Capítulo I: Las corrientes del destino

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El infinito mar que fluye a través de corrientes nacidas en algún lugar al otro lado del mundo, del continente o de la isla, esa es una las maravillas del mar. Otra de las maravillas del mar son sus secretos que se mantiene ocultos entre las corrientes. Esos secretos son tan fascinantes, tan extraños, tan peligrosos o tan profundos como el mar mismo.

Entre las muchas corrientes que el mar tiene, un objeto viajaba desde una tierra lejana y estaba a punto de llegar a un isla. Esa isla tiene en su centro un castillo que no es precisamente el hogar de un rey, es en realidad una academia para que ciertos jóvenes aprendan a dominar la magia para que en un futuro puedan servir a su reino como Magos o Brujas Reales. Cada año, jóvenes provenientes de todo el mundo, herederos del cargo real, llegan a la isla.

El castillo alojaba a los jóvenes, a los profesores y a un niño con un pasado misterioso. El niño no compartía ningún parentesco con los profesores o los estudiantes, era solamente una persona más. No obstante, la directora de la escuela asumió la responsabilidad de cuidar a ese pequeño años atrás cuando apareció en la puerta de la escuela siendo este apenas un bebé en una noche de lluvia. El bebé creció y se convirtió en un niño que siendo tan pequeño y sin tener preocupaciones, pasaba el tiempo explorando la isla mientras usaba su imaginación para entretenerse.

Como si las corrientes del mar estuvieran destinadas a cruzarse con ese niño, un día de tantos en los que él pasaba por la costa de la isla, un objeto que era arrastrado por las corrientes llamó la atención del niño. Su curiosidad fue más grande que la advertencia que una vez le dio la directora sobre no meterse al mar sin supervisión. El niño se introdujo al mar y como sus brazos se lo permitieron nadó hasta alcanzar el misterioso objeto y cuando lo tuvo en sus manos, regresó a la orilla para inspeccionarlo.

El objeto se trataba de un libro bastante grueso forrado completamente de cuero negro. En la portada del libro se podía ver siete cuernos que rodeaban un círculo que era interceptado por líneas. Entre las páginas del libro estaban escritos ritos, conjuros, hechizos, encantamientos y pociones de magia negra. El niño que no comprendía nada lo que aquel libro decía, lo encontró bastante aburrido, aunque sí un tanto llamativo por los dibujos que contenía.

El niño continuó su día como si nada y regresó al castillo cuando ya se encontraba lo suficientemente seco después del mediodía para alcanzar a todos en la comida. Mientras caminaba por los pasillos contestaba a los saludos que los estudiantes y los profesores le hacían. Para cuando el niño llegó al comedor, varias personas ya estaban llenando sus platos de comida de la barra que los cocineros habían llenado de exquisitas obras culinarias.

La zona del comedor era una inmensa habitación bien iluminada por los grandes ventanales que dejaban pasar la luz del exterior. El comedor estaba lleno de mesas y bancos largos que día con día eran ocupadas de futuros magos y brujas reales al menos tres veces al día. Al fondo de la estancia se encontraban unas puertas de cristal que daban a otra zona complementaria del comedor exclusiva para profesores y directivos de la escuela. Aquella zona no era tan grande como aquella reservada para los estudiantes, pero sí era más ostentosa y sus ventanales tenían vista a los jardines del castillo.

El niño caminó hasta la barra de comida, tomó un plato y comenzó a llenarlo de lo que más le gustaba. Cuando la cantidad de comida fue satisfactoria para su visa, se dirigió a la zona para profesores con una sonrisa en el rostro.

La directora, la profesora Weisz, como le decían los estudiantes o madame Weisz, como le decían los profesores, ya estaba sentada en el asiento reservado para ella charlando con sus colegas mientras calmaba su hambre. La profesora Weisz era un mujer de cuarenta y nueve años, de tez clara, baja estatura, ojos azules y cabello castaño, corto y rizado.

—Ahí estás —dijo la directora al ver al niño entrar—. Comenzaba a creer que algo te había pasado.

El niño negó con la cabeza y se sentó en la misma mesa que la directora. Al poner el libro que encontró en el mar sobre la mesa, este llamó la atención de todos los que se encontraban alrededor, incluyendo la profesora Weisz, quien de inmediato lo hizo levitar hasta ella.

Al examinarlo no tardó mucho en darse cuenta que el libro no era parte de la biblioteca de la escuela y que ese libro no era seguro en manos de nadie. Se alarmó mientras pensaba en lo que pasaría si ese libro llegara a manos equivocadas.

—¿De dónde lo sacaste? —inquirió.

—Lo encontré a la orilla del mar —mintió el niño—. Me llamó la atención y lo tomé.

La escena ya había llamado demasiado la atención de los profesores que estaban cerca y todos compartían el mismo gesto de preocupación que la directora tenía. Ese libro no debía estar a la vista.

—¿Lo leíste? —preguntó.

—Sí, es un libro de magia y por eso no le encontré el sentido, me pareció aburrido, de hecho —comentó el niño, diciendo la verdad.

—Te agradezco por recogerlo, es un libro que se había perdido en la biblioteca hace días —improvisó la profesora—, supongo que algún estudiante despistado lo dejó ahí. Creo que lo devolveré yo misma inmediatamente.

Entonces la directora se levantó de su asiento y abandonó el comedor rodeando el libro con sus brazos para que nadie más lo viera. Caminó a paso rápido hasta su despacho y abrió el cajón más cercano al suelo de su escritorio y dejó caer el libro dentro para luego enterrarlo con papeles y demás objetos cotidianos que dieran una apariencia inocente e inofensiva al cajón. La profesora comenzó a respirar profundamente para calmar los nervios que sentía y hacían que su corazón latiera a un ritmo anormal. Si se supiera que el libro estaba allí, un caos mundial se desataría, todo por ese libro, ese libro que Edward encontró entre las corrientes del infinito mar.

Dispuesta a evitar algún conflicto, Weisz regresó pretendiendo estar tranquila a su asiento y retomó la platica y la comida con sus colegas quienes también actuaron con una completa calma cuando en realidad temían por lo que pudiera pasar estando el libro en la academia. Mientras tanto, Edward se limitaba a comer, ignorando por completo que sostuvo en sus manos un libro tan peligroso como prohibido que podría causar una guerra.

Pero si las corrientes del destino hicieron que el pequeño Edward tuviera en sus manos el libro una vez, podría hacerlo de nuevo si así lo deseaban.

TIRAYAN y la Guerra de EdwardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora