Desperté a medio día.
Caroline gritaba pidiendo ayuda. Fui a su habitación. En ella no había nada más que un velo puesto en la ventana, que se movía en una danza con el viento.
Seguía escuchándola.
Detrás de mí. Me di vuelta, pero no había nadie. En el armario. Lo abrí, pero estaba vacío. Detrás de la puerta. ¿Cual puerta? Esa habitación no tenía puerta.
Luego el sonido venía de las paredes, del suelo, del techo. Salí corriendo de casa con el corazón galopandome en el pecho.
Entonces recordé que Caroline ya no estaba.
Se había ido hacía mucho. Ella y sus cosas materiales habían desalojado la casa.
Pero seguía tan presente en mi vida...
Era más que alucinaciones, era más que sueños, más que recuerdos. Era esa imagen en el rabillo del ojo que cuando volteas para cacharla se desvanece. Era ese silenció en la casa que me susurraba en las noches. Era ese recuerdo en el borde del pensamiento amenazando con desaparecer. Era eso y mucho más.
Estos episodios me habían estado pasando otra vez el último mes, junto con pesadillas.
Hacía un día soleado, típico de Los Ángeles. El viento movía los arboles y el pasto alrededor de la casa. Una vez recuperé mi aliento me dirigí adentro otra vez, fui a la cocina por unas galletas y una taza de café. Prendí la computadora, tenía 1.030 mensajes repartidos en tres conversaciones: Mark, mi mejor amigo; Brittany, una chica que había conocido en el Drew la última vez que salí; y mi tío, que era director en el hospital donde trabajaba.
Hacía más de dos semanas que me había encerrado en mi casa. No había dado señal de vida para nadie, salvo para mi madre, que la llamaba cada dos días para decirle que estaba bien. Dejé los mensajes sin responder, y una vez terminé mi desayuno comencé a arreglarme para trabajar.
Pensé mucho en lo que haría una vez que me enfrentara otra vez al mundo. En el tiempo que estuve encerrado las horas pasaban como años, y sentía que había olvidado cómo dirigirme amable y respetuosamente a los demás, lo cual es un problemilla para un médico especialista.
Aparqué mi Bugatti Black Bess en mi lugar y entré al hospital. Era el Princeton. Vi a mi tío hablando con una de las enfermeras, parecía estar dándole algún tipo de explicación sobre el diagnóstico de algún paciente.
Me dirigí a mi oficina para dejar mi mochila y poner todo en orden, entonces se me ocurrió ir por café. Cuando abrí la puerta mi tío estaba parado enfrente de ella. Su expresión era de asombro:,cejas arqueadas y formando una "o" con la boca. Sabía por qué: yo lucía como un zombie. Tez pálida y amarillenta, bolsas negras alrededor de los ojos, cabello enmarañado (lo llevaba siempre un poco más arriba de los hombros, pero en ese momento lo tenía sobre los hombros), labios secos, pálidos y rasgados, además de que había bajado dos tallas de ropa, por lo tanto la que traía se me veía como prestada. Lo saludé. Asintió con la cabeza y puso en mi mano un termo que estaba lleno de café. Su asombro no lo abandonaba, aún así acertó para decirme unas palabras: "Bienvenido, hijo".
