Relación de ideas aleatorias, en ocasiones personales, en ocasiones no. Lo mismo hay algo parecido a un blog, que a una nominación, que son retos del fandom de Dragon Ball.
Para lo que sea que hayas topado con esto, sé bienvenido y ponte cómodo. Es...
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Él es único.
Es alguien que lleva en tu vida algún tiempo, una de esas personas que a priori parece ser solo uno más cuando la conoces. Pero no lo es.
Te llama la atención su accesibilidad y desde el principio te cuesta relativamente poco tomar confianza con él. Compartes sin barreras fragmentos valiosos de ti, no por trascendentales, sino por lo cotidianos, aparentemente superfluos. Sin hacer juicios de valor, poniendo la empatía por bandera, esos detalles van dejando la huella intangible de tu esencia en él... Y de él en la tuya. Se convierte en alguien de por sí especial.
Por temporadas, la crudeza de vuestro propio transitar en este mundo os iba separando, y el vacío que dejaba el otro se llenaba con nimiedades que no hacían más que obviar esa ausencia, como si la señalaran rótulos luminosos de neón. Es aquí. No está. Te hace falta, decían. Y ese espacio se hacía más y más grande, hasta sentir que todo un océano de obstáculos se interponía en la sencilla posibilidad de cruzar un "hola" siquiera. NO ESTÁ, los letreros estaban entonces en mayúsculas y algunas letras parpadeaban evidenciando el deterioro de vuestra amistad.
Y así pasa el tiempo, como pasa el agua torrencial que arrecia durante un temporal por el cauce de un riachuelo: fuerte, rápido y desbordado, arrasando el terreno a su paso. La destrucción es tal que incluso tardas en ser consciente de lo que sucede, debes forzarte en echar la vista atrás para entender que ya nada es lo que fue. Tu caminar se vuelve incierto y te ves obligada a construir desde cero los cimientos tu propia existencia.
Entonces, él reaparece.
Emerge de un olvido que nunca fue tal. Ahí estaban esos letreros desvencijados para recordártelo, en pie. Habían resistido al aguacero. Feliz, lo vuelves a saludar añorando esos viejos momentos que nunca volverán. Sin embargo, no te entristeces por ello, simplemente te dejas llevar de forma instintiva por aquello que te hace sentir bien, lo que te ayuda a sanar. Como es su compañía.
Recupera su lugar lo que un día desapareció y, no te estás dando cuenta, pero día tras día se va acaparando también ese hueco vacío donde una vez quedaba tu corazón. Lo hace simplemente porque le apetece. No espera a que se lo vayas a pedir ni tampoco te pregunta. Sabe que le contestarías que no lo hiciera, que es un trabajo inmenso, que tampoco le corresponde. Conoce las respuestas. A pesar de ello y por ello, con paciencia y templanza, lo hace.
Paso a paso, se afianza vuestro vínculo. La amistad sincera primigenia se alimenta del cariño desinteresado y se transforma. Él ya no es un amigo. Ni siquiera es tu mejor amigo. Ya es otras muchas cosas.
Es tu puerto seguro. La mano para sostenerte en caso de caída que, aun sin forzarte a tomarla, siempre está tendida. Siempre. La seguridad de las palabras acertadas en el momento oportuno, del abrazo que te acoge sin juzgar cuando las otras no alcanzan. La sonrisa paciente de quien espera lo mucho o lo poco, solo para para alegrarse por ti.
Es tu luz. Esa luz que desprende una risa por todo en general y por nada en especial, la que viste de ilusión un mundo por descubrir y, también, por compartir. La claridad del sol que te ciega, reflejada un espejo proyectado directo al rostro, esa que te despierta para enseñarte eso que brilla en ti y, por miedo, no te atreves a ver.
Es calor. La tibieza que albergan las mañanas de verano, envueltas en sábanas de algodón, aguardando poder darte los buenos días con el pelo alborotado por el reciente despertar. La calidez de sus labios dejando un rastro húmedo al posarse en tu mejilla, la ternura de un abrazo que se da sin un porqué y sin prisas por deshacerse.
Es tu remanso de paz. La calma que te envuelve cuando la tempestad se te desata en el pecho. La playa serena que te acoge y te resguarda cuando vas a la deriva. El silencio paciente que te escucha aunque no tengas nada que decir en realidad.
Es fuego. La llama viva que se te enciende en el pecho y se desborda en las mejillas, la que desatan un barullo de mariposas en pie de guerra en el vientre, y un redoblar de tambores tras las costillas. La caricia ardiente y certera que te arrebata el aire del pecho con un movimiento. La hoguera que te consume como una simple hoja de papel y luego mantiene tus cenizas flotando en suspensión.
Es aire fresco. La brisa loca que te despeina, la que se lleva de un soplo las hojas secas de la acera y, a la vez, la que te confunde porque no nadie sabe por dónde va a venir. La que te despeja la cara cuando es que viene de frente y te hace parpadear para que puedas ver con claridad.
Es azúcar. Es ese dulce terrón que suaviza el amargor del café por las mañanas, la pieza de fruta fresca que renueva tus energías. Es el delicioso pastelito que deleita tu paladar a última hora del día, esa recompensa esperada por tu esfuerzo cotidiano.
Es tu amor. Es quien te hace saber que continúas viva, quien desde lejos es capaz de sostener los jirones de un corazón desbaratado, para ayudarte a tejer otro nuevo. Uno que no se encierre en convencionalismos ni en lo que está estipulado por la sociedad arcaica de lo que debe ser. Uno que lata por sí solo, pero él le da el fuerte impulso necesario para que comience a hacerlo. Y lo hace ya. Palpita lleno de energía con él.
Su presencia se basta sola para diluir las sombras que proyectan los temores propios del futuro, con fundamentos o sin ellos. Se quedan pequeños por la experiencia única que representa el estar junto a él, de saber que los vive con igual emoción. Hoy, todo suma. Mañana, que salga el sol por donde quiera.
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