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Todos estaban alrededor de una fogata, contando su experiencia en la ciudad fantasma. Lilieth estaba ajena a la conversación, haciendo muecas y movimientos raros para no dormirse; en la única persona en quien confiaba de verdad era en Rick, pero el sheriff estaba tan ocupado pasando tiempo con su esposa e hijo que había dejado a la pelirroja de lado. Su desconfianza iba en aumento.
—Desorientado. Así es como me sentía —contaba Rick a los presentes—, con miedo también, pero la palabra es desorientado.
—A veces las palabras no alcanzan —comentó Dale.
—¿Y tú? —Shane volteó a ver a Lilieth. Ella levantó la vista con indiferencia, haciendo esfuerzos para no dormirse—. ¿Qué hacías sola en la ciudad? ¿Cómo es qué aún sigues con vida? ¿Dónde están tus padres?
—Ya vas a empezar con tus preguntas innecesarias —Lilieth se incomodó nuevamente por la pregunta de sus padres, pero era más su enojo por Shane—. Qué te importa, chismoso.
—¡Oye! ¿Qué te pasa, niña? —se indignó Shane.
—Ya déjala en paz, Shane —intervino Rick—. Lilieth, ven aquí.
Rick se encargó de juntar algunas mantas que estaban por ahí y las acomodó haciendo un especie de colchón, después le dijo a Lilieth que se recostara y durmiera ahí, ya que notó la desconfianza con la que la niña miraba al grupo, negándose a dormir y Rick deseaba que descansara un poco o que al menos se sintiera segura.
En cuestión de minutos, Lilieth ya se encontraba en un sueño profundo; había vivido un infierno afuera y su pequeño cuerpo no pudo soportar las horas que llevaba sin dormir o sin consumir algún alimento decente; es por eso que aquel descanso se sintió como la gloria.
Shane aprovechó que Lilieth dormía para tomar la mochila de la niña y empezar a inspeccionar su interior.
