Necesitaba salir. De manera urgente. Margaret sentía que le faltaba el aire mientras caminaba de un lado para el otro en la silenciosa sala. Desde allí podía escuchar la lejana voz de su padre que leía en voz alta a su madre que descansaba en su cama. También llegaban hasta ella las quejas murmuradas por Dixon mientras realizaba los quehaceres domésticos en la parte posterior de la casa.
Los últimos días habían sido muy difíciles para Margaret. La salud de su madre se deterioraba notablemente día a día y durante su última visita a su amiga Bessy, la había encontrado lánguida y fatigada.
Tomó el chal que estaba colgado en el respaldo de una silla y se lo colocó sobre los hombros. Luego abrió la puerta y descendió deprisa los peldaños procurando evitar que las lágrimas se derramaran por sus mejillas.
Agradeció que el aire fresco la reanimara un poco. Mientras caminaba sin rumbo por las calles poco concurridas a esa hora de la mañana, su mente recordó lo sucedido con el señor Thornton y un profundo sentimiento de culpa la embargó. Su ferviente declaración de amor la había tomado por sorpresa pues nunca había imaginado que él albergara sentimientos tan intensos hacia ella. Las duras palabras que había pronunciado al rechazarlo aún resonaban en sus oídos y volvían a ella para aumentar su zozobra. También había sido inesperado verlo al día siguiente ingresar a su casa llevando un cesto repleto de exquisitas y fragantes frutas. El tono suave y amable con que le habló a su madre la conmovió mucho a pesar de que él ignoró su presencia durante esa breve visita.
- ¡Ah, Margaret! Aquí – la llamó una voz masculina, sacándola de su ensimismamiento.
Ella levantó la vista y vio que, desde el otro lado de la calle, el señor Bell reclamaba su atención alzando su brazo. Al reconocerlo, Margaret sonrió brevemente y comenzó a cruzar la calle pero aminoró el paso cuando se percató que, a su lado, se encontraban el señor Latimer, su hija y el señor Thornton.
- Bueno, mira esto – exclamó el señor Bell animadamente -. ¡Qué suerte! Las dos chicas más bonitas de Milton. ¿Recuerdas a los Latimer, Margaret?
- Por supuesto. Un gusto verlos – respondió con cortesía, inclinando su cabeza a modo de saludo. Su mirada se posó brevemente en el rostro del señor Thornton y luego, nerviosa, la desvió.
John se estremeció al oír la voz de Margaret. Se regañó duramente por permitir que, aún después de lo que había sucedido entre ambos, ella tuviera el poder de afectarlo de aquella manera con sólo pronunciar unas palabras. Recordaba perfectamente su porte arrogante y las despiadadas palabras que le había arrojado a la cara al rechazarlo y que ahora se repetían como un eco en sus oídos y se clavaban profundamente como un puñal en el corazón. Había intentado ignorarla cuando había ido a la casa de los Hale a llevar fruta a su madre y, si bien no había posado la mirada en ella en ningún momento, había sido consciente de su presencia durante los breves minutos que había permanecido allí. Inspiró profundamente y apartó sus pensamientos de ella para prestar atención a la conversación.
- Bueno, ¿a dónde ibas, querida? – preguntó el señor Bell a Margaret.
- A ningún sitio – respondió ella de manera evasiva.
- Puedes tener tus secretos. Las jovencitas deben tener sus secretos – dijo el señor Bell con cierto aire cómplice, mirando a John de manera significativa -. ¿No es ese uno de los placeres de la vida?
- No sabría decirle – respondió John con sequedad -. Si me disculpan, debo asistir a una reunión con mis colegas magistrados y no deseo llegar tarde.
- ¿Se dirige hacia New Street, señor Thornton? – preguntó Ann Latimer. Al ver que John asentía brevemente, agregó: - Tengo cita con mi modista, la señora Thompson, y me preguntaba si sería tan amable de acompañarme, pues mi padre tiene que atender unos asuntos en el banco... Si le queda de paso, por supuesto.
Margaret sintió una opresión en el pecho al oír el pedido de la señorita Latimer. No comprendía por qué súbitamente sintió una imperiosa necesidad de llorar. Hizo un enorme esfuerzo para contener las lágrimas que pugnaban por salir. No deseaba que la vieran así. No podría soportarlo.
