La muerte tiene olor a vómito y anestesia.

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NADA podía andar peor. Desembarcamos en una isla todos zarandeados y tostados por el mar. Pero por lo menos ya no estábamos en ese maldito bote salvavidas entre vómito, baba, y un par de panes mojados.

La cuestión es que no-se-como, de milagro, llegamos a tierra. Nadie se debe acordar de cuánto duró nuestra caminata por un terreno pantanoso, con barro y sanguijuelas  hasta las costillas. Yo con unas heridas de bala del infierno y la mitad de la tripulación vomitando bilis verde.

Pronto se nos cayó la noche. Nos recostamos abajo de unos arbolitos y (gracias al cielo) un terreno seco. La comida fue una pobre sopa que con suerte tendría dos fideos y una mosca flotando. Y así, asustados, con la muerte más probable que nunca, nos dormimos.

Cuando me desperté  me sentía hecho un asco. Tenía tanta fiebre que se me pasaba el dolor de las balas. Fríamente empecé a repasar todo lo que habíamos vivido hasta ese momento, y para qué; la mitad de la tripulación se murió, y tuvimos que rematar a varios que habían empezado a agonizar del dolor. Esta vez la Marina no nos tuvo nada de piedad.

Seguimos nuestro grotesco viaje con una tremenda tristeza que venía, no del hígado, si no del corazón. Subíamos y subíamos. Mis pies ya habían perdido totalmente la sensibilidad..., llegó un momento en el que pensé que si perdía definitivamente la cabeza, acabaría matándome ahí nomás. Pero, una vez más de milagro, un grupo de personas nos encontró y nos llevaron a una especie de hospital, bien proletario.

 Allá nos atendieron como pudieron. Permanecíamos acostados, sin movernos, uno al lado del otro. A mi lado estaba mi compañero Usopp. Sus ojos estaban más vacíos que nunca, como si acabará de salir de una gravísima operación. Todo este lúgubre escenario era como para seguir vomitando, pero de pura tristeza.

Aunque de pronto, sin menor aviso, vi por primera vez a mi amor de la Riviera Ligure cruzando este sombrío vestíbulo. Cómo puedo explicar esa especie de llamarada que se hinchó bajo mi pecho, ¿Habrá sido la fiebre? ¿El cansancio? ¿O en serio fue como amor a primera vista? 

Su silueta delgada andaba de un lado para el otro, a veces detenida, a veces inclinada, a veces asomándose. Yo miraba sus vaporosos ojos azules, su piel translúcida, sus labios brillantes, y después mi desmayo fue inminente.

Me dijeron que me desperté como a las diez horas. Me quedé  vaya a saber cuánto tiempo quieto sobre la fría camilla, hasta que llegó uno de los doctores que nos trajo un pedazo de carne de ternera- ¡y Dios! ¡Carne de cena! no lo podíamos creer, estuvimos como cuatro días chupando unas galletitas que parecían más como esponjas, era un milagro.

Uno de mis pasatiempos favoritos es ver a mi Hechicera que viene prácticamente todos los días. Ella es la enfermera de la tarde, Nico Robin, se lo pregunté a la enfermera de la mañana cuando nos trajo el desayuno.

Cuando ella se iba ya no había nada que me pareciera interesante. Únicamente aprendí a pensar en cosas inútiles, método que parecía cada vez más necesario en esta hosca y grosera soledad. Por ejemplo, ponía toda mi vida en una imagen retrospectiva y repasaba toda mi vida; desde mi infancia, en la calle ''Victoria Angosta'' donde aprendí a usar la espada; hasta ahora, en esta penumbra de aire arcilloso al que yo llamo mi tumba.

Una tarde llegó otra vez mi Hechicera con ropa limpia y un fuentón de esos de chapa lleno de agua y una esponja. Se acercó a mí y me sacó la colcha. ¿Se me habrá notado mucho lo pudoroso que me sentí cuando me pidió que me sacara toda la ropa?

¿La ropa? Le pregunté con la voz que se me quebró en un gallo. ''Sí, la ropa'' me respondió. Cerré los ojos para escapar un poco de todo eso, pero claro no servía de nada.  Al abrirlos lo primero que yo veía era su pelo casi pegado a mi cara porque tenía que agacharse para enjuagarme el jabón. Y olía muy bien; como a shampoo de coco. Cuando terminó me ayudó a vestirme y me tapó con una nueva colcha. ''Tratá de dormir un rato'' Me dijo nada más y se fue. Me senté a medias, apoyado en el alféizar de la ventana. Por ahora, lo único que valía la pena era dejarse ir mirando el dibujo del cielo y las ramas del árbol, hasta que muy al rato no me di cuenta que me dormí.

