Capítulo 1

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Apenas eran las 7 de la mañana cuando los rayos de sol entraban rebeldes y apasionados por la ventana de la habitación. Se suponía que debía estar vestida y presentable para las 7 y media, justo cuando el señor Moreau llegaría con el carruaje por nuestra búsqueda.

Jean estaría ya esperando en el vestíbulo de la casa Baron, sabía de lo madrugador que solía ser, y aunque conocía sumamente bien a mi hermano, aún me sorprendía su poca necesidad de sueño reparador que el rubio necesitaba.

Me miré una vez más al espejo, pero no conseguía ver más allá de mi rostro triste y desencajado de una sociedad diferente. Sin remediarlo, un suspiro salió de mis labios justo antes de que un golpe seco me despertara de mis tristes pensamientos. Intuía que se trataría de la señora Morel.

— ¿Sí? —. La puerta se abrió tras mi pregunta dejando entrever el cabello cano que confirmaba la presencia de la señora Morel. La buena señora Morel a la que sin duda extrañaría en mi nueva aventura.

—Señorita Blanc, el carruaje está listo y su hermano, el señor Jean Blanc la espera en la planta baja. —Informaba la anciana con una tierna sonrisa.

—Sí, me apresuro y estoy señora Morel.

Cuando la señora Morel se había marchado, me apresuré a tomar mis limitadas pertenencias. Aunque carecían por completo de valor monetario, lo tenían en sentimientos hacia mi ser. En el bolso tenía otro vestido, el único de repuesto que tenía. Un pequeño espejo de pertenencia familiar, un par de libros que me había regalado el señor Baron antes de morir y el pañuelo causante de mi primer encuentro con Jerome.

Lo miré, y mis ojos se cerraron apresurados antes de dejar escapar una lágrima mientras la seda del pañuelo se envolvía entre mis dedos. Suave, delicada, frágil.

Cerré el bolso con suma facilidad, imaginaba que el no tener apenas pertenencias haría todo más sencillo; y salí del que durante algunos años fue mi alcoba. Echaría de menos las deprimentes paredes que un día me parecieron horribles. Su humedad y el ya característico olor de la casa se quedarían para siempre conmigo. Los cuadros extraños que jamás entendería, las velas derretidas en la pared que nunca limpiaban, y el sonido del reloj. Oh, el sonido. Apresuré mis pasos al escucharlo marcar las 7:30.

Al terminar de bajar las escaleras, mi hermano Jean me esperaba con cara de pocos amigos. Sabía que odiaba que le hiciesen esperar. Él era el correcto, el ordenado y el que tenía la obligación de cuidarme como si de una carga me tratase. Y quizás se encontrase en lo cierto, mi total indiferencia hacia la situación actual me caracterizaban como una niña. La pequeña que aún no sabía su lugar.

Ya en el carruaje, mi hermano Jean me miraba con disgusto en su rostro y aunque esperaba una reprimenda por su parte, permaneció en silencio durante un buen tiempo.

El camino se hacía largo, el viaje así lo era. Miré a Jean esperando conversación, pero él parecía estar en otro mundo en ese momento. Entonces pensé en Jerome y en la fría despedida de la noche anterior. Mi corazón estaba herido, pero sabía que era lo correcto. Nuestra relación era complicada, más él debía comprometerse ese mismo año. Quizás las cosas eran como debía ser, pero vaya sí dolía.

Otro suspiro salió de mis labios al recordar mi suerte, y este no pasó desapercibido para Jean. El rubio tomó mi mano y entrelazó nuestros dedos como si volviésemos a tener 5 años.

—Todo irá bien. Lo sabes, ¿no? —. Le miré e intenté esbozar una sonrisa forzada, él apretó su mano junto a la mía.

—No lo entiendo Jean, no entiendo por qué tenemos que irnos. —Me quejé. La mandíbula de Jean se tensó—. Demonios, hemos cuidado del señor Baron durante más de diez años, ¿y ahora no tenemos nada? Nos quería más que a sus propios hijos. ¡Y como para no! Esos infelices se creen tan superiores que ni en años han visitado al bueno del señor Baron. Ni una carta siquiera.

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⏰ Última actualización: Jan 31, 2021 ⏰

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