Con voz entrecortada, se despidió de todos, alegando que tenía que hacer unos recados antes de regresar a su casa y bajó el ala de su sombrero para evitar que vieran sus ojos anegados de lágrimas.
Dio varios pasos en dirección contraria a la que llevarían la señorita Latimer y Thornton. No entendía por qué el imaginarlos juntos la llenaba de congoja.
- Señorita Hale, ¿me permite un momento, por favor?
Margaret se detuvo al oír esa voz profunda, pero no se giró a mirar a la persona que la había llamado. – Señor Thorton, creí que tenía una reunión a la cual asistir – dijo en voz baja.
- ¿Se encuentra bien? – preguntó él con tono preocupado, colocándose a su lado.
Margaret ignoró su pregunta y prosiguió su camino mientras añadía: -Me imagino que llegará tarde si no se apresura, ya que primero debe acompañar a la señorita Latimer.
- El señor Bell se ofreció a hacerlo cuando decliné su pedido ya que deseaba hablar con usted.
Margaret lo miró sorprendida con sus húmedos y brillantes ojos. Su tez estaba más pálida de lo habitual y parecía apenada, muy apenada.
- ¿Necesitaba hablar conmigo? – dijo con voz entrecortada.
- Quería saber cómo se encuentra su madre y si las frutas que le llevé fueron de su agrado – respondió.
- Oh, sí, ella está muy agradecida por su amable gesto y las frutas le sentaron muy bien, aunque su estado continúa siendo muy frágil.
- Señorita Hale... recuerde que, cualquier cosa que su familia necesite, no tiene más que pedirla y yo se la procuraré- declaró él solícitamente.
- Mi familia y yo estamos muy agradecidos con usted, señor Thornton. Mi padre no podría haber tenido un amigo tan atento y considerado.
Durante unos breves segundos el rostro de Margaret se iluminó con una sonrisa de gratitud. John sintió que la enorme pena y el dolor que lo embargaban desde el día posterior a la revuelta se aligeraban un poco.
- Para mí es un gran honor que su padre me considere su amigo. Bueno, señorita Hale, lamento no poder seguir conversando con usted, pero mis colegas me esperan para una reunión importante. Le deseo que tenga un buen día. Por favor, envíele mis saludos a su padre y a su madre.
- Muchas gracias, serán dados – contestó con gentileza -. Espero que su reunión sea provechosa. Hasta el jueves, señor Thornton.
John la observó mientras ella se alejaba con su andar grácil y elegante. Luego volvió sobre sus pasos para encaminarse hacia New Street. Su mente estaba llena de imágenes del hermoso rostro de Margaret. Era evidente que ella también sufría. Había notado su expresión triste al saludar al señor Bell y juraba que había visto unas lágrimas asomando a sus bellos ojos. Rememoró todas las palabras que ella había pronunciado y se preguntó por qué motivo se había molestado cuando la señorita Latimer le solicitó que la acompañara. Un débil pensamiento fue creciendo y abriéndose paso en su mente: ¿Estaría Margaret celosa? Rápidamente lo descartó. Era imposible. Si ella sintiera algo por él no lo hubiera rechazado con tanta indignación. Sacudió la cabeza como si quisiera eliminar completamente esa idea y, de pronto, se detuvo. "Hasta el jueves, señor Thornton". Ella se había despedido de él con aquellas gentiles palabras. Había supuesto que ya no querría volver a verlo después de su rechazo y, por eso, había enviado una nota al señor Hale disculpándose por no poder asistir a su clase del jueves. Una sonrisa comenzó a asomar en sus labios. Intentó no alentar falsas esperanzas pero era inevitable. Si Margaret, su adorada Margaret, había dado por sentado que el jueves lo vería, así sería. Y, con el corazón acelerado al pensar en su próximo encuentro, continuó andando hacia su destino con pasos cada vez más animados.
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"Un encuentro inesperado"
RomanceVariación de la escena que ocurre en la calle cuando el señor Bell se encuentra con John, Margaret y los Latimer.