Cuento 1

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Sus piernecitas colgaban del banco de madera podrida que quedaba junto al faro, situado al final del muelle perteneciente a la pequeña localidad de Whitsburg. El viento soplaba helado en aquella mañana nublada y Adel se subió el cuello de su oscuro abrigo para resguardarse del frío. Metió una de sus pequeñas manitas en el bolsillo de la chaqueta y sacó un diminuto dado de madera. Solía hacer tiradas e intentar adivinar qué número saldría en cada una. Su conocimiento sobre otro tipo de juegos infantiles era prácticamente nulo. Dio un grito de victoria cuando acertó un seis y bajó del asiento dando un salto. Correteó por el puerto hasta llegar a una pequeña tienda, no muy lejos de allí. Se asomó al escaparate, poniendo ambas manos a cada lado de la cara para tener una mejor visión del muestrario. Allí estaba, posada sobre la misma base de lo que parecía ser mármol: una ballena fabricada en plástico. Era la primera vez que veía su animal favorito convertido en juguete. El sonido de la campanilla de la puerta le hizo reaccionar y mirar al lugar de donde provenía. Una anciana de rostro adorable y que vestía de forma humilde le sonreía desde el umbral. Adel se fijó en el llamativo lazo con el que recogía su cabello cano. La mujer metió una mano en el bolsillo de su delantal y extrajo una crujiente galleta, la cual ofreció al niño. Él, desconfiando en un principio, observó los ojos de la afable anciana. Decidió devolverle la sonrisa y coger el dulce cuando le rugió el estómago. Le agradeció el modesto regalo con una inclinación de cabeza y regresó a toda prisa al calor de su hogar.

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