CAPÍTULO 06

31 2 0
                                    

Estar encerrado te da solo una cosa: tiempo para pensar.

Y desde la visita de JinYoung, la única cosa en mi mente era como recordar la noche en la que nos conocimos lo hizo llorar. Una gran victoria cuando se trataba del frágil estado emocional de mi esposo.

Era la más vulnerable y fuerte persona que conocía. Mi propia contradicción que vive y respira.

Sabía que lograría hacerlo reaccionar cuando mencionara la noche en que nos conocimos porque mi propia reacción siempre era fuerte cuando pensaba acerca de esa noche. La noche en la que casi pongo una bala en su cabeza.

Más grave que un cuento de hadas.

Pero seguía haciéndome sonreír cada vez que recordaba el primer momento en que mis ojos aterrizaron en la pequeña bola de actitud quien eventualmente se convertiría en mi esposo.

Mi mundo.

Mi pene estaba siendo mamado por alguna chica con la que asistí a la escuela secundaria cuyo nombre apenas recordaba entonces y ahora.

No la quise llevar a mi pequeño apartamento junto a la tienda porque no quería que tuviera una errónea idea y pensara que lo que estábamos haciendo involucraba quedarse a dormir.

O una cama.

O más de diez minutos.

Después de recoger a la chica en Bert’s, conduje a la tienda de mi papá y la guíe hacía la parte de atrás al vertedero de autos. Antes de que pudiera bajar el cierre completamente, ya había tirado su bolso en el asfalto para usarlo como un improvisado cojín y se dejó caer sobre sus rodillas.

Mi espalda estaba contra una vieja y polvorienta camioneta, y la chica con mi pene en su garganta iba hacía mi como si fuera su última maldita comida. Escuché un crujido, pero no fue suficiente para distraerme de la chica trabajándome con su boca como si fuera su jodido trabajo.

Entonces, hubo un estornudo. Nunca olvidaré ese estornudo mientras viva. Pareció venir de ningún lado.

La chica a la que estaba cogiéndole la cara pareció no notarlo.

Sonó realmente cerca.

Demasiado malditamente cerca.

La chica empujó mi pene en su garganta llevándome más lejos de lo que creí posible. Antes de que pudiera formar otro pensamiento coherente, me estaba viniendo, y ella estaba golpeando mis muslos con los puños cerrados y escupiendo en el pavimento, gritándome por no avisarle que estaba a punto de llegar. Me reí porque crecí en Sokcho y no había un chico allí que conociera que no hubiera disparado su carga en su garganta antes del décimo grado. Pisoteó hacía la valla, y la seguí para dejarla salir, deslizando la puerta cerrando tras ella. Se fue murmurando para sí misma, pero estaba preocupado con el estornudo para dar una mierda sobre lo que estaba quejándose.

Me quité la chaqueta y la dejé en una bicicleta sin asiento. Despacio, me moví lentamente de regreso a la vieja camioneta y saqué mi arma de la cintura de mis pantalones. Fue cuando rodeé la camioneta que primero vi una bola de sudadera con capucha negra sobre sus rodillas. Quien quiera que fuera había vomitado sobre el pavimento.

Apunté mi arma a su cabeza y la ladeé. La sudadera se congeló.

—¿Quién te envió, hijo de puta? —pregunté. Dando un paso al frente, presioné el cañón de mi pistola tras su cabeza.

No hubo respuesta.

—¿Así que quieres jugar de esa manera, eh? —pregunté enojado. Agarré la sudadera tirando hacía atrás la cara del intruso. Estaba contento de que iba a poder dictar mi propia marca de justicia perversa en este tipo. Ya estaba planeando su eliminación cuando de repente me distraje por algo suave en mi mano. Era un mechón de largo, brillante cabello rojo.

¿Qué mierda?

Miré de mi mano a la pequeña figura acurrucada en frente de mí. Lo empujé en la parte de atrás de la cabeza con el cañón de mi pistola.

Finalmente volteó y levantó la mirada.

ÉL miró hacia arriba.

Enormes inocentes ojos enmascarados en pálida piel me miraron fijamente. No era un hombre alfa, era un pequeño Omega, sus ojos y olor lo delataban, un pequeño Omega, no más grande diecisiete o desciocho.

Un hermoso Omega.

El más hermoso omega.

Mi Omega.

Yo tenía veintidós. No era un viejo de cualquier manera, pero si demasiado viejo para un Omega tan joven como él. Estaba mal para mí sentirme atraído hacía el de la forma en que lo estaba. Pero mi cerebro, mi pene, y mi corazón descongelado parecían no dar una mierda de decencia.

Suena tan jodidamente cliché, pero fue cuando nuestros ojos se encontraron por primera vez cuando mi vida cambió irrevocablemente.

No diría que creo en ninguna clase de destino, pero si algo como eso existiera, estaba trabajando esa noche.

Nunca había mirado atrás.

Aunque no sería un camino fácil de recorrer de ninguna manera, el Omega asustado de rodillas delante de mí, con el tiempo me recibiría en su vida, en su cuerpo.

Daría a luz a mi hija.

Se convertiría en mi esposo.

Ese delgado Omega con la sudadera de gran tamaño había sufrido bastante en su vida y poco sabíamos cualquiera de los dos entonces que sufriría mucho más.

Maldito TaecYeon.

La sola mención de su nombre fue suficiente para enviarme dentro de una rabia justo ahí en el área de visita. No fue hasta que JinYoung finalmente me dijo lo que TaecYeon le hizo, cuando me mostró las fotografías, la evidencia de un crimen que hace mi estómago revolver cada jodida vez que lo pienso, cuando me enteré que las verdaderas profundidades de mi enfermedad y depravación no tenían limites cuando se trataba de proteger a JinYoung y a YoungOk.

Venganza fue la droga que me inyecté la noche que localicé a ese bastardo. La venganza fue lo alto que monté cuando lo eliminé de esta jodida tierra.

El amor es lo que hace que todo tenga sentido. Cuando llego a mi familia y mi amor por ellos, cualquier regla que tenía sobre cómo y por qué hago las cosas que hago fueron tiradas por la ventana.

Nuestro amor no tenía reglas.

Lo que le hice a TaecYeon me hizo darme cuenta que había una razón por la que fui puesto en este planeta exactamente como era, como soy.

Para proteger a mi familia.

0.5. OSCURA NECESIDADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora