Capítulo 1

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El sol brillaba bajo las espesas nubes grises. Un intenso olor a huevos podridos inexplicablemente inundaba toda la calle y la suave brisa no hacía nada bien para disipar todo el olor, es más lo extendía más. Una rama repiqueteaba al son de su propia música, la ventana de mi habitación y a lo lejos una bandada de cuervos, parecían avisarme de un próximo mal augurio, pero...¿Qué más me podía ocurrir?
Pues cosas mucho peores...
Todo estaba en un silencio casi sepulcral, la ausencia de la tía, cada vez se acrecentaba más y el temor a lo desconocido se intensificaba, y por si fuera poco la llave que llevaba en el bolsillo delantero de los vaqueros, parecía quemar la tela y penetrar hasta el fondo de mi alma. Si, la llave pesaba más en mi conciencia, era porque la hora de encontrar su cerradura y descubrir mis próximos miedos se acercaba. Si...definitivamente era la hora.
Con manos temblorosas, tomé entre mis manos la llave y la inspeccioné.
"Miau" "Miau" Perro, qué era así como se llamaba nuestro gato, maullaba como poseso, al principio no le dí importancia pero después de varios segundo, el estupido gato agarró del suelo mi jersey de cuello alto gris y tiró de él con sus pequeños dientes. Perro, tiró del jersey por toda la casa, arañando y mordiendo la lana, y yo lo seguí, y fue él quien me condujo hasta el baúl de mi tía, el qué nunca me dejaba abrir, ni siquiera tocar, porque si lo hacía un demonio maligno saldría de él y me llevaría al infierno.
No creía en ese tipo de cosas, pero con eso mi tía lograba mantenerme alejada del rústico (por no decir sucio) baúl.
Dicho baúl, tenía una inscripción:"Innominata"¿latin tal vez?... y todo ello estaba cubierto de un espeso polvo blanco y de pegajosas telarañas. De un manotazo quité toda la suciedad. La madera estaba podrida completamente.
"Rústico, rural y retro" Las tres "R"
Un destello de luz proveniente de la cerradura me cegó y de un momento a otro, ya no estaba en la habitación.
Las llamas absorbían todo con su fuego, el calor era exuberante y todo estaba sumido en el caos.
―¡Melinda los niños! ―gritó una voz. Era un hombre, vestido con ropajes de otra época, con la cara cubierta de hollín, corría llevando entre sus brazos a dos pequeñas niñas. Al verlo sentí ternura, pero al mismo tiempo una pizca de frustración, yo no me llamaba Melinda, ni tenía niños, ¡Ni siquiera sabía quién era ese hombre! ¡Ni por qué todo estaba en llamas!
Melinda se encontraba en el suelo, con todo su vestido arrugado y el pelo rubio lleno de ceniza, sus pulmones poco más resistirian. De repente el lamento de un bebé nos sacó de nuestras debilidades, la cuna se estaba quemando y las llamas acabarían con él. Yo, o tal vez Melinda, no podía respirar, se ahogaba, pero debía llegar, debía salvarlo, porque el amor de Melinda, por el bebé era total y demasiado fuerte como para negarse y contradecirlo (Yo tampoco dejaría a un bebé a su suerte bajo las llamas).
Sentía las manos arder, como cada parte de mi cuerpo se empezaba a quemar, pero a Melinda no le importaba, continuó su paso hasta llegar a su pequeño hijo, que en realidad eran dos. Uno de ellos, el qué lloraba tenía los ojos negros como dos pozos sin fin aparente y el pelo también rubio ceniza como su madre, mientras qué el otros solo compartía con su hermano las dos perlas negras qué tenía por ojos, su pelo era cobrizo y su piel ligeramente dorada.
Melinda corrió por toda la casa, asfixiándose, llevando consigo a los dos bebés. Las llamas no eran un impedimento para ella, es más, saltaba y pataLèaba todo lo que se dignara interponerse entre ella y la salida.
Los ojos nos picaban. El niño no paraba de llorar. La salida estaba cerca, muy cerca... solo hacía falta un paso más y...
Todo se volvió negro, como si un manto de oscuridad cubriera todo aquello qué me rodeaba. El aire ya no olía a humo, no sentía mi cuerpo, no tenía voz, ya no era yo. Solo podía ver... la llave en forma de infinito en mis manos y el lamento del niño de fondo.

La luz se filtraba por la ventana, el olor a huevo podrido había desaparecido misteriosamente y había comenzado a llover. Las gotas caían y caían, traspasando el tejado de la casa abriendo goteras en el techo. Unas de esas gotas calló en mi nariz, haciéndome volver a la realidad. El agua estaba fría.
Mi nariz sangraba, el baúl estaba abierto y la llave llena de hollín.
¿Qué quería decir esto?
Pero antes de poder resolver las dudas que asaltaban mis barreras mentales el silencio sepulcral fue interrumpido por un golpe seco de algo y después su choque contra el suelo. "Crash"
El jarrón de la tía, se había roto en mil pedazos y a él se le sumaron todas las tacitas de porcelana francesa de mamá.
No estaba sola. Y eso no era nada bueno.
―¡Debe estar por aquí! ¡La vieja ha muerto! ―gritó una voz entrecortada, era un hombre, y a juzgar por su voz debía ser muy grande.
―No es necesario que rompas todo a tu paso... ―ahora la que hablaba era una mujer, con un acento extranjero, diría que tal vez ruso. Temblaba. Mis piernas temblaban, si subían me descubririan y probablemente ya no más Lèa. Solté una risilla nerviosa.
"Bye Bye Lèa"
Las manos me sudaban pero en un atisbo de lucidez cogí entre mis manos una bandolera al estilo hippie de las tantas que tenía la tía y sin meditarlo mucho metí las tres cosas que el baúl contenía.
Un libro de tapa blanda custodiado por tres cerrojos sin cerradura, un pequeño joyero azul y una rosa seca y muerta.
Y por último como si estuviera pisando minas me acerqué a la ventana y la abrí. El maullido de Perro, me avisó de que no quería quedarse con esa "aparente" gentuza.
―¡Miraré arriba! ―las voces se acercaban.
―Date prisa no tengo todo el día...―murmuró la mujer.
Perro de un salto entró en la bandolera. Y yo salté por la ventana al día lluvioso.
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Comenten y den a la Estrellita.
Porfii.
Se despide:
Kyotic

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⏰ Última actualización: Feb 13, 2021 ⏰

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