Mamá cállate

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            Cristian cierra el puño entorno al baso, su madre sigue hablando y hablando y parece que nunca se callara. Terma le mira del otro lado de la mesa, el tenedor a mitad de camino de su boca, trozos de perico caen y ensucian el mantel, dándole a su madre más tela para cortar, siempre más tela, todo en el puto mundo puede escasear, pero nunca tela para que su madre hable sin parar.

-           Es por tu bien hija, estas, gorda, a nadie le gustan las chicas gordas... gordas...gordas.

          Dice más cosas, muchas más cosas, pero Cristian solo registra la palabra gorda, gorda, gorda ¡Que mierda tiene con la palabra gorda! Toma un trago de jugo de durazno, esperando pasar con el azucarado elixir las amarguras que su madre le ha logrado provocar. No piensen mal, él ama a su madre, tan desesperada y profundamente como todo hijo puede amar a su madre, pero hay días ¡oh Dios! Días de días, en los que solo desea que se muera, y se calle, definitivamente, que se calle.

-           Hacer ejercicio no te matara, ¿Qué crees que pasara cuando te vayamos a medir el vestido de la fiesta, y no te quede? Yo no estoy dispuesta a decirle a Imelda...

          Y Terma, su dulce hermana Terma, debe de soñar todas las noches con ser huérfana de madre.

-           Y solo pienso que si bajaras tus comidas...

         Terma golpea el puño sobre la mesa, sobre el plato, sobre el perico con tomate y cebolla. Todos guardan silencio, todos prestan atención, hasta su padre, que entonces había estado viviendo en una dimensión paralela a la presente, entorna los ojos y presta atención a su entorno, al verdadero, en donde sus hijos son hormonales y malolientes, y su esposa fofa y estirada.

-           ¡Maldición mama cierra la boca! – le grita, no le dice, sino que lo grita, apuradamente, mordiendo las palabras rellenas de odio y cubiertas con resentimiento. No luce asustada, no como las niñas que levantan la voz y luego lucen asustadas – Sé que estoy gorda, sabes, no necesito que me lo digas ¡Maldita sea! Sé que estoy putamente gorda, parezco una ballena, lo entiendo, pero no necesito escucharte decirlo – gesticula violentamente con las manos, regando sangre por todos lados, porque al golpear el puño contra la mesa y romper el plato se había cortado la mano.

        Cristian sonríe nervioso, entiende la situación, pero no la comprende, apunto estuvo de soltar un comentario ingenioso, si su padre no se hubiera levantado lo habría hecho. Él se ve molesto, muy molesto. Como el macho alfa que es debe delinear los límites, una hija histérica gritando a su madre esta obviamente fuera de los límites. Pero Terma, que por un minuto se encoge sobre sí misma y espera el golpe, se envalentona.

-           ¡No te atrevas a pegarme porque te juro que me lanzo a la calle y grito que intentaste violarme! ¡Ándale! ¡Todos saben en esta maldita calle quien eres, y que has hecho! ¡Maldición! todos lo saben – lo último lo dice menos histérica, un poco más serena – Y todos saben cómo eres tú - y apunta de nuevo a su madre, porque todo al final se trata de su madre- Siempre tú, tú de joven delgada, tú de porque no puedo ser yo más como tu... tututu... Mierda. Jodete. No intentes hablar. Solo cállate mama, cállate y escucha lo que tengo que decir; no me jodas más. Sé que estoy gorda, y sé que debo bajar de peso, y ya está.

        El silencio que sigue es raro. Si. No hay mejor palabra para describirlo, raro y frágil. Que deben hacer ahora, seguir con la rutina, amonestar a la semilla podrida, permanecer como momias pétreas

         ¿Qué hacer? ¿Qué hacer?

         Una nueva y extraña situación se ha desarrollado y nadie sabe cómo proseguir. El padre se acomoda la camisa, se alega, toma las llaves de su coche y desaparece de la escena con la misma gracia de una gacela. Su madre sigue ahí, los ojos sorprendidos y la quijada desencajada, como esperando a que una mosca entre.

Mama cállateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora