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El silencio suele ser el mejor acompañante para algunos, una soledad calmante que te llena de paz y seguridad. Sin embargo, para otros, el silencio no es más que el mismísimo infierno, un pitido constante e infinito, que puede abrumar todos tus sentidos y orillarte hasta tu punto de quiebre.

¿Entonces, ¿el silencio es malo o bueno?

Así como la vida, el silencio es ambas cosas.

(• • •)

La puerta se cierra con suavidad,  y detrás de ella se escuchan los pasos del doctor alejándose. El sonido de los zapatos hicieron que la mujer pudiese salir de su shock inicial ¿Cuánto tiempo había durado así?

Dejo de ejercer tanta presión en sus brazos, miro las marcas de sus dedos y sollozo. Al parecer había estado buscando el confort de un abrazo, algo que le diera el apoyo que necesitaba, pero nadie estuvo ahí.

Vio de reojo a su pequeño recostado entre las blancas sabanas de aquel hospital, inmóvil, pálido y con algunos rasguños notables. Un tubo que entraba por su pequeña boca que intentaba proporcionarle el oxígeno que necesitaba para permanecer con vida.

Y entonces recordó cada llanto, cada grito, cada golpe que se dio para intentar despertar de ese "mal sueño". Cada que volvía a ver a su hijo sobre aquella cama rodeado de cables, solo podía sentir una impotencia inmensa. Y la culpabilidad de no haber estado en el lugar del accidente para evitar todo la consumían con el pasar de los segundos.

El pitido de las máquinas era su única compañía, su único alivio. El sonido de la vida de su pequeño sol que persistía a pesar de las circunstancias.

Sollozó en silencio y se llevó una mano a la boca, recordar las palabras del doctor antes de abandonar el cuarto eran una nueva forma de tortura que nunca pensó experimentar hasta ese día.

"Lamento informarles que el menor ha entrado en estado de coma, y... No hay posibilidad de recuperación".

Se acercó vacilante hasta quedar al costado de la camilla, verlo tan indefenso, tan débil, tan frágil... solo lograban que su corazón se agrietara más.

Bajó la cabeza y tarareo débilmente una canción. Tales melodías, dulces para el oído de cualquiera ajeno a la situación, fueron capaces de quedar marcadas en su mente y corazón, como un agrio recuerdo de lo que alguna vez fue la canción favorita de su hijo. Sin embargo, y muy en el fondo, seguía cantando con ilusión de que eso fuese suficiente para devolverle la vida a su primogénito, como si su cántico suave pudiese cambiar el destino tan cruel que tenía escrito.

Entre su nana agarró cálidamente la pequeña mano, tal y como lo solía hacer cada que lo acompañaba a dormir. Sin embargo, al sentir el frío que está emanaba, la fachada de tranquilidad que ella misma intentó creerse finalmente se desmoronó.

Se levantó bruscamente y retrocedió hasta apoyar su cuerpo contra la pared. Dejó escapar su dolor entre gritos que se ahogaban en su mano. Ya no lo vería sonreír, ya no lo vería correr por la casa ni contarle las cosas que deseaba ser de grande.

Sus sueños.

Sus esperanzas.

Sus metas.

Todos arrebatados un 8 de abril.

Hay un lugar sin nombre temido por todo hombre, donde la luz no llega, y donde las sombras reinan, donde el silencio es siempre el enemigo y la negrura una fiel compañera. Tal vez es el más halla, tal vez es el final del túnel,  tal vez es por esto que se encuentra escondido entre los lugares más temidos del alma humana.

Un lugar donde brilla con vigor una pequeña pieza de esperanza. Un niño de cabellera negra, casi tan negra como el especio que lo rodeaba. Sus pies se movían hacia los costados, con notable impaciencia, mas intentaba ser disimulada con una sonrisita serena.

Su inocencia le impedía ver su realidad, e ignorante de su situación, esperaba que su nuevo amigo volviera por él, aquel señor alto de túnica y Oz.

"No te preocupes, se hará justicia. Pero, ¿Qué tal si jugamos algo primero?"

This is a dreamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora