Al otro lado de la libertad

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El reloj marcaba las 12:00 pm. Sabía que era hora de marcharnos, debíamos decir adiós y no teníamos la certeza de cuando regresaríamos, o si lo haríamos alguna vez. Escucho la voz de mi padre recordándome que necesitamos irnos ya o de lo contrario no llegaríamos a tiempo a la frontera. Miro a mi derecha y encuentro a mi hermana haciendo lo mismo que yo, dedicando una silenciosa despedida a la fachada de bloque gris de la casa donde vivimos por tantos años, se me rompe el corazón al ver sus ojos llorosos, daría cualquier cosa porque ella no tuviera que vivir esto, pero es lo suficientemente grande como para entender que esta es la realidad que nos ha tocado vivir.

Mi padre vuelve a llamar, no podemos retrasarlo más. Ambas caminamos en dirección al auto, al entrar decidimos echar un último vistazo a nuestro viejo hogar. El auto se pone en marcha, dentro de él, todo está sumido en un grotesco silencio, no es necesario decir nada porque el mutismo es suficiente para entender que todos dejamos una pequeña parte nuestra en ese lugar.

Llegamos al terminal de pasajeros, bajamos del automóvil y buscamos las maletas. Papá me mira extrañado, pregunta por qué pesan tanto, comida, le digo, la poca comida que quedaba en casa había optado por meterla en las valijas, mi instinto me decía que las cosas serían duras al cruzar la frontera y debíamos tener alguna base para sobrevivir. Fuimos directo a los autobuses, papá pago los pasajes, con suerte llegaríamos a tiempo.

Las tres primeras horas de viaje permanecimos callados, cada uno lidiaba solo con el dolor que supuso tener que partir. Al llegar al segundo terminal de pasajeros repetimos el proceso, esta vez iríamos en carro, sería el viaje más largo que habíamos realizado mi hermana y yo, pues la situación del país nunca nos dejó ir más allá de nuestro pueblo, serían cinco horas y un destino totalmente nuevo.

Las primeras horas permanecimos callados, pero en cuanto pasamos por el primer pueblo desconocido, los tres decidimos que era hora de hablar. Recordamos y reímos por todo lo

que dejábamos atrás, era imposible no notar la tristeza que rondaba a nuestro alrededor; mirábamos el paisaje y nos embebíamos de él pues no sabíamos cuando estaríamos allí nuevamente.

Llevábamos aproximadamente una hora charlando cuando los tres nos dimos cuenta de que más allá de la tristeza nos embargaba una sensación de emoción por conocer un nuevo país y una alegría enorme al pensar que volveríamos a ver a mamá después de tanto tiempo. Ella había venido a trabajar a este país solo para poder darnos una vida mejor, pero la situación del nuestro nunca lo permitía porque a pesar de sus esfuerzos, teníamos a duras penas solo para comer.

Tras cinco horas de viaje, llegamos a nuestro destino, el puerto, la frontera; creímos tontamente que ya habíamos pasado la parte más difícil, poco tardamos en darnos cuenta de que no era así.

Junto con papá, mi hermana y yo nos dirigimos hacia un lugar donde muchas personas hacían lo mismo que nosotros, esperar para cruzar al otro lado, algunos irían solo a comprar comida y otros, como nosotros, iban a quedarse por tiempo indefinido. La fila estaba larga, así que tuvimos que esperar una hora para poder llegar al principio de ella.

Cuando llegamos adelante, nos topamos con un grupo de militares, mi padre les dijo que íbamos a cruzar y que nos quedaríamos en ese país, ahí comenzó lo difícil. Un hombre robusto y con aspecto desagradable preguntó a nuestro padre si mi hermana y yo éramos mayores de edad, claramente no lo éramos, así que el militar dijo que no podíamos cruzar, que necesitábamos un permiso escrito de parte de nuestra madre, para poder pasarnos al otro lugar. No importó de cuantas maneras explicamos que mamá estaba en ese país, no nos dejó pasar.

Estábamos desesperados, cansados y hambrientos. Un militar distinto al anterior se nos acercó y nos dijo que si le dábamos $30.000 nos dejaba cruzar, pero no teníamos el dinero.

Esperamos mucho tiempo, con la esperanza de que un milagro nos ayudara y así sucedió. Un hombre bajito y rechoncho se apiadó de nosotros, a espaldas de los demás nos hizo

Al otro lado de la libertadWhere stories live. Discover now