Capítulo doce.

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Lalisa amaba a Jennie.

No poseía una cantidad exacta porque los números no bastaban para saciar todo ese amor que jamás podría pesarse o medirse. Asi como no le cabía duda que la palabra amor no era buen domador para soportar sus emociones ya que cuatro letras jamás serían suficiente.

Lo supo porque la primera vez que la vió quiso ser una pieza del rompecabezas de Jennie. Aun recordaba sus ojos gatunos, la envidia que tuvo a cada imagen que impregnaba en ellos; se llamó patética por ello. Sin embargo ahora, aquellos dos orbes oscuros se estaban haciendo parte de su esencia de felicidad, en especial los momentos que sonreía, los suaves belfos levantados en media luna para luego revelar sus encías y dientes.

Jennie para otros era una infantil y retozona mocosa, pero para Lalisa se trataba de un fuerte torbellino de dulzura en el desierto que había estado sobreviviendo. Que chillaba ni bien le daba atención a otra cosa que no era ella, que se emocionaba como si hubiera ganado la lotería por ir a comprarle helado de fresa. Alguien que se enojaba de una forma muy tierna hasta el punto de creer que en ese pequeño ser ni había ni la más mínima pizca de maldad pura.

Esa era su Nini.

Aquella omega que se echó a llorar la vez que le dio en la cabeza con la pelota en unos de sus entrenamientos. Y luego de minutos le prometió jamás hacerla sentir adolorida si dejaba de quejarse con la enfermera de ella y a sobre nombrarla de abusadora sacude cerebros. El dramatismo que dejó en esas paredes fue sensacional a su parecer.

No llores ─le dijo esa vez que la escuchaba hipear, sus rodillas en el pecho y cabeza hundida entre ellas─, no fue mi intención darte con la pelota, además ¡para qué te cruzas! Esa era una zona para alfas, no para omegas.

Lalisa sabía que optar una actitud despótica, creída e insolente intimidaba como atraía gente. Pero ahora lo usaba porque había algo en la omega que la derretía y ponerse a la defensa dejando en claro su puesto en la jerarquía social fue su primera elección. Creía que al menos dejaría de llorar y por fin cedería a solo dejarse curar por la enfermera, beta que ahora mismo estaba brindándole una mirada de desaprobación por sus palabras.

Jennie sorbió su nariz.

Eres una alfa muy tonta al decir eso ─inquirió Jennie con reproche en su voz, limpiandose el ojo izquierdo con su manga─. A mi me caen mal las alfas tontas.

Si bien, se dio cuenta que la omega era muy mala para insultar, y que en otras ocasiones eso se le haría muy patético para alguien de su edad, sin embargo ¿por qué ahora su loba retorcía entre un tejido meloso? Su estómago aleteó de la nada, hasta un punto de querer reír por las cosquillas.

Mi mamá dice que los alfas como los omegas deben ser tratados por igual ─agregó después, frunciendo el ceño─. Y que tú me digas que no puedo pasar por una cancha de fútbol solo porque allí van los alfas, se me hace muy tonto.

Lalisa bufó.

Es la verdad ─intentó defenderse Lalisa─. Y si no me crees, creele al golpe morado de tu frente.

La omega chilló.

Sigues siendo tonta ─le dio un golpe en el pecho a Lalisa─, ¡los tiempos han cambiado!

Lalisa dejó escapar una risilla, el golpe que le había proporcionado no le había afectado en lo más mínimo, ni lo había sentido.

─¿¡De qué te ríes!? ─alzó la voz Jennie, exaltándola─. ¡hablo en serio!

Te ves linda enojada ─soltó de golpe Lalisa, sincera, y produciendo que las mejillas de la más pequeña enrojecieran.

Al menos, había dejado de llorar.

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