Perdido y Encontrado

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Tan súbitamente como si de un espejismo se tratase, la ciudad apareció. Era antigua, compuesta de barro y rocas añejas. Era un espectáculo monolítico y arcano, al tiempo que en algún sentido, atemorizante.

Nos rodeaba toda, se erigía en torno a nosotros, y nosotros transitabamos por su camino principal. Mi familia, tan sorprendida como yo misma por el hecho. Bajamos del auto, tras detenernos, cuatro personas, almas intrusas en un espacio sagrado. Mi hermano respiraba pesadamente, mientras que mis padres mantenían madura confusión.

Alguno, o todos a la vez, intentamos hablar, pero la voz se la llevó un viento frío y áspero, tan áspero como cruel. Cruel, era la palabra. Cuando regresamos a casa comprendí que el viento era el tiempo mismo, que se llevaba un poco de nosotros en su impasible erosión.

Y es que, otra palabra reverberaba dentro de nuestras gargantas incapaz de salir: Abandonado. El abandono era ominoso, omnisciente y omnipresente en el sitio, cubría como un manto, como una sábana, todo lo que veíamos y lo que alcanzamos a sentir.

Incluso en el silencio, el terror se pronunciaba con fuerza supernatural. Escuché el quejido de cerdos, animales salvajes, hambrientos y necesitados de cuidado.

De pronto, por el rabillo del ojo, veo a mi hermano acercarse a una de las casas. Nuestros pasos no hacían ningún ruido. Se asomó por una ventana, y retrocedió con un rostro de terror absoluto, corriendo de regreso.

Por un momento todos aguardamos en silencio, pero nada ni nadie salió o apareció. La quietud era la norma y nosotros éramos la única excepción en este sitio abandonado.

Me acerqué, finalmente, intuyendo que lo que sea que viera no se movería. Acerté, para mi espanto. Una criatura humanoide, femenina, desnuda, me veía resentida, con piel del color del polvo y un gran trozo de pecho quitado, como si le hubiera sido arrancado. Sus dientes se entrecerraban en una sonrisa de odio, y sus ojos eran de cuencas vacías, pero al mismo se distinguían las pupilas que fijamente me miraban.

...retrocedí, corrí, nuestros padres entendieron y se subieron al auto para marcharnos del lugar. Recuerdo aún que, mientras acelerabamos y nos despedíamos para siempre de aquella visión, el viento comenzó a llevarse todo, tornando el sitio en más del polvo del desierto.

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