Prólogo.

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Sipnosis.




Había pasado demasiado tiempo desde la última vez que lo vió. Su risado cabello parecía estar más revuelto de lo normal, el brillo y la sonrisa que lo acompañaban a sus anchas junto con la seguridad que le caracterizaba remontaba a un recuerdo lejano e inexistente, ya no estaban. Le angustió verle de aquella forma tan deplorable y poco higiénica, en su rostro populaba una extensa barba que le impedía siquiera darle un beso en la mejilla. Jamás se llegó a imaginar que el orgullo del hombre más codiciado en el plano de esta tierra, se fuera a pordebajear a tal grado de abarcar a la autocompasión en si mismo. Era indignante. Aún así, no iba a permitir que se hundiera en su propia pena y miseria. Lo sacaría de esta, como siempre lo hizo, como lo llevaba haciendo por diez años consecutivos. Era su jefe, era su amigo, su compañero y su apoyo, siempre fue así, nada iba a cambiar...

Apoyo..

-Señor Adfikis, levántese y sacudase el polvo y todo lo demás. No es hora de que recaiga, aquí estoy.

Su frente se levantó del escritorio con pesadez obsevandolo allí parado con una gran sonrisa reluciente y preocupada a la par. Tuvo que refregar sus ojos y parpadear continuamente para captar la realidad en la que se encontraba. Era él: Su secretario.

Suyo.

-¿Secretario, Cabrera?. Pensé que tendría un vuelo hacia Japón. Llegará tarde.

Ladeó su cabeza para profundizar el contacto visual con el castaño sentado en aquella afamada silla de presidencia, la misma que un otruota conservaba la postura de un hombre con mentalidad ambiciosa y respetable. Ahora, ahora aquél sujeto no era ni la sombra de quién fue en tiempos atrás. Parecía un mal chiste, un muñeco carente de vida y simpatía. Daba pena.

-Mirese nada más, ¿Cómo quiere que llegue a Japón con usted en ese estado?. Como contratado, aún tengo obligación siendo empleado temporal de esta compañía... Contrato - Observó su reloj con recelo bajo la mirada atónita y confundida del mayor - Que vence justo dentro de veinticuatro horas. El tiempo exacto para suplirlo con su papeleo mientras va a su casa y se lava la mugre que trae encima.

Caminó con pasos decididos hacia el "porspecto muerto" sentado en la silla y tomó sus hombros para levantarlo y hacerlo caminar hacia la salida. Era un hecho, Aioros necesitaba con urgencia volver a retomar el mando de la empresa. No iba a permitir que sus momentos de post-depresión adelantada afectarán su área laboral y personal. Era demasiado para su gusto, pero no iba a permitir que Aioros se fundiera en un infinito mar de discordias que amenazaban con acabarlo en su totalidad.

-Shura... - Detuvó sus pasos al escuchar la débil voz del mayor, le daba la espalda y los ojos del español se asomaban por los anchos hombros del griego - No estoy mal por el trabajo...

Con los ojos abiertos a más no poder, el hispano bajó su vista hacia las manos del castaño que se ormaban en dos fuertes puños, de impotencia al parecer. Daba gracias a todas las musas que conocía a Aioros como a la palma de su propia mano, así que retrocedió poniendo sus brazos en jarras y alzó una de sus delgadas cejas con esceptismo.

- Adfikis, tiene una junta dentro de dos horas. No pierda el tiempo y vaya a hacer lo que le dije. No es una orden, es una sugerencia. No es conveniente que haga su trabajo con la pinta de vago que ahora mismo se está cargando.

Pero Aioros parecía no prestar atención a sus palabras. Tomó su hombro suavemente y lo hizó girar en su dirección. Y entonces, lo supo. Supo que al ver esos dos grandes ojos perdidos y cansados, que le gritaban que no se apartará de su lado porque... Porque lo necesitaba, lo quería. Pero ahora no era el momento de conversar sobre los sentimientos que le estimaban y confundían a él también, ahora debían ser profesionales y mantenersen al margen de una posible anomalía empresarial.

What Happens To The Secretary, Cabrera?.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora