Estaba parada en las escaleras cuando deposité mi vaso sobre la mesa más cercana y lo vi a él.
El chico estaba al otro lado de la mesa, tenía el pelo corto y de un color negro oscuro, su piel blanca resaltaba en la noche. Llevaba puesta una campera amarilla con franjas verdes. Entonces se acercó a mí vaso y ahí lo supe, era de la policía.
Antes de que bebiera de mi vaso le dije que era tan solo agua, aunque en realidad no lo era, pero lo había olvidado al ponerme nerviosa.
—Ya veremos si es solo agua.
—Perdón, es jugo de naranja —dije, pero ya era tarde.
El chico bebía de mi jugo y a través de él seguramente vio una tapita con una cruz y una gema violeta, nada malo como para ir a prisión. A continuación dejó de beber y tiró el resto del jugo en el piso.
—Eres un idiota, no tenías derecho a hacer eso.
Él se acercó a mí, era mucho más alto que yo. Nos miramos a los ojos y sin apartar la mirada dijo: —Tienes mucha suerte, podría haberte cortado las manos.
Seguramente trataba de ponerme nerviosa, pues no iba a lograrlo.
—Me debes un jugo —respondí, no quería que se fuera, aunque se haya comportado como un idiota todavía quería que se quedara.
Él bajó la mirada como si estuviese reflexionando pero no se alejó, me tenía arrinconada en el último tramo de las escaleras.
—Bien, te compraré uno.
Estábamos sentados en el Hall del edificio donde transcurría la fiesta, Leo me había comprado un jugo.
—No pretendía asustarte cuando dije que te cortaría las manos.
—Vale, tampoco me lo creí —dije mientras sonreía, reconozco que era algo tétrico pero aún así me sentía atraída hacia él.
—Kakumi era mi amiga, un día los oficiales la encontraron escondiendo unos archivos en la plaza. La detuvieron y le cortaron ambas manos. Kakumi no volvió a ser la misma. Vivíamos juntos, un día estaba mirando por la ventana del comedor cuando giré mi cabeza hacia la izquierda más arriba y vi a Kakumi parada en la ventana de su cuarto, ella iba a suicidarse. Fui rápidamente por mi espada y cuando regresé ella estaba cayendo, así que simplemente alcé mi espada y atrévase su cuerpo cuando estaba cayendo.
—¿Tú hiciste qué? —lo interrumpí.
—Ella era una traidora, no merecía vivir y menos suicidarse. Así que la maté.
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Luces oscuras.
RandomColección de poemas y cuentas que escribo como pasatiempo para desahogarme un poco.