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Era demasiado temprano como para que la luz del sol pudiera verse a través de las cortinas desgastadas, la oscuridad que se mantenía latente dentro de la casa de moderado tamaño tampoco era lo suficientemente densa como para que el dueño no pudiera ver sin encender una de las bombillas que colgaban desde el techo.

Caminó por el oscuro pasillo en dirección a la sala de estar con el sonido de sus pasos haciendo eco por todo el largo del recibidor, todo se mantenía en penumbra a su propio gusto pues comenzaba a creer innecesaria la luz artificial que podían ofrecerle las linternas.

Toda acción era un ritual previamente establecido, despertarse, darse una ducha, vestirse, tomar los libros sobre el escritorio e ingresarlos a su mochila, ingerir algo ligero como desayuno, cepillar sus dientes y salir de casa.

Sonaba sencillo, una rutina que muy pocas veces puede ser alterada ya sea de buena o mala manera.

El castaño se detuvo frente a su escritorio y encendió la pequeña lámpara que mantiene ahí para las noches en las que debe amanecer gracias a los innumerables deberes otorgados por la universidad, abrió su mochila y con apoyo de la luz de un color decadente comenzó a seleccionar todo lo que está por ingresar a la misma.

— Libro de anatomía, hojas de epidemiología, muestras de histología, el portátil, mi celular —murmuró mientras sus manos trabajaban en guardar cada una de ellas y frunció los labios cuando la idea de estar olvidando algo atravesó su mente.

—Bien, parece que no falta nada —dijo por lo bajo, sonriendo al cerrar el bolso mas no dejando de pensar en lo que podría estar quedándose inconscientemente.

Separó sus labios quedamente y silbó al mismo tiempo en que se dirigía a la cocina para tomar su desayuno, se dejó caer en una de las sillas del comedor y colocó el plato sobre la mesa con suavidad, su muñeca derecha se elevó para centrar su visión en el reloj que descansaba ahí y las manecillas tintineantes le indicaron lo temprano que aún era.

—Todavía tengo tiempo — se dijo a sí mismo y tomó en uno de los cubiertos parte de su desayuno antes de dirigirlo a su boca y permitirse degustar.

Las rutinas son una de las cosas más complicadas de romper, crean una sensación reconfortante en quien las maneja al punto de que no desean cambiarlas, lo reconfortante convirtiéndose en conformismo.

Cuando Jungkook salió de casa se sentía seguro y reconfortado, cerró con llave la puerta principal de su hogar y caminó por el sendero que lo llevaba a la parada de autobús más cercana.

Cualquiera podría encontrar tediosa y demasiado complicada la vida fuera de la ciudad, con sus tormentas habituales, corrientes de aire en constante incremento, árboles dejando caer sus ramas de repente gracias al gran peso de su follaje. Sí, solo un verdadero loco viviría en un lugar tan inhóspito y complicado.

Pero Jungkook no era un demente, su casa se encontraba a las afueras de la ciudad, contaba con todos los servicios indispensables y las comodidades que podría otorgarle el bosque inhabitable.

Mientras caminaba sacó su teléfono celular y revisó los mensajes que se aglomeraban en su bandeja de notificaciones, conversaciones con sus compañeros de estudio, recordatorios de parte de sus profesores y algunos de parte de sus padres con el reproche diario del por qué no los visitaba más seguido.

Jeon sonrió, permitió a sus dedos teclear sobre la pantalla del móvil para escribir las respuestas a cada uno de ellos y aprovechó para activar los recordatorios de todos sus deberes pendientes.

Elevó su mirada al cielo nublado con una tonalidad grisácea que por un segundo le hizo preguntarse si llovería a lo largo del día, algo que no estaría fuera de lo común pero que tampoco significaba nada bueno.

Death Stop •Kookmin• °Two-Shot°Donde viven las historias. Descúbrelo ahora