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Mikasa retornaba al castillo en dirección a sus habitaciones desde el campo de tiro, después de una ardua tarde de entrenamiento y conversaciones acerca del nuevo puerto junto a Eren y Armin.
Caminaba sola, sus amigos al parecer tenían algo más importante que hacer, más importante que su compañía; Eren audiencia con Historia, al parecer (¿tan tarde?), y Armin se escabullía al sótano cada anochecer, según se había enterado en secreto Mikasa.
No importaba, ella también tenía cosas que hacer, darse una ducha por ejemplo.
Hacía un calor del infierno, tanto que Mikasa solo llevaba puesto un vestido y su chaqueta marrón con las alas de la libertad en la espalda. Esta más que nada para no desentonar con sus demás compañeros (ademas no le había dado tiempo de cambiarse de ropa cuando de sorpresa la invitaron a ir con ellos a practicar), sin embargo no la ayudaba a su propósito de pasar desapercibida esa noche.
Quizá había sido una mala idea el corto vestidito blanco hasta medio muslo. Pero en serio, si así chorreaba sudor en la parte interna de estos, no se querría imaginar si se hubiera decantado por el grueso pantalón del uniforme.
Por suerte en los alrededores ya no rondaba ni un alma, era hora de servir la cena después de todo, y seguramente todos se hallaban atiborrando el comedor en estos momentos.
Lo que significa que tendré las regaderas para mi sola.
Sus labios se curvaron en una pequeña sonrisita de satisfacción, en esos tiempos tan atareados en que la legión volvía a llenarse de reclutas, la privacidad era un lujo. Por suerte para ella, el ser veterana le proporcionaba una habitación privada —entre otros privilegios que no gustaba presumir— en el tercer piso alejada del bullicio, mas no un baño de uso personal, la suya se ubicaba al final de un extenso pasillo, por lo que tener que bajar al segundo piso hacia el baño comunal le era un eterno fastidio.
Mikasa suspiró, si lo analizaba ese lugar era más espacioso de lo que habían sido otros cuarteles en el pasado, incluso las habitaciones y oficinas de sus compañeros de la 104 y superiores estaban mezcladas.
Al menos en ese piso.
Faltaba poco para llegar a su habitación, Mikasa tan solo debía recoger su toalla, ropa limpia y sus productos de higiene y por fin se liberaría de ese pegajoso sudor que ya no soportaba un minuto más, y lo habría logrado exitosamente, si no fuera por un par de manos que la jalaron con brusquedad hacía el interior de la primera puerta que curiosamente pertenecía a su capitán.
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La había visto desde la ventana de su oficina. De pie de espaldas a él, su brevísima cintura, sus muslos carnosos, sus piernas largas cremosas, la suave curvatura de su trasero marcándose a través de la delgada tela que se pegaba traicioneramente a su piel.
No lo molestaba, lo excitaba.
Joder, podía vislumbrar hasta la sutil separación de ambas posaderas redondas.
Tan perfectas que quería morderlas.
Pero lo que había llamado desesperadamente su atención eran sus caderas.
Su anchura, tan llenas, tan fértiles.
Levi había escuchado rumores acerca del mito de que las caderas prominentes eran un símbolo de sensualidad y feminidad en otras culturas que él apenas conocía, pues significaba mujeres más fértiles y sanas, por ende, daban a luz a niños más inteligentes, más fuertes.
También, había oído acerca del momento del parto y otro rumor de connotación sexual.
Pero no sólo era eso, naturalmente las caderas grandes resultaban muy atractivas a la vista de cualquier hombre de manera primal. A su vista.
Levi había sentido el deseo imperante de apoderarse de ellas.
Justo como en ese instante.
—¡Levi! —le gritó muy cerca de su cara. Su nariz prácticamente rozaba su barbilla, mas eso no impidió el inminente contacto visual que envió una descarga eléctrica a su entrepierna.
Levi la tenía apresada con posesividad de su cintura, al percatarse de adónde presuntamente se dirigía la mocosa, no había podido evitar el impulso de esconderse para atraparla por sorpresa en cuanto escuchó sus pasos venir por las escaleras.
Fue un acto casi sin pensar.
Y ahora la tenía ahí en su oficina, consigo y a su merced; su piel ardía, sintiéndose como lava ardiente recorriendo sus venas, a punto de estallar.
Las lámparas de aceite a un nivel muy bajo y el ocaso cayendo detrás de las cortinas apenas y le otorgaban poca luminiscencia, pero la ideal para generar un ambiente cargado de tensión y comodidad al mismo tiempo.
Levi no decía nada. Tan solo la sentía, la... observaba. Sus facciones de muñeca en un cuerpo de diosa.
Y es que Levi no podía articular palabra ante semejante criatura reposando entre sus brazos.
Estaba mudo, rendido ante ella y su belleza infinita.
Porque ¿qué podía decir? La mocosa lo tenía hipnotizado, mas aún con su cuerpo pegado al suyo.
—L-Levi... ¿que ocurre?
Cuestionó, pero él continuaba perdido.
Pareciera que hubiera pasado minutos, horas, pero tan solo habían transcurrido segundos. Levi podía percibir en sus palmas el delicioso calor emanando de ella, la humedad de la sudoración, la suavidad y firmeza de su piel, su olor.
Aquello lo incentivó a levantarla de las piernas y envolverse a sí mismo con ellas, fue un acto veloz, primitivo, y terminó retrocediendo hasta acabar en su silla y con ella montada a horcajadas.
—Levi... basta. —un precioso sonrojo coloreó sus níveas mejillas, un leve e infantil puchero se hizo presente también, y la azabache no hizo más que desviar la mirada avergonzada. Tan hermosa.
Pero no se retiró, ella sabía a quién le pertenecía.
Y él como dueño, amo y señor de su mocosa, solo se encargó de palpar gustoso la solidez de sus muslos, hasta terminar apretando, estrujando y disfrutando devuelta la redondez de esas sensuales caderas femeninas que tanto lo volvían loco.
Las adoraba.
—Tch, no hables.
Algún día esas caderas cargarían a sus hijos en un futuro.
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.N/A: no pensaba subir nada, pero ya saben: yo y mi eterna devoción al precioso cuerpo de nuestra reina Mikasa ❤️❤️❤️, inspirado en el último capítulo del anime por cierto, y celebrando de una vez el mes del rivamika xD
Ah, y aprovechando ¡Feliz cumpleaños a Mikasa querida! :3
Gracias por leer.
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hips || rivamika
FanfictionLevi no decía nada. Esas caderas lo volvían loco, lo dejaban mudo.