La novia peonía

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Meng Yao contempló su imagen en el espejo. El velo rojo cubría sus cabellos intrincadamente trenzados, descendiendo sobre la túnica de seda carmesí con fénix bordados en las mangas y la falda. El antifaz dorado –decorado con plumas de pavorreal en los extremos –cubría la parte superior de su rostro, resaltando los ojos del mismo tono miel que señalaba a toda la familia real Fae y dejando a la vista solo la boca apretada en un arco de cupido y el mentón suave.


Estudió su apariencia por décima vez. ZiXuan y él eran tan parecidos como podían serlo un fae puro y un mestizo; pero los atavíos nupciales y el exceso de polvo dorado que la sirvienta usara en su piel bastaban para confundir a cualquiera que no mirase de cerca. Jugaba a su favor el hecho de que el príncipe Fae –y único hijo legítimo de Jin GuangShan –no apareciera en público a menudo. Incluso entre su misma gente, ZiXuan era poco conocido y el Señor del Norte solo le había visto durante unos segundos el día de las negociaciones. Podría resultar. Mientras mantuviera la máscara hasta que el ritual fuera completado...


Meng Yao tomó aire con una profunda inspiración.


Corría un riesgo enorme. Si el Señor del Norte descubría el cambio antes de que la ceremonia se completase, lo tomaría como traición y una burla. La única consecuencia sería que el ofensor pagaría con su cabeza.


Instintivamente, Meng Yao llevó una mano a su garganta, a pesar de que sabía que lo último que recibiría sería una muerte rápida: los habitantes del Norte no eran conocidos por su compasión. Por el contrario, se aseguraba que los Norteños eran como las tierras en que moraban: oscuros, violentos, brutales... Incluso el hermano menor del Señor del Norte, el joven príncipe Huaisang –con sus ademanes suaves y su voz melódica –gozaba de peligrosa fama en todas las tierras conocidas. Yao no se dejaba engañar: había conocido desde temprana edad el peligro de dejarse hipnotizar por la belleza de los inmortales, que tan bien disimulaba su cruel naturaleza.


La puerta de la estancia se abrió y una figura alta, esbelta se dibujó en el umbral.



—¿Estás listo?


Como todas las Faes, la Reina Jin poseía una voz musical, mezcla de arroyo y música de tímpanos. El vestido dorado y verde resaltaba su elegancia feérica –algo que ningún mortal podría nunca conseguir.


Meng Yao giró frente a ella y asintió en silencio. La reina le tendió una mano y el joven semihada caminó sin vacilar a pesar de los elevados tacones que suplían los centímetros de diferencia entre su medio hermano y él.


—Mantén la cabeza baja —musitó la reina al tomarle del antebrazo para acompañarle a lo largo del corredor iluminado por libélulas-gemas —. ChiFeng-Zun esperará que su esposo sea tímido y que se muestre retraído en presencia del Inmortal que conquistó los Siete Picos. La ceremonia religiosa solo demanda que expreses tu conformidad inclinándote ante tu esposo. Cuando pases a la alcoba, asegúrate de descalzarte rápidamente y de aguardarle en el lecho. No permitas que retire el antifaz hasta que el ritual haya concluido y las Sacerdotisas anuncien el cambio de jornada.


Meng Yao asintió a cada una de sus instrucciones. Habían arribado a la puerta de doble hoja que daba paso a la capilla y la Reina Jin volteó por última vez para mirar a su hijastro. Tomándole por el mentón, le obligó a alzar la cabeza un segundo.

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