Daniel Miller ni siquiera se colocó un abrigo antes de salir tarde en la madrugada hacia el helado abrazo de la ciudad. Sus brazos desnudos sintieron cómo el frío invierno rosaba cada parte de su piel, fu una suerte que siquiera se colocará una camiseta después de enterarse de lo que acababa de ocurrir.
La desesperación y el miedo en el joven eran evidentes. Sus ojos lentamente se iban cristalizando, amenazando cada vez más con dejar salir las lágrimas retenidas.
Subió a su camioneta y rápidamente aceleró con dirección al hospital de donde minutos antes lo llamaron para infórmale que su madre se encontraba siendo atendida en urgencias puesto que un conductor que manejaba en estado de ebriedad había chocado contra ella.
Mientras aceleraba, no quitaba su vista de la calle y aquellas lágrimas que retenías habían escapado rodando una tras otra por sus sonrojadas mejillas.
Unos quince minutos después por fin se encontraba frente al hospital. Estacionó el carro lo más rápido que pudo y corrió con todas sus fuerzas al interior del blanco edificio.
Una ves dentro se abalanzo una enfermera preguntándole por su madre, está solo le señaló una puerta a donde corrió sin pensarlo. Cuando la abrió, frente a él solo se encontraba un gran cristal y detrás de este unos doctores, pero lo que en verdad lo destrozó fue ver como uno de ellos tapaba el rostro de su madre con una tela blanca. En ese momento sintió que su mundo se derivaba como un castillo de naipes, había perdido lo más importante en su vida, la mujer que lo motivaba cada día a seguir, la que en todo momento lo apoyaba y nunca se iba de su lado. No se dio cuenta de cuánto tiempo estuvo ahí parado hasta que sintió una mano sabré su hombre y luego una voz diciendo que lo lamentaba. Daniel arrastró sus pies como pudo hasta dentro del pequeño cubículo rodeado de cristal, una ves dentro destapó cuidadosamente el cuerpo de su madre. Miro su delicado rostro con sus mejillas aún cálidas, sus facciones tan relajadas parecía que solo tomaba una sienta, e incluso en sus labios parecía haber una sonrisa. El joven de tan solo 19
años no pudo más sobre el cuerpo inmóvil de su madre abrazándola fuertemente, respirando su dulce aroma con miedo de que algún día no pudiera recordarlo. Sentía que se ahogaba con el gran nudo en su garganta, con aquel malestar en su estómago. No, esto no podía estar pasando, era una broma, oh una maldita pesadilla, si una pesadilla de la que pronto iba a despertar se repetía mentalmente. Pero el sabía que solo se mentía, sabía que nunca más verías su madre en las mañana preparándole el desayuno antes de ir a la escuela, que nunca más le daría un beso oh un abrazo, ni le mandaría a quitar esa espantosa música como ella decía, lo que causó una media sonrisa llena de dolor en el rostro de Daniel.Que sería de su vida ahora, estaba solo, totalmente solo en el mundo, la única persona que tenía se la a ido.
***
Después del entierro se quedó junto a su tumba, llorando en silencio, recordando todos eso momentos que pasaron juntos. Maldecía pidiendo que le hubiera sucedió a él y no a su madre.
Ahora que pasaría con el, como se las arreglaría sin ella, no podría, en verdad no sería capaz. Eran preguntas que atormentaban su cabeza. Pero si algo sabía y estaba muy seguro es que ya nada sería igual.
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Tenias que ser tú
Teen FictionDaniel y Alex estaban naturalmente creados para odiarse, entre ellos las disputas eran cosas de todos los días. El desagrado mutuo entre ellos se podía notar a la distancia. Destinado a odiarse por el resto de la eternidad. Y por un tiempo lo hici...