O1: Suéter.

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“A veces las personas más frías sólo necesitan un suéter”

Para muchos esta podrá parecer una frase totalmente estúpida y demasiado obvia, sin embargo nuestro querido protagonista de mechones color azabache decidió tomarla metafórica y literalmente.

Alfred Langenberg, un chico de diecisiete años amante de la vida. Cada día intentaba ser lo más positivo y alegre posible para ser de ayuda a todo el que pudiese. Sí, como cualquier persona normal tenía problemas, algunos muy fuertes, pero siempre los ocultaba para intentar ayudar a los demás.

La gran mayoría de sus compañeros lo miraban como un bicho raro, y es que nadie podía ser tan feliz y positivo cuando está claro que la vida es una porquería, pero no para Fred.

Frederick Fazbear es un chico de igual diecisiete años cumplidos, sin embargo él, debido a varios problemas que desarrolló a lo largo de su adolescencia y parte de su niñez, es todo lo contrario a Fred, siendo negativo y odiando cualquier día sin excepción. Pero no siempre fue así.

Su principal defecto, aparte de su negatividad, era ser demasiado cobarde, ya que no se atrevía a terminar de una vez por todas con su inservible e inútil “vida”.

Oh, que genial se la pasará cuando Fred llegue a su vida, dispuesto a sacarle sonrisas...o lágrimas, lo que suceda primero.

(...)

Luego de una larga noche a causa del insomnio, el joven de tez morena tuvo que levantarse de la cama para asistir a su colegio. No le hacía mucha ilusión asistir a aquel sitio lleno de adolescentes idiotas, pero debía hacerlo si no quería los regaños de su madre.

Era una mañana un poco fría, el invierno estaba por comenzar. No vivía en un país donde cayera nieve o algo parecido, sin embargo se sentía el frío.

Luego de levantarse y arreglarse para ir al colegio, bajó las escaleras, caminando hasta la cocina donde su madre con una radiante sonrisa lo esperaba.

“¡Buenos días, Freddy!” le saludó, haciendo lo más animada posible su voz “¿Qué tal dormiste, mi cielito hermoso?”

“Mal” Respondió sin más, sentándose para desayunar, pero lo único que hizo fue tomar el jugo de naranja que estaba al lado del plato “Nunca puedo dormir” agregó con cierto fastidio.

“Ay ¿Por qué? ¿No tomaste tus pastillas para dormir? Siempre las dejo en la mesita de noche ¿Se te acabaron?” preguntó con sumo interés, queriendo que el chico sintiera importante.

“Odio esas pastillas” Dijo con desagrado, no le gustaba tener que drogarse para poder dormir. Una vez terminó el jugo, dejó el vaso en el lavadero y caminó hasta la puerta.

“¡Con cuidado, cielo! ” habló antes de que se fuera, pero para desgracia de ella el chico no la escuchó.

Cuando la fresca brisa de la mañana chocó contra su rostro sintió un ligero escalofrío, logrando que temblara un poco. Ignorando el frío que sentía comenzó a caminar hasta su colegio, abrazándose un poco a sí mismo.

Miraba molesto el suelo, debatiendo si entraría a estudiar o no, de todos modos las pocas veces que entraba a clases ni siquiera prestaba atención. Suspiró con molestia y aceleró el paso para llegar más rápido al detestable lugar.

Mientras iba caminando más gente comenzaba a hacerse presente en las calles. Se sentía un poco incómodo, nunca le gustó estar rodeado de muchas personas gracias a su timidez.

No tardó más de quince minutos en llegar hasta su escuela, y otros cinco en llegar hasta su salón. No habían muchos estudiantes, de treinta y cinco sólo habían cuatro. Eso lo alivió bastante, así que más tranquilo fue hasta su lugar para sentarse, el cual quedaba a un lado de una ventana que dejaba ver el patio delantero. Recargó su mentón en su mano mientras miraba como más adolescentes y algunos adultos entraban al lugar.

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