Me despertaron al día siguiente, cuando vino mi Hechicera con unas pastillas verdes horrorosas y un par de revistas. No me di cuenta y me quedé mirándola un rato largo, como retratándola descaradamente. Siempre parece que se acaba de bañar y cambiar, y yo... yo estoy tan así, tan asqueroso.

'' ¿Cómo te sentís?'' Me preguntó, sacudiendo el termómetro. Le dije que bien, pero que tengo muchas ganas de dormir.

No me mires así, con esa cara de lastima. No me mires así, Robin.

'' ¿Cómo te llamas?'' Preguntó dándome el termómetro para que me lo ponga. Le contesté: ''Zoro, ¿Usted se llama Robin, verdad?''. Y me miro con aire burlón. ''Es muy bella... el nombre, bueno usted es joven y bella también'' Dije con toda mi fiebre, aunque lo que yo quería decirle era otra cosa. Ella se quedó sin decir nada, y yo esperaba que por lo menos fingiera un poco de nerviosismo. Estiré mi mano para acariciar de cuando en cuando sus piernas. Me limité a gruñir y me senté de golpe sobre la camilla. Mi hechicera no se veía dispuesta a postergar lo que yo podría hacerle. Así supe que podía besarla. Supe que me dejaría hacerlo. Sin previo aviso se precipitó a mis brazos, cuidadosa para no lastimarme, y me miró con ojos misteriosos, fue algo tierno, impuro.

Nos quedamos un rato abrazados, hasta que la vela se consumió y solo sentía su delgada talla en la oscuridad. Teníamos que procurar no hacer ruido, ya que seguíamos entre todos los cuerpos enfermos de mis compañeros. Sus adorables piernas vivas se enredaron sobre mí. El milagro que tanto ansiaba estaba a punto de ocurrir. Restregamos ásperamente nuestros labios; después se sacudió hacia atrás nerviosa, para volver a acercarse con la boca abierta, alimentándome nuevamente. Hubo un cambio rítmico en su respiración. Nunca había experimentado este tipo de agonía. Me encantaría describirlo; sus manos, su cintura, su cuerpo, su interior, pero no puedo.

Después de hacerlo, lo más reprimidos que se pudo, nos quedamos acostados hablando. En seguida me di cuenta que ella era apasionada, solitaria, un poco materialista, pero una mujer de principios. En ese momento me sentí muy atraído hacia ella, y le prometí otro encuentro más elaborado cuando me recuperara (cosa que no ha de ser, lo sé, y por eso no soy capaz de calmarme). 

A la mañana siguiente me desperté solo. Entre una alegría tremenda y una rabia con la maldita vida. Llegó el doctor y me trasladaron a una especie de sala de cirugía improvisada. ''Bueno, tenemos que liquidar este asunto de una vez por todas. Vos tranquilo, contá hasta cuatro, y mañana por la mañana vas a estar comiendo chivito asado con tu tripulación otra vez'' habló el doctor como si la operación no fuera seria. 

De ahí solo me acuerdo que la cirugía estaba terminada por completo, y duró vaya saber cuanto. Mi Hechicera lloraba en mi pecho. Yo me acababa de retractar de cierta promesa. Y ella lloraba, y oraba, y me abrazaba fuertemente.

''Estás tan frío'' Me dijo besándome la mejilla. Me tiré para atrás para vomitar y cerré los ojos disculpándome mientras me limpiaba. Ella me dijo que no sea tonto, que para eso está ahí. Mi estúpida forma de ser me permitió reírme un poco, y sé que eso la molestó mucho.

El olor a muerte debe ser muy similar a la mezcla de anestesia y vómito que había en la camilla. Es como un olor muy frío, muy triste ¿Sabe? 

(Dormido... me siento tan dormido...) Sé que si cierro los ojos no me voy a despertar nunca más; porque me duele tanto todo desde ayer, un dolor diferente, desde más adentro. Al final me quedaré dormido, pero antes alcanzaré a imaginarme la vida que me hubiera gustado compartir junto a Robin. (Sentía la cabeza colgando... los ojos en blanco). Aaah, lamento tanto no haberla podido conocer en otras circunstancias. Lo lamento tanto, mi Hechicera.


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