La tierra de los Dioses

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Tras calmar a Kuroi se tomaron cada uno una poción para mantenerse caliente en ese lugar tan frío y caminaron hasta llegar a una ciudad con edificios blancos como la nieve del suelo. Los habitantes se veían igual que los humanos pero la mayoría medían poco más de dos metros y los miraban mal porque se notaba que venían de la tierra de los mortales como los llaman ellos.

Siguieron caminando y Kuroi les preguntó por qué estaban en este lugar, a lo que Kuroyukihime le respondió que tenían que coger un objeto divino que guardaban los Dioses de esas tierras. A Kuroi no le hizo mucha gracia la idea de robar a los Dioses por lo que les pueda pasar como castigo, pero aun así siguió con ellas ya que no sabía cómo volver a la tierra de los mortales ni conocía a nadie. Llegaron a un lugar que parecía un panteón con unas largas escaleras que llevaban al edificio rectangular pero antes de poner un pie en las escaleras unos guardias con armadura plateada que venían desde atrás se pusieron delante de ellos y les apuntaron con lanzas brillantes. 

Kureha estaba a punto de hablar para encararlos pero Kuroyukihime le hizo un gesto con la mano para que no lo hiciera y levantaron las manos. Los soldados hicieron que suban las escaleras mientras les apuntaban con las lanzas brillantes y los hicieron entrar en el panteón donde estaba lleno de libros y pinturas por las paredes, además de una larga alfombra azul que llegaba a un trono pegado a la pared al fondo del panteón. Había una mujer alta y rubia con ojos azules sentada en el trono con los brazos cruzados mirándoles con una expresión muy seria. Cuando estaban cerca del trono los soldados dijeron que se detengan y se arrodillen, pero la mujer rubia de ojos azules hizo un gesto para que los dejen solos. Los guardias se marcharon y hubo un silencio muy frío durante unos segundos hasta que la mujer rubia habló:

Diosa: ¿Qué hacen unos mortales en estas tierras sagradas?

Kureha: Sólo estamos visitando el lugar, nada más.

Diosa: ¿De verdad piensas que me vas a engañar con esa excusa? Aquí no se puede llegar a no ser que seas un Dios o conozcas a uno. Además noto la oscuridad en vosotras tres a excepción de ese joven kitsune.

Kuroi: A veces no son muy agradables, pero decir que tienen oscuridad es un poco...

Diosa: *enseña un poco los dientes al hacer una mueca de desagrado* ¡Silencio! ¿Acaso no sabes con quién estás hablando? Soy Shikari, la Diosa de la luz. Ten un poco de respeto.

Rea: *le da un suave golpe en el costado con el codo y le susurra* No seas idiota.

Yuki: Es posible que haya oscuridad en nosotras. Pero es cierto que sólo venimos a esta tierra para visitarla.

Shikari: ¿Y qué Dios o Diosa os dijo la forma de llegar? No recuerdo haber visto a ninguno de los Dioses ir a la tierra de los mortales desde hace cien años o más.

Yuki: Creo que te haces una idea de qué Diosa nos lo ha contado.

Shikari: Tch. Por supuesto que ha sido la fulana de Kamajou. Si estáis aquí dudo mucho que sea para visitar el lugar. *se levanta del trono*

Kureha: *suspira* ¿Lo hacemos?

Yuki: Qué remedio.

Shikari: ¿De qué habláis?

Kureha se movió con mucha rapidez poniéndose delante de Shikari y Kuroyukihime se puso detrás para seguidamente agarrarle de los brazos mientras Kureha le lanzó un conjuro oscuro haciendo que cayera inconsciente. Rea se acercó y de la bolsa sacó unas cuerdas oscuras que absorben los poderes y magia de luz para atarla. Le taparon la boca con un trozo de tela y se dirigieron a la entrada del panteón donde estaba la enorme puerta cerrada. Rea hizo un conjuro que imita voces a la perfección e imitando la voz de la Diosa ordenó a los soldados de afuera marcharse al santuario porque alguien lo estaba atacando. 

Kokuen no Yaiba IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora