoy en dia, excepto la lengua, como es de suponer.
Su hijo mayor, bautizado con el nombre de Washington por sus padres, en un momento de patriotismo que el no cesaba de lamentar, era un mucacho rubio, de bastante buena figura, que se habia erigido en candidato a la diplomacia, dirigiendo un cotillon en el casino de Newport durantre tres temporadas seguidas, y aun en Londres pasaba por ser vailarin excepcional.
Sus unicas debilidades eran las gardemias y la patria; aparte de esto, era perfectamente  sensato.
La señorita Virginia E. Otis era una muchachita de 15 años, esbelta y grasiosa como un cervatillo, con un bonito aire de despreocupacion en sus grandes ojos azules.
Era una amazona maravillosa, y sobre su caballito derroto una vez en carreras al viejo Lord Bilton, dando dos veces la vuelta al parque, ganandole ganandole por caballo y medio,precisamente frente a  la estatua de Aquiles, lo cual provoco en entisiasmo tan delirante en el joven Duque de Cheshire, que le propuso acto continuo el matrimonio, y sus tutores aquella noche a Elton, ba
ñado en lagrimas.
Despues de Virginia venian los gemelos, conocidos de ordinario con el nombre de Estrellas y Bandas, porque se les encontraba siempre ostentandolas.
Eran unos ni
ños encantadores, y, con el ministro, los unicos verdaderos republicanos de la familia.
Como Canterville-Chase esta a siete millas de Ascot, la estacion mas proxima, el se
ñor Otis telegrafo que fuera a buscarlo en coche descubierto, y emprendieron la marcha en medio de la mayor alegria, Era una noche encantadora de julio, en que el aire estaba aromado de olor a pinos.
De cuando en cuando se oia una paloma arrullandose con su voz mas dulce, o se enreveia, entre la mara
ña y el frufu de los helechos ,la pechuga de oro bruñido de algun faisan.
Ligeras ardillas los espiaban desde lo alto de las hayas a su paso; unos conejos corrían como exhalaciones a través de los matorrales o sobre los collados herbosos, levantando su rabo blanco.
Sin embargo, no bien entraron en la avenida de Canterville-Chase, el cielo se cubrió repentinamente de nubes. Un extraño silencio pareció invadir toda la atmósfera, una gran bandada de cornejas cruzó calladamente por encima de sus cabezas, y antes de que llegasen a la casa ya habían caído algunas gotas.
En los escalones se hallaba para recibirlos una vieja, pulcramente vestida de seda negra, con cofia y delantal blancos.
Era la señora Umney, el ama de llaves que la señora Otis, a vivos requerimientos de lady Canterville, accedió a conservar en su puesto.
Hizo una profunda reverencia a la familia cuando echaron pie a tierra, y dijo, con un singular acento de los buenos tiempos antiguos:
-Les doy la bienvenida a Canterville-Chase.
La siguieron, atravesando un hermoso vestíbulo de estilo Túdor, hasta la biblioteca, largo salón espacioso que terminaba en un ancho ventanal acristalado.
Estaba preparado el té.
Luego, una vez que se quitaron los trajes de viaje, se sentaron todos y se pusieron a curiosear en torno suyo, mientras la señora Umney iba de un lado para el otro.
De pronto, la mirada de la señora Otis cayó sobre una mancha de un rojo oscuro que había sobre el pavimento, precisamente al lado de la chimenea y, sin darse cuenta de sus palabras, dijo a la señora Umney:
-Veo que han vertido algo en ese sitio.
-Sí, señora -contestó la señora Umney en voz baja-. Ahí se ha vertido sangre.
-¡Es espantoso! -exclamó la señora Otis-. No quiero manchas de sangre en un salón. Es preciso quitar eso inmediatamente.
La vieja sonrió, y con la misma voz baja y misteriosa respondió:
-Es sangre de lady Leonor de Canterville, que fue muerta en ese mismo sitio por su propio marido, Simón de Canterville, en mil quinientos sesenta y cinco. Simón la sobrevivió nueve años, desapareciendo de repente en circunstancias misteriosísimas. Su cuerpo no se encontró nunca, pero su alma culpable sigue embrujando la casa. La mancha de sangre ha sido muy admirada por los turistas y por otras personas, pero quitarla, imposible.
-Todo eso son tonterías -exclamó Washington Otis-. El detergente y quitamanchas marca "Campeón Pinkerton" hará desaparecer eso en un abrir y cerrar de ojos.
Y antes de que el ama de llaves, aterrada, pudiera intervenir, ya se había arrodillado y frotaba vivamente el entarimado con una barrita de una sustancia parecida a un cosmético negro. A los pocos instantes la mancha había desaparecido sin dejar rastro.
-Ya sabía yo que el "Campeón Pinkerton" la borraría -exclamó en tono triunfal, paseando una mirada circular sobre su familia, llena de admiración.
Pero apenas había pronunciado esas palabras, cuando un relámpago formidable iluminó la estancia sombría, y el retumbar del trueno levantó a todos, menos a la señora Umney, que se desmayó.
-¡Qué clima más atroz! -dijo tranquilamente el ministro, encendiendo un largo cigarro-. Creo que el país de los abuelos está tan lleno de gente, que no hay buen tiempo bastante para todo el mundo. Siempre opiné que lo mejor que pueden hacer los ingleses es emigrar.
-Querido Hiram -replicó la señora Otis-, ¿qué podemos hacer con una mujer que se desmaya?
-Descontaremos eso de su salario en caja. Así no se volverá a desmayar.
En efecto, la señora Umney no tardó en volver en sí. Sin embargo, se veía que estaba conmovida hondamente, y con voz solemne advirtió a la señora Otis que debía esperarse algún disgusto en la casa.
-Señores, he visto con mis propios ojos algunas cosas... que pondrían los pelos de punta a cualquier cristiano. Y durante noches y noches no he podido pegar los ojos a causa de los hechos terribles que pasaban.
A pesar de lo cual, el señor Otis y su esposa aseguraron vivamente a la buena mujer que no tenían miedo ninguno de los fantasmas.
La vieja ama de llaves, después de haber impetrado la bendición de la Providencia sobre sus nuevos amos y de arreglárselas para que le aumentasen el salario, se retiró a su habitación renqueando.

 






 

El Fantasma De Canterville-Oscar WildeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora