"Las cosas no son lo que parecen"

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John avanzaba con paso decidido rumbo a la calle Crampton sumido en sus pensamientos. Muchas jóvenes lo observaron con una mezcla de admiración y extrañamiento al verlo ocupado en menesteres propios de un recadero. Había pasado una semana desde aquella fatídica mañana en la que había declarado su amor a Margaret, quien había hecho añicos su corazón al rechazarlo con palabras despiadadas. ¡Dolía! ¡Cuánto dolía el amor no correspondido! Pero eso no le iba a impedir hacer lo que quisiera. El doctor Donaldson le había comentado que la fruta le sentaría bien a la señora Hale y él iba a hacer lo correcto y proporcionarle lo que necesitaba para que ella se sintiera mejor.

Cada paso que lo acercaba a su destino hacía que su corazón se acelerara. Se reprochaba repetidamente la imperiosa necesidad de verla. Por las noches, incapaz de dormir, daba vueltas en su cama pensando en ella. Sólo lograba conciliar el sueño cuando cerraba los ojos y rememoraba el hermoso rostro de Margaret con lujo de detalles. Su serena belleza era como un bálsamo que curaba las profundas heridas de su corazón y le brindaba por fin el alivio del descanso nocturno.

Subió los peldaños y se detuvo en la entrada de la casa de los Hale para tocar la puerta con mano firme. Unos suaves pasos anunciaron que alguien se acercaba.

Margaret abrió despacio la puerta y alzó la vista para mirarlo con actitud nerviosa.

-¿Señorita Hale?

-Señor Thornton – saludó ella en voz baja inclinando levemente la cabeza y sin hacer un ademán de invitarlo a entrar.

- Sólo he venido a devolver un libro a su padre y a traer fruta a su madre – respondió él con un tono de voz neutro que no dejaba traslucir sus sentimientos.

-¡Oh, gracias! Mary... - dijo Margaret, tomando el cesto y el libro de sus manos y girando la cabeza para llamar a la criada -. Por favor, lleva esto a la cocina.

Si bien ella le había dejado bien claro de forma tajante que la expresión de su afecto no sólo la había ofendido sino que lo consideraba impertinente, John no había esperado esa fría recepción.

-Debe perdonarme – expresó él levemente irritado – pensé que todavía sería bienvenido, a pesar de lo que pasó entre nosotros. Como invitado de su padre, al menos.

Al escuchar sus palabras, Margaret sintió una fuerte congoja. Sabía que se estaba comportando de una manera que él no se merecía, pero no podía permitir que el señor Thornton ingresara a su casa pues la seguridad de Frederick dependía de que nadie se percatara de su presencia allí.

-De hecho, es usted bienvenido –repuso ella, sintiéndose culpable -. Pero...

Su voz se apagó cuando advirtió que el señor Thornton miraba más allá de su hombro. Al darse vuelta, comprobó con creciente temor que había quedado la puerta abierta y que él estaba viendo el abrigo negro y la maleta que se encontraban en el vestíbulo.

-Lo siento. Tiene compañía – declaró secamente John.

-No. De hecho no la tenemos. No hay nadie – respondió apresuradamente ella.

Margaret estaba mintiendo. Él podía darse cuenta de ello. Lo leía en la expresión angustiada de su rostro. Y para erradicar toda duda que pudiera quedarle al respecto, en ese momento, llegó hasta ellos una voz masculina desconocida para John. ¿Quién era aquel hombre que se encontraba en el interior de la casa de los Hale? ¿Qué relación tendría con Margaret para lograr que ella fuera capaz de mentir para encubrirlo? La furia comenzó a invadirlo, recorriendo sus venas y provocando que su cara se convirtiera en una fría máscara de desprecio.

-Buenos días, señorita Hale – se despidió.

-Señor Thornton – lo llamó Margaret afligida-. Mi madre está enferma. Por favor, créame que no es una descortesía...

John no se detuvo al oír su llamado. Sentía su cuerpo entumecido. Inspiró profundamente para tratar de serenarse lo suficiente como para poder regresar a su casa sin desplomarse debido al intenso dolor que lo atenazaba.

Los ojos de Margaret se nublaron al llenarse de lágrimas que no podía permitirse derramar en ese momento. Cerró la puerta y se apoyó en ella, reuniendo fuerzas antes de subir a ver a su padre y a su hermano.

Se sentía desgarrada al saber que había herido nuevamente al señor Thornton, aunque no había sido esa su intención. Se acercó al escritorio y tomó la pluma y una hoja de papel. Se sentó un momento y, con dificultad debido a las lágrimas que ahora se derramaban por sus mejillas, escribió una nota. Luego la dobló y la metió en un sobre con manos temblorosas. Llamó a Mary y le pidió que entregara la nota en la casa del señor Thornton.

John abrió la puerta de su casa. El interior estaba silencioso a esa hora de la mañana y agradeció poder contar con un momento a solas para calmar su estado de ánimo. La larga caminata desde Crampton no había apaciguado el persistente dolor que lo invadía.

No supo cuánto tiempo estuvo allí, parado junto a la ventana, con la vista perdida en algún punto indefinido.

-Disculpe, señor. Han traído esta nota para usted – dijo Jane, la criada.

John tomó el sobre y lo abrió.

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"Estimado señor Thornton:

Lamento que haya malinterpretado mi actitud esta mañana. Sepa que usted siempre será bienvenido en nuestro hogar y agradezco todas las atenciones que tiene con mi madre enferma. Espero que no me juzgue severamente por lo que ha sucedido. Sólo puedo decirle que las cosas no son lo que parecen.

Le saluda atentamente,

Margaret Hale"

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John deslizó sus dedos sobre el nombre de ella escrito en la hoja. Era increíble el poder que Margaret tenía sobre su mente y su corazón. Aún a pesar de su cruel rechazo, él la amaba y nunca dejaría de hacerlo. Era inevitable. Intentar olvidarla era imposible.

Volvió a leer la breve nota escrita con aquella letra tan elegante y femenina. "Las cosas no son lo que parecen" había escrito ella. ¿A qué se refería?, se preguntó intrigado. Una pequeña mancha al lado de esa frase llamó su atención. No era una mancha. Era una marca... como si una gota de agua hubiera caído sobre el papel. ¿Una lágrima? ¿Su adorada Margaret había llorado por lo que había ocurrido? Acarició la humedad dejada en la hoja, deseando haber podido secar de la misma manera las lágrimas de los bellos ojos de ella. No soportaba la mera idea de que Margaret sufriera. Con cuidado dobló la nota y la guardó en el bolsillo interno de su saco, justo del lado de su corazón. Averiguaría qué quiso decir Margaret con esa frase, pensó con decisión y, tomando su sombrero, se dirigió a la puerta y salió de su casa.

"Las cosas no son lo que parecen"Where stories live. Discover now